La mesa petitoria del gran empresario

Hemos sabido que el fontanero reconvertido en tiburón financiero tras ver 'Pretty woman' al que Díaz Ferrán ingresó un dinerito en una cuenta en Suiza tiene una cocina de 110 metros cuadrados

MATT

Los palurdos a los que nos gusta ver famosos disfrutamos mucho cuando viajamos a Madrid. Yo no sé dónde se mete la gente conocida en la ciudad en la que vivo, Barcelona, pero desde luego no sale por ahí a pendonear como la que reside en la capital. El caso es que cuando voy allí sube de manera exponencial mi nivel de avistamientos, sobre todo los que se producen en restaurantes, que son con diferencia mis favoritos.

Por eso me llevé un buen berrinche el otro día al ...

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Los palurdos a los que nos gusta ver famosos disfrutamos mucho cuando viajamos a Madrid. Yo no sé dónde se mete la gente conocida en la ciudad en la que vivo, Barcelona, pero desde luego no sale por ahí a pendonear como la que reside en la capital. El caso es que cuando voy allí sube de manera exponencial mi nivel de avistamientos, sobre todo los que se producen en restaurantes, que son con diferencia mis favoritos.

Por eso me llevé un buen berrinche el otro día al leer en este periódico que Gerardo Díaz Ferrán frecuentaba con intensidad El Tártaro, el local de su hermano en el que no sé muy bien por qué razón comí en una de mis últimas visitas al Foro. ¿Por qué tuve la mala suerte de no coincidir con este prohombre? ¿No habría sido un hito en mi carrera como celebrity-watcher observar cómo el empresario ejemplar, ya en caída libre por sus múltiples pufos, daba sablazos en el comedor a colegas del ramo, amigos y conocidos, tal como contaba la información? Si la fortuna se me hubiera puesto de cara, incluso podría haberle visto con cualquiera de sus fans del PP, con lo que habría obtenido doble puntuación.

Yo no sé dónde se mete la gente conocida en la ciudad en la que vivo, Barcelona, pero desde luego no sale por ahí a pendonear como la que reside en la capital

Pues no. No vi a nadie. Me quedé sin asistir a alguno de esos momentos gloriosos del presunto delincuente recibiendo en su mesa favorita y tratando de camelarse a sus víctimas. Momentos bastante cinematográficos, que a mí me recuerdan a las películas americanas en las que salen mafiosos italianos apañando negocios sucios mientras comen espaguetis con albóndigas.

La estampa es a la vez muy española, muy de Berlanga o de tebeo de Vázquez, y refleja con demasiado fulgor las miserias del empresariado más casposo. Por cierto, no ha sido la única metáfora gastronómica potente del caso. Hemos sabido que Ángel del Cabo, el fontanero reconvertido en tiburón financiero tras ver Pretty woman (no estoy flipando, España es así de lisérgica) al que Díaz Ferrán ingresó un dinerito en una cuenta en Suiza, tiene una cocina de 110 metros cuadrados en su casa.

Para qué utilizaba un espacio de estas dimensiones permanece en el misterio, porque hasta donde yo sé, para preparar unos callos no necesitas un salón de baile, ni tampoco para cortar jamón de bellota o abrir una lata de caviar si es que has entrado ya en fase foie. De lo único que tenemos constancia es de que, según El Periódico, dos leonas de bronce vigilaban la estancia, acto de afirmación decorativa que pienso imitar a la que desfalque un par de millones.

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