El dragón se queda sin gasolina: por qué debe preocuparnos la debilidad de China
El gigante asiático afronta el Congreso del Partido Comunista en plena desaceleración económica por la debilidad inmobiliaria y las estrictas medidas contra la covid
Es curioso lo mucho que se asemejan las burbujas inmobiliarias: al final, todas parecen confluir en el extrarradio de las ciudades, sobre antiguas tierras de labranza o baldías, en las que se yerguen hileras de fantasmas de hormigón desnudo entre carreteras cerradas al tráfico y vallas donde se anuncian sueños de clase media. “Central Mansion”, promete uno de los carteles en este ensanche ubicado a unos 50 kilómetr...
Es curioso lo mucho que se asemejan las burbujas inmobiliarias: al final, todas parecen confluir en el extrarradio de las ciudades, sobre antiguas tierras de labranza o baldías, en las que se yerguen hileras de fantasmas de hormigón desnudo entre carreteras cerradas al tráfico y vallas donde se anuncian sueños de clase media. “Central Mansion”, promete uno de los carteles en este ensanche ubicado a unos 50 kilómetros del centro de Pekín. Se mire hacia donde se mire se ven promociones inacabadas. Entre ellas, se levanta un conjunto de torres de la constructora china Evergrande, la inmobiliaria más endeudada del mundo, símbolo del desplome del sector en el país. El complejo se llama Royal Peak, y en la garita ubicada en la entrada hay pegado un folio con el código QR sanitario que uno ha de escanear con el móvil por todas partes para probar que está libre del virus. El paisaje de viviendas fantasma, tan familiar para cualquier español, y este otro símbolo de la estricta estrategia de cero covid de China, con sus elevadas dosis de disrupción e incertidumbre, conforman un resumen bastante aproximado de los riesgos a los que se enfrenta la segunda potencia económica del planeta.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha alertado esta semana de que el frenazo del gigante asiático es uno de los tres ingredientes de un cóctel incendiario que acecha la economía global, junto a la invasión rusa de Ucrania y la dentellada en el nivel de vida causada “por las persistentes y crecientes presiones inflacionistas”. El organismo con sede en Washington ha reducido las previsiones de crecimiento del PIB de este país hasta el 3,2% en 2022 y el 2,7% en 2023 (frente al 8,1% del 2021), según el informe World Economic Outlook publicado el martes. Muy lejos del 5,5% que Pekín marcó como objetivo para el año. Y cuando China flaquea, el resto del mundo se echa a temblar.
El FMI no está solo. Los pronósticos para China se han ido volviendo lúgubres a medida que iba avanzando el año. Dado el enorme nivel de incertidumbre, la contracción del consumo interno y la caída de las exportaciones, el país dejará de ser la locomotora económica de Asia por primera vez en tres décadas, pronostica el Banco Mundial, que estima que la superpotencia crecerá en 2022 menos que el resto de los países de la región de Asia Oriental y Pacífico por primera vez desde 1990. Sus previsiones colocan el auge del PIB en un escueto 2,8%, según un informe de hace un par de semanas. El diagnóstico toca los mismos factores: las medidas anticovid que, a pesar de mantener el virus a raya, “interrumpen las cadenas de suministro, la producción industrial y de servicios, las ventas nacionales y las exportaciones”; y el sector inmobiliario, que pone como ejemplo de “dificultades preexistentes acentuadas por las estrecheces financieras” debido a la “insostenible acumulación de deuda por los promotores”. Aunque el Banco Mundial subraya que “la exposición directa de los bancos de importancia sistémica a los préstamos del sector inmobiliario es limitada”.
Exportaciones a la baja
Las señales de alerta se multiplican en los últimos meses. Las exportaciones de bienes chinos muestran una desaceleración gradual: han pasado de crecer un 23,9% interanual en el tercer trimestre del 2021 a un 12,3% en los meses de julio y agosto de este año, según datos de aduanas recopilados por Caixin, un medio económico con sede en Pekín. La actividad del sector servicios se contrajo en septiembre, según este mismo medio, después de tres meses de crecimiento. Y lo mismo ha ocurrido con el índice de actividad de manufacturas, que encadena ya dos meses de caídas.
