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Me voy al pueblo

¿Qué lleva a algunas personas a abandonar la ciudad? Supervivencia, estrés, cambio de vida, una empresa. Buscamos los motivos en Segovia, Soria, Cáceres y Madrid.

Se conocieron en Dublín y allí empezaron a vivir juntos. Él, natural de Winterbourne Gunner, un pueblecito del sur de Inglaterra; ella, del barrio madrileño de Carabanchel. Recorrieron Europa en furgoneta: Inglaterra, Francia e Italia, trabajando en la hostelería y en la vendimia. En Roma les robaron el vehículo. Y se fueron a Madrid. Aguantaron poco. Hace nueve años se mudaron a Santa María de la Alameda. “Recibimos de la tierra lo que necesitamos. En el bosque cogemos la leña y en casa tenemos un aljibe para recoger el agua de lluvia”, explica ella. Él tiene un horno de pan ecológico, El Árbol del Pan, que distribuye a tiendas de Madrid.Alfredo Cáliz
Esta familia alicantina buscó un lugar donde reiniciar su vida. Cuando Tomás cerró la fábrica de zapatos que tenía con otros tres socios, sacó un dinero. Lo invirtió en comprar y vender apartamentos en la playa. Con el beneficio que obtuvo quiso un futuro más seguro y se trasladó a un pueblo de Soria. Allí tienen una casa rural, la Marquesa de Tavira, y gestionan el bar del pueblo. Además cultivan un pequeño huerto. “Nunca habíamos trabajado en la hostelería ni en el huerto. Pero hay que transformarse”, aseguran.Alfredo Cáliz
Elena y Carlos eran funcionarios interinos en Segovia. Lo mismo trabajaban en un hospital que en un museo, “de ordenanzas”. La inestabilidad laboral les asustaba: “Empezamos a escuchar rumores de recortes y con los tiempos que corren buscamos algo más seguro”, explica Elena. Estudiaron varias opciones, como una quesería, una panadería ecológica… Al final tomaron el relevo de “un ultramarinos” en el que hay de todo y que estaba a punto de cerrar en Tardelcuende (Soria), de 501 habitantes. Llegaron en julio. Son muy felices.Alfredo Cáliz
Eran educadores sociales y vivían en Parla. La familia de Mar era de la comarca segoviana donde ahora viven. El paso lo dieron poco a poco. Como les gustaba la artesanía en cuero, abrieron los fines de semana una tienda en Ayllón. Un año después dejaron Madrid y se construyeron la casa con sus propias manos, donde también tienen gallinas y un proyecto de huerto para su autoabastecimiento. “El día que dejé el trabajo me llamó mi padre. ‘¿Estás seguro?’, me dijo. ‘Sí, papá, muy seguro”. Hace un año adoptaron a dos hermanos de Etiopía.Alfredo Cáliz
Luis (abajo, a la izquierda) ha sido un emprendedor toda su vida. Marchó al pueblo cuando lo tenía todo: mujer, hijos, un negocio de transportes que iba rodado, una buena casa… Dos circunstancias dieron un vuelco a su existencia: un estrés laboral que ya no podía manejar –un médico le dijo “basta”– y la muerte de uno de sus hijos, de nueve años, de cáncer. “Le dije a mi familia que me acompañaran al campo. No les gustó la idea, pero yo rompí con todo”. En la provincia de Segovia levantó un centro de ocio, llamado Luis Miguel en honor a su hijo fallecido, con karting, paintball, restaurante… Ha rehecho su vida sentimental y tiene una hija de dos años.Alfredo Cáliz
Eva nació en el medio rural, tuvo que emigrar a la ciudad para estudiar y volvió al pueblo. Trabaja en Campo de San Pedro, donde están las oficinas de Codinse, la coordinadora para el desarrollo integral del noreste de Segovia, una asociación sin ánimo de lucro que ostenta la presidencia de Abraza la Tierra. Desde su despacho atiende a las personas que quieren emprender un negocio en un pueblo, a los que asesora. “No damos casa ni trabajo”, insiste. Ayudan a conseguir subvenciones a aquellos que tienen una idea de negocio: “Las oportunidades de autoempleo en el medio rural son mucho más ventajosas económicamente que en cualquier ciudad”.Alfredo Cáliz
En 2004 cambió su restaurante en el barrio de Gracia en Barcelona por la vida en el campo. Su mujer, que es de Alcubilla de Avellaneda (Soria), estuvo de acuerdo. Vendieron el negocio y el piso. “Estaba harto. En la ciudad eres un individuo. Aquí eres una persona”, dice. Solo echa de menos Internet. “Aquí llega a velocidad jurásica. ¿Telefónica? ¡Con la Iglesia hemos topado! Tienen el monopolio y no les interesa montar una infraestructura para 15 vecinos”. En su pueblo hay 163 habitantes censados. Emilio trabaja en una bodega.Alfredo Cáliz
Para dos personas cosmopolitas como ellos, arquitecto él e ingeniera ella, que han vivido en media Europa –se conocieron en Aquisgrán siendo estudiantes Erasmus, ella es finlandesa–, la opción de vivir en un pueblo segoviano como Maderuelo (159 habitantes) fue una decisión muy meditada. “Estábamos hartos de Madrid y de la escala tan grande que tiene. Julia y yo pensamos que tanta gente deshumaniza. En la ciudad, uno poco a poco se desgasta, casi sin darte cuenta. La calidad de vida no es comparable a la que tenemos aquí”, explica Manuel.Alfredo Cáliz
Durante 12 años vivió en Humanes de Madrid, adonde marchó con 20 años para buscar empleo. En la ciudad trabajó de todo: “En la limpieza, en una fábrica de coches, en una empresa de telefonía móvil, reparando ordenadores y de peluquera”. Tenía su vida hecha. Sin embargo, el día en que se quedó sin compañeros de piso se planteó regresar a su pueblo, con su familia. “Volver no es un fracaso. Económicamente he empeorado, pero emocionalmente estoy mucho mejor aquí”, asegura. Ha abierto una peluquería en Navalmoral de la Mata.Alfredo Cáliz
“Madrid me permitió criar a mi hija, tener un trabajo, un piso. Viví en la ciudad durante 32 años, pero nunca me adapté”, explica Esther (a la derecha). Siempre quiso regresar a Bohonal de Ibor (Cáceres). Un ERE en la constructora en la que había sido secretaria de dirección durante 13 años le empujó a su sueño. Lo que al principio era una mala noticia acabó siendo la mejor de su vida. Con el dinero que obtuvo del despido –tras un juicio en el que ella y nueve compañeros ganaron a la empresa–, y tras alquilar su piso de Alcorcón, se volvió al pueblo. Allí vive sola y tiene un bar restaurante junto al río Ibor, el mismo en el que aprendió a nadar de pequeña.Alfredo Cáliz
Era soldador y le gustaba serlo. Pero empezó a estar cansado de la vista y quiso “desahogarse”. Del barrio de La Elipa se fue a Perorrubio (Segovia), el pueblo del que sus padres y hermanos marcharon siendo él un crío. Montó una granja de gallinas camperas (tiene 2.000) para la producción de huevos. La previsión de inversión se le disparó y empezó a pedir créditos para poder pagar los anteriores. Una bola de nieve: “Empecé en 2008, y siempre he tenido pérdidas. Debo 700.000 euros”. Su explotación tiene ahora tres salidas: la venta, la renegociación de las condiciones con los bancos o la entrada de un socio. Su vuelta al campo no ha sido como esperaba.Alfredo Cáliz