Carles Ramió: “El título universitario solo va a servir para ser funcionario si el mercado reconoce a otros”
El catedrático de Ciencia Política sostiene en un ensayo que en un ‘ranking’ de eficiencia habría 10 o 12 universidades españolas entre las 100 primeras del mundo
Carles Ramió (Girona, 1963), catedrático de Ciencias Políticas y de la Administración de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, escribió su explosivo ensayo La universidad, en la encrucijada ―en el que ningún estamento sale indemne― antes de que su padre académico, Joan Subirats, aceptase el cargo de ministro del ramo. Por eso, en la promoción del libro, Ramió, que ha sido vicerrector, decano y director de la Escuela de Administración Pública de Cataluña, aclara que está en...
Carles Ramió (Girona, 1963), catedrático de Ciencias Políticas y de la Administración de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, escribió su explosivo ensayo La universidad, en la encrucijada ―en el que ningún estamento sale indemne― antes de que su padre académico, Joan Subirats, aceptase el cargo de ministro del ramo. Por eso, en la promoción del libro, Ramió, que ha sido vicerrector, decano y director de la Escuela de Administración Pública de Cataluña, aclara que está en un 90% de acuerdo con la nueva Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU) ―“Es aseada”―, aunque cree que “no es lo que necesita España”, porque “política o institucionalmente” Subirats no ha podido hacer más, opina. El ensayo, editado por la Pompeu, puede leerse ya en catalán en formato papel (La universitat, a la cruïlla) y pronto se podrá en español de forma gratuita online.
Pregunta. A usted le preocupa que la universidad se convierta en algo marginal.
Respuesta. Tenemos la cosa vaticana esa de no haber cambiado en 700 años, hay muchos competidores y podemos quedarnos atrás. A medio plazo, el Ministerio de Educación va a terminar haciendo títulos sin las universidades. Se va a cansar de que el 50% de los profesores tengan que ser doctores [imposición de las universidades] y va a decir: “Pues me lo monto por mi cuenta”. Si hay una pelea dentro del Gobierno, siempre va a ganar el ministro o ministra de Educación, que es quien tiene el poder. Y, cuidado, que a las empresas no les gusta el perfil [de titulado] que estamos sacando y van a tener su propia universidad.
P. Telefónica no para de abrir campus de Escuela 42 para forma programadores.
R. Estas universidades van a terminar acreditadas por Educación, no por el sistema universitario. A Seat se le ha pasado por la cabeza. Google y Amazon van a entrar en el mundo de la educación superior y va a haber muchas formas de lograrla sin pasar por una universidad. El resto [de títulos] van a conseguir cierta oficialización de la Administración y, si no, los oficializará el mercado. Con lo cual, si el mercado reconoce a otros lo mismo o más, tener el título universitario solo va a servir para ser funcionario. Las empresas se peleaban por los graduados en Esade cuando no tenía una cobertura oficial [no era un título universitario]. La universidad ha sobrevivido 700 años, pero los cambios son tan profundos que nos podemos quedar en la marginalidad.
El incentivo siempre es dar menos clase, parece que sea una condena
P. ¿Es posible que se llegue a cerrar algún chiringuito universitario en España gracias al nuevo decreto?
R. Es probable, en unos casos porque no todas las privadas van a tener éxito económico y en otros porque no van a poder pasar los estándares mínimos de calidad del decreto. Tenemos que huir de los sistemas colombiano o peruano, que convertían en universidad cualquier academia en los bajos de un garaje.
P. Usted reclama que los mejores profesores den clase en primer curso, a la inversa de lo que ocurre.
R. En primero hay una tasa de abandono universitario muy alto. Creo que en muchas ocasiones no es que los alumnos se hayan equivocado de carrera, es que no hemos sido capaces de que se enamoren de la materia. Y eso solo se consigue con los mejores espadas, pero estos se piden másteres, que son clases muy especializadas. Los buenos se escapan porque tienen poder interno. El incentivo siempre es dar menos clase, parece que sea una condena. Si tú das todas las clases que te corresponden por ley, eres el tonto de la universidad porque no has acreditado otro tipo de incentivos y conocimientos.
P. ¿Y esa dinámica cómo se cambia?
R. Con incentivos. Resulta que dar clases en primero empieza a contabilizar más [en el mínimo de carga lectiva]. Es decir, te valoro que tienes 100 alumnos y no 15 en una optativa. Y un cambio simbólico: no todo el mundo puede dar primero, usted tiene que demostrar que es un profesor de alta calidad, con buenas evaluaciones y no sé cuántos sexenios [complementos de producción]. Así lo prestigioso es dar clase en primero. Lo difícil es explicar lo más sencillo de forma divulgativa para aflorar las vocaciones.