Con las alarmas encendidas, en Pekín no es momento de grandes propuestas, sino de contener la respiración: este domingo comienza el 20º Congreso del Partido Comunista de China, el gran evento político quinquenal en el que todo apunta a que Xi Jinping recogerá de nuevo la batuta para ejercer un tercer mandato histórico, sin precedentes desde los tiempos de Mao Zedong. De él se espera además un esbozo de las líneas a seguir en los próximos años. Muchos aguardan un cambio de rumbo en la lucha contra la pandemia que encamine al país hacia una reapertura gradual; otros analistas creen que China ha iniciado una era de “desacoplamiento” y de “control” en todos los sentidos, incluido el económico, de la que resulta difícil dar marcha atrás.
La estrategia antipandémica se ha convertido en el gran tema de conversación: flota en el aire, resulta omnipresente, el hartazgo de una parte de la ciudadanía es evidente desde hace meses. El jueves, como un breve fogonazo, incluso llegó a aparecer una inusitada pancarta de protesta contra las medidas anticovid en un puente de Pekín, en un momento crítico: a las puertas de la celebración del congreso.
China es uno de los pocos países del planeta que persiste en una estricta estrategia de cero covid, que implica testeos masivos y confinamientos totales o parciales de ciudades en el momento en que se detectan unos pocos casos. La estrategia también ha roto el nexo con el resto del mundo, al obligar a realizar cuarentenas de hasta 10 días para entrar en el país, además de restricciones para obtener visados, precios estratosféricos de los billetes y cancelaciones habituales de los trayectos.
En primavera, mientras gran parte del planeta se quitaba las mascarillas y decidía convivir con el virus, las autoridades decretaron el cierre de Shanghái. El confinamiento duró más de dos meses y marcó un antes y un después en la percepción ciudadana. En términos económicos, ha dejado un zarpazo profundo: el PIB avanzó solo un 4% en el segundo trimestre del año. Desde entonces, los confinamientos han seguido en distintos puntos del país. Nunca se sabe dónde ni cuándo pueden suceder, ni cuánto pueden durar. En septiembre, más de 30 ciudades se encontraban bajo medidas de aislamiento “parcial o total” que afectaban a más de 65 millones de personas.
No parece que la política vaya a cambiar de forma inmediata. El Diario del Pueblo, medio propiedad del Partido Comunista, ha publicado esta semana un artículo en el que se defiende la persistencia en la llamada estrategia de “cero covid dinámica”, alabando sus resultados. El texto asegura que solo con la prevención de la pandemia “se podrá estabilizar la economía”. Los líderes chinos defienden que frenar cada rebrote antes de su propagación —que podría poner en riesgo miles de vidas y saturar el sistema sanitario de un país con 1.400 millones de habitantes— es más rentable que tratar de convivir con el virus, como han hecho en Estados Unidos o la Unión Europea.
Ante la gran cita política que arranca este domingo, se multiplican los augurios: “El Congreso del Partido supondrá una importante remodelación de la dirección de China, pero, con el predominio del secretario general Xi, no habrá ningún cambio sustancial en la dirección política”, proyecta un informe de Capital Economics, consultora con sede en Londres. “No hay indicios de que se vaya a relajar la [política de] cero covid ni a introducir grandes estímulos, mientras que Xi seguirá presionando para que el Partido supervise todas las áreas clave de la economía”.
“No vemos una estrategia de salida”, lamentaba a mediados de septiembre Jörg Wuttke, presidente de la Cámara de Comercio de la Unión Europea en China, durante la presentación en Pekín de un durísimo informe elaborado por este organismo, que representa a 1.800 empresas europeas establecidas en el país. Wuttke alertaba ante un reducido grupo de medios de “los riesgos del desacoplamiento” chino y se preguntaba si Pekín estaba dispuesta a “sacrificar en el altar de la ideología” los beneficios económicos de la “apertura y reforma”. El informe dejaba claro que esta parecía la línea a seguir por el partido. “El alejamiento de China del resto del mundo —encarnado por las restricciones impuestas por su política covid-19— indica que, por el momento, la ideología se impone a la economía”, aseveraba. “Si bien China alguna vez dio forma a la globalización, ahora se considera que el país es menos predecible, menos confiable y menos eficiente”. Esa incertidumbre, según el informe, está provocando ya una “pérdida de confianza empresarial” y abriendo las puertas a que “otros mercados emergentes” de la región llenen ese “vacío”.
