El 53% de los alumnos de Medicina tienen padres universitarios, frente al 15% en Trabajo Social: la herencia familiar pesa
Un nuevo estudio del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades muestra cómo la educación superior se ha democratizado, pero persisten diferencias sociales en la elección de la carrera
Hay varias variables que influyen en los indicadores académicos en la universidad: la nota de acceso sobre todo, el sexo (ellas son mejores estudiantes) o el entorno familiar. Y el nuevo informe Perfil socioeconómico del estudiantado universitario en España, del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, pone de manifiesto dos cosas. La primera, que en las carreras que exigen una nota de corte muy alta para acceder predominan los hijos de familias univers...
Hay varias variables que influyen en los indicadores académicos en la universidad: la nota de acceso sobre todo, el sexo (ellas son mejores estudiantes) o el entorno familiar. Y el nuevo informe Perfil socioeconómico del estudiantado universitario en España, del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, pone de manifiesto dos cosas. La primera, que en las carreras que exigen una nota de corte muy alta para acceder predominan los hijos de familias universitarias. La segunda, que el hecho de que en casa no haya altos ingresos —algo que se asocia inexorablemente al nivel formativo de los progenitores (el sueldo medio de un empleado con estudios universitarios duplica el del trabajador con estudios básicos, según datos del INE de 2018)— condiciona que un alumno abandone la carrera o estudie a tiempo parcial.
El 30,5% de los universitarios tiene a ambos padres (o madres) con un título superior y un 23,4% a uno de ellos; en el 33,2% de los casos los dos progenitores tienen estudios medios y en un 6,6%, uno de los ellos. Por último, en la universidad hay un 3,6% de alumnos de familias con estudios primarios o inferiores. Del 2,6% restante no hay datos.
Hay carreras en las que no se aprecian diferencias relevantes por el nivel de formación de los progenitores, casi todas de Ciencias Sociales (Periodismo, Derecho, ADE), pero también en Informática o Psicología. Pero entre los grados con altas notas de acceso y con un nivel de exigencia enorme ―como las ingenierías, Matemáticas, Veterinaria o Arquitectura― predominan los universitarios de familias con mucha instrucción.
El caso más ilustrativo es Medicina, que se ejerce tras seis años de carrera y cuatro o cinco de MIR (Médico Interno Residente). En los campus públicos, el 53% tiene los dos progenitores con título universitario, mientras que en el otro extremo solo un 1,7% es hijo de personas con estudios primarios o sin ellos. Mientras que en los privados, el 85% de los inscritos en Medicina tiene al menos un padre universitario y un 75% al menos un progenitor con un puesto muy bien remunerado. Solo esos hogares pueden pagar este grado por completo, pues puede alcanzar los 22.000 euros anuales solo de matrícula durante seis años. En la privada, apenas en el 0,6% de los casos los padres tienen estudios primarios o no tienen.
Frente a estos datos de Medicina, los alumnos de Enfermería ―antes diplomatura de tres años y que permite ejercer en apenas cuatro años porque faltan profesionales― tienen un perfil distinto. En la universidad pública, un 25% tienen ambos padres con título superior (la mitad que en Medicina) y se duplican (3,8%) frente a esta los hijos de personas sin estudios o primarios. Otras carreras de Ciencias de la Salud (Óptica, Podología, Odontología o Fisioterapia) se sitúan a mitad de tabla: el 33% de los padres son licenciados o diplomados. En el caso de Trabajo Social, tienen ese nivel de formación el 15,5% de los alumnos, frente al 22% de Turismo, grados que también antes eran diplomaturas con una rápida inserción laboral.
“La generación de las inspiraciones es muy importante y eso está muy condicionado por el entorno y, sobre todo, por la familia cuando eres pequeño”, sostiene Antonio Villar, catedrático de Economía de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, que ha escrito sobre el tema. “Luego, si tienes suerte, encontrarás gente que te abre los ojos”, prosigue. Por eso cree que los jóvenes se decantan demasiado pronto y sin vuelta atrás por ciencias o letras. “En Italia hay solo dos bachilleratos ―científico y clásico― y todos dan Filosofía y Matemáticas”. En su opinión, habría que paliar desde temprano las desigualdades socioeconómicas, para que todos los escolares tengan las mismas oportunidades. “Las materias de ciencias [que dan acceso a las ingenierías o a las ciencias de la salud] son un poco más costosas. Hay que estar dispuesto a esforzarte mucho y a veces necesitas a alguien en tu casa que te eche una mano cuando no sabes hacer una derivada o tener profesor particular”.
