Columna

Straperlo

El presidente de la República no aceptó el chantaje y en octubre de 1935 estalló un escándalo monumental.

Daniel Strauss era lo que algunos llamarían hoy un emprendedor. En la década de 1930 fundó una empresa, junto con un tal Perle y su propia esposa, apellidada Lowan, para promover una ruleta eléctrica a la que bautizó como Straperlo, reuniendo en un acrónimo sus propias iniciales con las de sus dos socios. De origen judío holandés, como ellos, tenía pasaporte mexicano y hablaba castellano con fluidez. Quizás por eso, España, donde las leyes que prohibían los juegos de azar no contemplaban los procedimientos mecánicos, le llamó la atención.

En junio de 1934, Strauss, Perle y Lowa...

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Daniel Strauss era lo que algunos llamarían hoy un emprendedor. En la década de 1930 fundó una empresa, junto con un tal Perle y su propia esposa, apellidada Lowan, para promover una ruleta eléctrica a la que bautizó como Straperlo, reuniendo en un acrónimo sus propias iniciales con las de sus dos socios. De origen judío holandés, como ellos, tenía pasaporte mexicano y hablaba castellano con fluidez. Quizás por eso, España, donde las leyes que prohibían los juegos de azar no contemplaban los procedimientos mecánicos, le llamó la atención.

En junio de 1934, Strauss, Perle y Lowan llegaron a un acuerdo secreto con el gobierno conservador para implantar sus máquinas en el casino de San Sebastián. Invirtieron una fortuna en sobornos pero no les pesó. Sus ruletas estaban trucadas, las ganancias garantizadas hasta el punto de que ofrecieron a Alejandro Lerroux –presidente de un gobierno de coalición entre su partido, el Radical, con la CEDA-, nada menos que la cuarta parte de sus ingresos. Llegaron a colocar otra máquina en Formentor, pero la policía no tardó mucho en descubrir el fraude y cerrarles el chiringuito. A continuación, Strauss se presentó ante Alcalá Zamora para exigirle una indemnización por los gastos de instalación de las ruletas y los sobornos que había pagado en vano. El presidente de la República no aceptó el chantaje y en octubre de 1935 estalló un escándalo monumental.

Lerroux se vio obligado a abandonar su puesto, pero siguió siendo ministro en un nuevo gobierno radical sin dar mayor importancia al asunto. En público, lo negó todo. En privado, alardeó de que no era fácil presentar pruebas contra él. Se equivocó. Una comisión parlamentaria dictaminó lo contrario y sus conclusiones le costaron al Partido Radical primero el gobierno, después la ruina. Calculen ustedes lo que hemos progresado desde entonces.

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