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Un ejercicio de nostalgia, un gran negocio

Atrás queda la afición por los sellos o las monedas. Estos iconos pop son los nuevos objetos de deseo de los coleccionistas

Jordi Segura. 42 años. Objeto de deseo: piezas de los sesenta y vinilos.

“Mi pasión es la típica de alguien aficionado a los años sesenta. Empiezas con los discos y acabas con el cenicero de Andrés Ricard”, apunta Jordi, propietario de la tienda de discos Wah Wah, un templo del coleccionismo de vinilo en Barcelona, además de sello discográfico con vocación por rescatar discos olvidados. “Mi casa es un poco como un museo de la época, una época que no viví, pero que me fascina. Tengo pósteres de películas, mobiliario, cómics e, incluso, una guitarra, la Vox Organ, de la que solo se hicieron 80 réplicas. Es la que lucía Ian Curtis en el vídeo de Love will tear us apart, de Joy Division”, apunta Jordi. Hasta hace unos años tuvo que alimentar su pasión fuera de España. “Aquí, los sesenta pasaron desapercibidos. Hubo cosas, pero hacerse con memorabilia fue complicado”.

Leila Méndez

Jordi Duró. 42 años. Objeto de deseo: ‘art déco’ español de los años treinta.

La pasión por el diseño art déco español de los años treinta le llegó a este diseñador gráfico barcelonés curiosamente en EE UU. Dos décadas atrás, mientras residía allí, colaboró en un proyecto de libro sobre el tema. “Y ya no he parado”, informa Jordi Duró, cuya otra obsesión es la música: acumula vinilos. “Lo del art déco es distinto, porque tiene que ver con mi trabajo, me sirve como fuente de inspiración, creativa y lectiva”, apunta el coleccionista, que también es profesor en la Universidad Pompeu Fabra y la Escola Eina. “Esta es una afición que va más allá de lo estético y una forma de coleccionar que no es para nada completista, sino que se conforma a partir de lo que uno va encontrando”. Afirma que lo que más le atrae de este periodo concreto de la historia del diseño español es cómo, de golpe, algo tan ajeno hasta ese momento como la modernidad se tornó transversal. “El modernismo fue burgués, pero esto fue de alguna manera precursor de la universalidad de lo pop”. Su colección incluye carteles, sellos, etiquetas o packaging, todo ordenado y protegido”.

Raúl Pratginestós. 40 años. Objeto de deseo: discos de vinilo.

“No sabría decirte el momento en que me convertí en coleccionista de discos. Iba comprando de forma regular hasta que me di cuenta de que el tema se había convertido en una obsesión”. Así trata de dibujar la génesis del tránsito entre la pasión por la música y la configuración de una obsesión que le ha llevado a poseer más de 10.000 discos. “Bueno, ahí dejé de contar”, bromea Raúl, que es disc jockey y responsable de un pequeño sello discográfico dedicado a lanzar joyas ocultas de la música electrónica experimental. Sus primeras referencias han sido tres obras de Igor Wakhévitch, que compuso la música para la ópera de Dalí, Être Dieu. Se han agotado. “El mercado ha cambiado mucho”, comenta Raúl al respecto de la forma en que Internet ha logrado dar visibilidad a otro tipo de música.

Leila Méndez

Santiago Garcés. 37 años. Objeto de deseo: viejas imágenes tomadas con Polaroid.

Este mexicano es una apasionado de la Polaroid. Desde su proyecto, Grokphotography, acumula, gestiona, exhibe y vende viejas fotografías realizadas con esta cámara. La pasión le viene de su juventud en México, donde trabajó con fotógrafos profesionales en la era predigital, cuando las pruebas se realizaban con esta cámara. “Ya entonces me encantaban y me las quedaba”, recuerda Santiago, que acaba de comisariar una muestra de polaroids sacadas en EE UU entre la década de los cincuenta y la de los ochenta y que ha estado expuesta en Impossible Project, una tienda barcelonesa consagrada a esta cámara como elemento vital para entender el desarrollo del arte de la fotografía durante el pasado siglo.

Leila Méndez