R. Es muy hábil en lo relativo a la sociedad del aprendizaje, pero en el sistema de gobernanza [gobierno de las universidades] no nos entenderíamos. Nos gusta gobernarnos para no salir de nuestro confort cuando las organizaciones que tienen que rendir cuentas no pueden funcionar así. En vez de fiesta de la democracia, ¿por qué no decimos fiesta corporativa? Hombre, tampoco es bueno elegir a un rector sin escuchar a los estamentos. Funcionaría un sistema híbrido, donde alguien presenta un proyecto y un currículum. Ahora, quien hace mejor la demagogia, se lleva el gato al agua. Convencer a los alumnos es demagogia; convencer a los PAS [personal de administración y servicios] es entrar en lógicas sindicales, y los profesores están muy fragmentados por intereses, escuelas, etcétera. Al final, de esta subasta corporativa y demagógica sale el rector o rectora.
P. Pero un ministro no puede hacer una ley que tenga en contra a quien tiene que ponerla en marcha.
R. Es que el principal capturador es la CRUE [conferencia de rectores]. Cuando se reúnen, es el colmo del conservadurismo y de la impostura. Exigen novedades, pero no quieren ningún cambio. En la universidad tenemos todas las capturas posibles: académicas, sindicales, estudiantiles… ¿Es posible un cambio radical? No. Lo bueno sería que fueran posibles dos modelos: uno tradicional, de corte democrático [como ahora con sufragio], y otro para las universidades que lo quieran [más parecido al funcionamiento de una empresa]. Pero para ese salto tendría que haber incentivos económicos por rendimiento, como en Portugal, que tiene dos modelos.
Las grandes universidades tienen siempre facultades espectaculares que maquillan los datos mediocres
P. ¿Habría que mimar económicamente más a algunas universidades como hace Francia?
R. Tenemos que aceptar la diferencia. No tienen nada que ver las universidades con vocación territorial ―muy legítimo, como la Politécnica de Cartagena o Huelva― y otras en Madrid o Barcelona, con una vocación más global e internacional..., pero estamos sujetos a la misma regulación y se aplica el café para todos. La universidad que sale espectacular en los rankings recibe exactamente lo mismo ―en función de los alumnos en primero― que otra sin estas ambiciones, cuando tendría que haber una competencia sana, no salvaje, regulada y con incentivos que muevan a la gente.
P. Los franceses han optado por fusionar universidades. ¿Deberíamos?
R. Mi conclusión en el libro es que las universidades más potentes del mundo tienen un tamaño pequeño, entre 10.000 y 20.000 alumnos; por lo tanto, no. En algunos rankings, como el de Shanghái, ponderan mucho el tamaño y entonces la pequeña sale castigada, pero cuanto más grande es una universidad, más inmanejable es. Las grandes universidades tienen siempre facultades espectaculares que maquillan los datos mediocres.
Los resultados en España son sencillamente espectaculares con el poco dinero invertido
P. Sin financiación parece inviable subir en los ‘rankings’.
R. Me molesta mucho este discurso de que parece que en la universidad tengamos boca de fraile, que queramos dinero y más dinero. Si hiciéramos un ranking de eficiencia ―resultados obtenidos en función de los recursos―, habría entre 10 y 12 universidades públicas españolas entre las 100 primeras del mundo. La mitad de ellas, unas 25 de 50, ocuparían posiciones importantes. Los resultados son sencillamente espectaculares con el poco dinero invertido. Vivimos de las rentas de los presupuestos de antes de la crisis del 2008. Es milagroso, pero esto no se puede mantener en el tiempo. Además, hay una mayor competencia internacional y los demás países tienen más flexibilidad, porque sus universidades son privadas, tienen regulaciones más flexibles o más dinero. Los chinos se propusieron meter 30 universidades entre las mejores del mundo en x años y lo van a conseguir. Cuestión de recursos. Eso de los premios Nobel [el galardón en manos de un profesor o alumnos, aunque ya no esté en la universidad en cuestión, puntúa mucho en los rankings], a veces me produce un poco de risa. Fichamos a Vargas Llosa para que imparta unas cuantas conferencias y un curso de doctorado y ya podemos poner que tenemos un premio Nobel.
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