Hablar mal de la educación ya no vende

Coincidiendo con la guerra cultural de las derechas, la insatisfacción de la ciudadanía con el estado de la educación en España creció entre 1996 y 2015. Sin embargo, se trata de un ciclo ya agotado que ha llegado a su fin

Una clase en el instituto público Juan de Mairena en San Sebastián de los Reyes, Madrid.Eulogio Martín Castellanos

El grado máximo de satisfacción con la situación de la educación en España fue en 1995 con casi un 63% de opiniones positivas y un 65% de la ciudadanía respondiendo que la educación era mejor que hacía 10 años. Fueron los últimos años del gobierno socialdemócrata de Felipe González que dejó como balance la LOGSE, el...

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El grado máximo de satisfacción con la situación de la educación en España fue en 1995 con casi un 63% de opiniones positivas y un 65% de la ciudadanía respondiendo que la educación era mejor que hacía 10 años. Fueron los últimos años del gobierno socialdemócrata de Felipe González que dejó como balance la LOGSE, el sistema estatal de becas y un aumento significativo de la inversión con más recursos y profesorado. Al entrar al gobierno, Felipe González se encontró un gasto público educativo del 3,68% sobre el PIB que remontó hasta dos picos máximos por encima del 5% en 1992-1993 y que dejó en el 4,64% en 1996. Aquél fue el aumento del gasto público en educación más espectacular de la historia de España y del entorno europeo.

La entrada a mitad del año 1996 del primer gobierno Aznar supuso un punto de inflexión contrario. Desde entonces, la buena imagen de la educación española fue cayendo en picado hasta el año 2000 bajando 16 puntos y otros 9 puntos los que pensaban que la calidad educativa era mejor que hacía 10 años. Ése fue el balance del primer gobierno Aznar dando inicio a lo que hoy conocemos como “guerra cultural” contra la escuela pública y las reformas progresistas que “bajan” el nivel. Fue una operación bien calculada para debilitar la LOGSE sin el requerido gasto público para desplegarla y tapando la tijera en base a despotricar contra el sistema educativo como un “fracaso” que Aznar iba a resolver.

Entre 2000 y 2004, la mayoría absoluta del PP ordenó al CIS dejar de preguntar por el grado de satisfacción de la ciudadanía con el sistema educativo. Cuando se retomó la pregunta en 2005 con el primer gobierno Zapatero, el grado de satisfacción había bajado 20 puntos respecto a 1996. El trabajo de reversión cultural de las derechas ya estaba hecho. Las dos legislaturas de Aznar en educación fueron muy ideológicas en su intento de imponer la contra-reforma de la LOCE (2002) y eludiendo acometer mejoras estructurales como la bajada de ratios, la creación de plazas públicas de FP o reducir el abandono educativo temprano que Aznar dejó en el 32,2%.

La guerra cultural y el relato catastrofista sobre el estado de la educación fueron manufacturas simbólicas muy dramatizadas para desviar la atención de los 18.370 millones de hoy que las dos legislaturas de Aznar dejaron de invertir en la educación española. Si como conservador, Aznar hubiese mantenido el porcentaje de PIB del gasto público educativo que legó Felipe González, ésa hubiese sido la cantidad de gasto que debía haber ejecutado (con la inflación de hoy). Fiel a su línea neoliberal y de Estado-mínimo en lo social, Aznar lo rebajó hasta el 4,47% en 2004 cuando la media de la Unión Europea fue del 5,3% del PIB. Más lejos de Europa en recursos y en relato, muy centrado en hablar mal de la educación como estrategia corrosiva y electoralista.

El pánico moral contra la “nefasta” educación española se intensificó a lo largo de las dos legislaturas de Zapatero, adquiriendo tintes de cruzada ideológica y fanática. Las movilizaciones contra la LOE (2006), con manifestaciones de obispos y una agresiva campaña contra la asignatura Educación para la Ciudadanía lanzando las primeras acusaciones de adoctrinamiento, crearon un clima irrespirable que hacía imposible cualquier diálogo o pacto educativo de Estado. Entre 2008-2011, un estudio a partir de los editoriales y titulares de los 8 principales periódicos españoles constató que las referencias negativas a la educación superaban en 31 puntos a las positivas. La imagen negativa transmitida sobre la educación en la prensa era muy superior a temas como inmigración, vivienda o inseguridad ciudadana.