La madrileña Nada Aanzi, de 19 años, vive en Leganés ―una ciudad dormitorio de Madrid― y se desplaza cada día a Alcalá de Henares para estudiar en su universidad primero de Enfermería. Emplea no menos de hora y media en el trayecto y aspira a poder cambiarse de escuela el curso que viene, aunque está muy contenta. Logró un 12,32 en la EVAU (sobre 14), lo que le impidió entrar en Medicina. Aunque Nada tenía sus dudas, pues supone dos años más de carrera, más la preparación del MIR (Médico Interno Residente). Suponía un gran esfuerzo para su familia. “Me decanté por Enfermería, que es básicamente como Medicina, pero más fácil”. Ella gana su dinero de bolsillo dando clases de Física y Química a escolares y, como su hermano Mohamed ―de 23 años, que está terminando Ingeniería Industrial y pretende hacer el máster―, se ha convertido en una referencia para sus hermanos menores.
Sus padres emigraron de Marruecos buscando una vida mejor. Horiyya se ocupa de la casa y Sellam ha logrado volver a la construcción. Ninguno tuvo opciones de estudiar ―”mi madre recordaba que usaban el papel de los paquetes de azúcar para escribir, no tenían los recursos que tengo yo ahora”, recuerda la universitaria― y tenían claro que querían un futuro mejor para sus cinco hijos. “Están muy orgullosos”, se alegra. Para Nada, otro puntal ha sido también el programa de Save the Children en Leganés para alumnos de extrema vulnerabilidad. Desde los 12 a los 18 años ha estado recibiendo refuerzo educativo dos días a la semana y otros dos de actividades de ocio. Allí también la animaron a proseguir los estudios. Sin embargo, ha echado de menos una mayor orientación de su instituto. “Yo tenía clara la vocación, pero otros no y tienes que tener un soporte”. Cuando termine, pretende presentarse al EIR (Enfermero Interno Residente) para especializarse.
“Hasta los 12 años las ambiciones del alumno no son tan distintas, quieren ser bomberos, policías, futbolistas... Y a los 15, según los datos del Informe PISA, no son exageradamente distintas por el perfil socioeconómico”, explica Alfonso Echazarra, experto en calidad educativa de la ONG Save the Children. “Pero durante el bachillerato empiezan un poco a ajustarse las expectativas por el rendimiento académico y por las aspiraciones del entorno. En las familias favorecidas hay un contexto de falta de libertad, aunque suene mal. Las opciones de estudio son limitadas, [las carreras] tienen que tener reputación suficiente. Solo se muestra la vía de la universidad, ni la FP, ni la opción del abandono”, sostiene. Mientras que en los hogares de clases medias y medias bajas, “en el entorno el abanico de oportunidades aceptadas socialmente es muchísimo más amplio. Y luego está el coste de oportunidad. Estudiar supone renunciar al mercado de trabajo durante varios años y dedicar esfuerzo a carreras que son complejas y largas”. Pero el exanalista de la OCDE remarca con preocupación que “en los deciles más bajos de renta, los jóvenes todavía no acceden a la universidad”.
El especialista cree que hay “una serie de carreras que están aceptadas socialmente y otras que no. A veces van ligadas a un máster o a oposiciones de tipo A [para ser juez, fiscal, diplomático, inspector...]”. En esta lista, añade, no faltan nunca las ingenierías ―38% con padres universitarios― “y las ciencias sociales, sí, pero solo en determinados sitios, y por ejemplo ahora las conjuntas”. El curso pasado él impartió clase en estos dobles grados (Derecho y ADE o Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales) en la Carlos III y en Magisterio de la Complutense, “dos mundos socioeconómicamente, aunque sean dos universidades públicas”. “El coste de oportunidad, por ejemplo, es muy distinto. Los de Magisterio saben que van a acabar la carrera en un periodo de tiempo muy corto, que luego además se van a incorporar en el caso de trabajo relativamente pronto. Aunque sea con las prácticas... Mientras que en el caso de las conjuntas los estudios se alargan, se van de Erasmus...”. El 16,3% de los que estudian Educación Infantil tienen padres universitarios, frente al 22,1% de los de Educación Primaria.
“Estudiar una carrera ya no te diferencia como te diferenciaba en los años 60 o 70. Por eso las familias más favorecidas se diferencian a través del máster, el aprendizaje del inglés o la elección de carrera”, resume Echazarra. En 1960, solo un 1,68% de los españoles tenía estudios universitarios, porque solo una minoría adinerada llegaba a la universidad y muchos con el propósito de heredar el negocio familiar como farmacéutico, médico o abogado o para ocupar ―como sus ascendientes― un puesto en la Administración como ingeniero, arquitecto o juez.
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