Zhang Jun, director del China Center for Economic Studies de la Universidad de Fudan, en Shanghái, cree que el Gobierno chino no tiene previsto abandonar el “marco general” de la estrategia de cero covid en el próximo “par de años”, pero sí la ajustará “un poco” y la “optimizará” para adaptarla a las “condiciones locales”, teniendo en cuenta que las nuevas variantes del virus “son un poco más seguras”. Zhang tampoco espera grandes iniciativas para devolver el lustre perdido al sector inmobiliario. “Creo que el liderazgo central de China espera ver que la economía puede encontrar nuevas fuentes de crecimiento”, fomentando otros campos como la “alta tecnología”, mientras restringe los tradicionales. “La reanudación del [sector] de bienes raíces como un motor de la economía no es coherente con la misión interna de la dirección central [del Partido]”, zanja al otro lado del hilo telefónico. Pero deja claro que Pekín no se meterá en faena económica hasta que no se complete la transición política quinquenal, con el nombramiento de un nuevo Gobierno en marzo.
La sombra de Evergrande
Pekín sí ha ido avanzando en los últimos meses una batería de medidas para evitar el desplome del mercado inmobiliario, cuya caída ha ido aparejada a la compañía china Evergrande, la inmobiliaria más endeudada del mundo, que llegó a incumplir por primera vez el pago de una de sus deudas en dólares en diciembre de 2021. Las medidas, de momento, no tienen efecto: los precios del sector de la vivienda nueva cayeron por duodécimo mes consecutivo en agosto, las ventas residenciales se desplomaron un 30% en los primeros ocho meses del año, y las inversiones retrocedieron un 7%, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas recogidos por Bloomberg.
Con proyectos parados por toda China, en julio, el politburó, el máximo órgano de poder del Partido, urgió a “estabilizar el mercado inmobiliario” y apuntó que los gobiernos locales serían responsables de garantizar la entrega de las viviendas en construcción ya pagadas. La iniciativa se produjo tras un movimiento de boicot hipotecario por parte de los compradores de cientos de promociones inacabadas, una peligrosa ola de descontento potencialmente inflamable en los meses críticos antes del congreso. En septiembre, el Banco Popular de China anunció que permitiría a algunos gobiernos locales relajar los requisitos de los préstamos hipotecarios para los compradores de primera vivienda, en un nuevo esfuerzo por avivar el mercado.
Al hacer balance, Zhang compara la década de Xi en el poder con “la era progresista en Estados Unidos”, de hace aproximadamente un siglo, cuando nacieron movimientos y agrupaciones para afrontar los problemas de la rápida industrialización y urbanización que siguió a la Guerra Civil estadounidense: desde la propagación de los barrios marginales a la explotación de la mano de obra o la concentración financiera. “Xi ha intentado hacer frente a estos problemas a costa de un frenazo en el crecimiento”. En opinión de Zhang, la China que emerja de la pandemia, tras un 2022 de crecimiento bajo, ya no será la del hipercrecimiento de otras épocas, sino que se situará en el entorno del 5%.
En los últimos años, tras la Gran Recesión, China se ha ido replegando y volviendo hacia sí misma, con “un cambio en la trayectoria de desarrollo del país en busca de la autosuficiencia”, argumenta Citi, una de las mayores instituciones financieras del mundo, en su informe de Perspectivas Globales de octubre. Desde 2020, con el 14º Plan Quinquenal, Pekín anunció la llamada “doble circulación”, que implica pasar de una economía impulsada por las exportaciones a otra centrada en el mercado interno a través de la autosuficiencia (o “circulación interna”). El turbulento contexto geopolítico —la guerra comercial entre Estados Unidos y China, el endurecimiento de los controles a la exportación de tecnología estadounidense, las sanciones contra Rusia tras la invasión de Ucrania— han acelerado este cambio de rumbo.