A pesar de esta tormenta, durante las dos legislaturas Zapatero la insatisfacción con la educación española tan solo aumentó 3 puntos. Sin embargo, en 2012 se llegó al mínimo de un 31% de españoles que contestaban que la educación era mejor que hacía 10 años. Recordemos que en 1995 contestaron así un 65%. Tras 17 años de intensa guerra cultural, las derechas y sus terminales de socialización mediática habían conseguido su propósito de cambiar la imagen social de la educación, hasta el extremo de haber penetrado con sus mantras más allá de su propio electorado. En 2012, un 35% de la ciudadanía opinaba que la educación había empeorado por el declive del esfuerzo y de la autoridad. Entre los votantes de derechas, el 40% hacía suyas estas consignas, al igual que el 34% de los abstencionistas y el 32% de votantes de partidos de izquierda y nacionalistas.

Lo paradójico es que los más satisfechos con la educación eran los votantes de derechas (36%) por delante de los votantes de izquierdas (32%) y nacionalistas (31%). Hablamos de 2012, justo en la antesala de los máximos recortes habidos nunca antes en España en educación, becas y universidades. Al no haber mantenido el nivel de gasto público sobre el PIB que dejó Zapatero en 2011, los gobiernos Rajoy hasta 2018 eludieron invertir nada menos que 44.652 millones de euros corrientes de hoy. Por esta razón, en 2013 se llegó al mínimo del 28,4% de españoles que estaban muy o bastante satisfechos con la situación de la educación, incorporando a los descontentos de izquierdas contra los recortes en el ámbito de la insatisfacción.

Recordemos que en 1995 la opinión satisfactoria alcanzó el 63%. Es difícil encontrar en el mundo un ejemplo parecido de desprestigio orquestado de la educación nacional que dilapida su buena imagen en apenas dos décadas. En 2016, el barómetro de la satisfacción se recupera cinco puntos, una vez destituido el ministro Wert, suspendida la aplicación de la LOMCE y coincidiendo con el primer año de los socialistas en los gobiernos autonómicos de Aragón, Extremadura, Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana y Baleares que se sumaban a los de Andalucía y Asturias.

El índice de satisfacción no ha dejado de aumentar desde 2017 (42,1%) hasta el último año disponible que es 2023 (52,8%) coincidiendo con los gobiernos de Pedro Sánchez que ponen fin al deterioro de la percepción pública de la calidad educativa. El largo ciclo negativo que se inició en 1996 parece haber llegado a su fin y ha perdido la eficacia colonizadora que ha tenido durante tantos años. En un reciente informe de la Fundación COTEC (2024), el 48% de los encuestados opinaban que la educación española era mejor que ayer. No acota la pregunta tal y como hizo en su día el CIS a los 10 años anteriores, pero da una muestra de recuperación de la imagen positiva. Sobre todo, si la comparamos con la última vez que el CIS la preguntó (31% en 2012). En definitiva, el marco catastrófico y apocalíptico en el que tan a gusto se han movido las derechas durante los últimos casi 20 años parece agotado y sin más recorrido.

Lo más curioso de todo son dos paradojas que dejamos para concluir. De un lado, si podemos hacer esta serie histórica sobre el índice de satisfacción del CIS se debe a su encuesta anual de opinión sobre la política fiscal donde hace preguntas sobre distintos servicios públicos. El CIS no tiene para educación el mismo aparato estadístico de series históricas que sí dedica para el ámbito de la sanidad con su barómetro ininterrumpido desde 1995. Es urgente que el CIS incorpore un barómetro anual similar para educación, acumulando datos robustos para capturar su evolución a lo largo del tiempo y conocer qué piensa la ciudadanía sobre aspectos diversos del sistema educativo, abarcando todas sus etapas desde infantil hasta los estudios universitarios. Mantener el actual apagón estadístico sobre la educación española desde el CIS no tiene ningún sentido y debería subsanarse con independencia del gobierno de turno.

La segunda paradoja es que la ciudadanía tiene una opinión mucho más progresista, tolerante y abierta cuando se le pregunta por aspectos concretos y no tan generales en torno a la educación. Opinan de forma más positiva respecto a su experiencia en las escuelas de sus hijos e hijas que cuando se les pregunta por una visión más macro-política y genérica. Incluso, muestran mayor respaldo cuando se les pregunta si prefieren que la educación priorice más el pensamiento crítico y creativo (67%) ya sean de derechas (62%) o de izquierdas (74%) antes que la disciplina y la instrucción (23%). Es el país que muestra menor diferencial en ese dilema según ideología política, tal y como muestra un informe de Pew Research (2017).

A su vez, gracias a una reciente encuesta sobre prospectiva hecha por el CIS (2022), sabemos que el 92% de los españoles apoyan priorizar y dar más importancia y recursos a la educación y la ciencia en la España del 2030. El 95% son favorables a aumentar las horas de apoyo para los alumnos con más dificultades. El 92% están muy o bastante de acuerdo en dar mayor prioridad al aprendizaje de habilidades prácticas de los alumnos como el trabajo en equipo o la capacidad de hablar en público. Un 89,3% está de acuerdo en ofrecer más alternativas formativas al alumnado que no logre superar la ESO. Y un 78,2% se inclina por aumentar la autonomía de los centros escolares para que puedan adaptarse a las necesidades de cada zona.

En definitiva, la opinión pública española está en las antípodas del discurso negativo, hiperbólico e ideologizado que históricamente han mantenido las derechas en España sobre el estado de la educación. Es un legado oscuro que no solo lesiona la autoestima nacional sobre la calidad educativa y la confianza en nuestro profesorado, sino que corresponde a unos tiempos que la sociedad española parece haber dejado atrás.

El 25 de abril de 1983 en una conferencia en el Colegio Mayor Pío XII, Manuel Fraga Iribarne afirmó que el “gobierno socialista quiere nacionalizar la enseñanza y orientarla en seguir fielmente las consignas marxistas”. Hoy en día, barbaridades similares son exaltadas por Ayuso, VOX y otros agentes mediáticos radicales haciendo pasar la izquierda educativa como algo nazi y totalitario que crea analfabetos y regala títulos. Creerse las propias mentiras no sólo es señal de inmadurez y estupidez, pero creer que esas mentiras serán eternas y efectivas, es menospreciar la sociedad española, sus cambios estructurales y encerrarse en una realidad fake paralela y narcisista que ya no es hegemónica como antaño.

Por tanto, es de esperar que la derecha inteligente se centre en lo educativo dejando atrás los prejuicios ideológicos y el fanatismo que hasta ahora ha dificultado mantener una conversación pública constructiva en torno a los problemas y desafíos de la educación en España. Superar la retórica de la intransigencia es su gran deber pendiente. Por su parte, el gobierno Sánchez podría hacer algo más para revertir los fakes y la desinformación que ha empañado la imagen social de la educación, apostando de forma más decidida por la generación de datos, de big-data y de más conocimiento para mejorar la gestión pública de la educación. En sentido anglosajón, nos conviene prestar más atención al enfoque de las policies (políticas) sobre la eficacia de las medidas e inversiones, evaluando su impacto para reajustarlas o consolidarlas. En lugar de tanta retórica ideológica polarizante que acaba agotando la ciudadanía, las familias y al profesorado. Tal y como aconseja el politólogo Víctor Lapuente, menos chamanismo mágico y teatral que se ha de contrarrestar con más profesionalidad objetiva y basada en la evidencia. Hablar mal de la educación ya no vende.

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