“Momento ‘Sputnik”
Citi asevera que podríamos estar ante un “momento Sputnik” —en referencia al primer satélite puesto en órbita por la URSS— en materia de innovación china. “El fuerte gasto público en investigación y desarrollo, un gran mercado interno y un talento altamente cualificado sitúan a China en una posición cada vez más competitiva con las economías industrializadas”, destacan los expertos del banco. Mientras, el modelo de manufacturas baratas se irá trasladando hacia otros lugares. “A pesar de su giro hacia el interior para hacer frente a los retos del nuevo mundo actual, la relevancia global de China seguirá creciendo”, pronostican.
Scott Kennedy, asesor principal de la cátedra de Economía y Negocios de China en el Center for Strategic and International Studies, acaba de pasar por la estricta cuarentena para entrar en China. Este experto llevaba desde antes de la pandemia sin hacer trabajo de campo en el país. Tras cancelaciones de vuelos y otras desventuras, finalmente ha aterrizado en la capital y asegura que se ha encontrado con un país en el que el “dial del control se ha movido hacia arriba” en diversos ámbitos, según dice en un encuentro con corresponsales extranjeros. “Si uno mira el nivel de intervención en la economía, creo que ha aumentado”, valora.
En su opinión, durante el primer par de años en el poder, Xi estuvo esperando a ver si los mecanismos del mercado solucionaban por sí mismos algunos desafíos, como el de la vivienda. Pero tras las turbulencias de 2015 y 2016, con la devaluación del yuan y la agitación del mercado de valores chino, el Gobierno se puso “nervioso”. “Desde entonces, creo que hemos visto más y más intervención en la economía”.
Kennedy cree que en la última década el gigante asiático ha dado pasos hacia adelante y hacia atrás. “Es un registro mixto”, resume. Y pone el ejemplo de los vehículos eléctricos, sector fuertemente subsidiado por el Gobierno, en el que ha hecho progresos. En el objetivo de “ascender en las cadenas de valor añadido, reforzando su investigación en ciencias básicas y [sus] aplicaciones”, cree que Pekín sigue avanzando. Pero enfatiza que en un mundo interconectado como el actual, ningún país puede innovar con éxito por sí solo. “No importa si estás al frente, en medio, o en la cola del pelotón, dependes de todos los demás”. China y Estados Unidos, en un mundo crecientemente aislacionista, se enfrentarían “a problemas monumentales en su capacidad para seguir innovando y aumentando la productividad”.
En la relación entre ambas potencias, que atraviesan su momento más bajo en décadas, sobrevuela el último movimiento de Washington, que anunció la semana pasada un nuevo golpe contra el sector tecnológico chino. Las medidas implican que ninguna empresa podrá suministrar a las compañías chinas determinados semiconductores fabricados en cualquier lugar del mundo con tecnología estadounidense. Con la regulación, Estados Unidos pretende frenar el acceso de Pekín a tecnología puntera que pueda utilizar para su desarrollo tecnológico o militar.
Kennedy concluye con un diagnóstico: China sigue siendo un “dragón tecnológico gordo”. “Innovan, pero desperdician una cantidad increíble de recursos en el proceso”. Y tampoco cree que vayan a alcanzar la “autosuficiencia absoluta”. En sus palabras: “Es como esperar a Godot”. Algo que, al final, nunca sucede.
Una carrera a cámara lenta
Hay quien incluso cuestiona la idea de que China se convierta en la primera potencia económica mundial. El economista Michael Pettis cree que es imposible que el país tome ya la delantera a Estados Unidos, como se ha vaticinado hasta la saciedad. En su opinión, el gigante asiático ha caído en la misma trampa en la que tropezaron otras grandes economías en desarrollo en su momento (como Japón en los noventa o Brasil en los sesenta): una vez llegan a su pico, moderan el crecimiento y no son capaces de completar una transición hacia otro modelo centrado en el consumo.
Pettis es un respetado experto en economía china. Ha vivido cerca de dos décadas en el país y enseña finanzas en la Escuela de Administración Guanghua de la Universidad de Pekín. Durante la entrevista celebrada en el patio de su casa de estilo tradicional pekinés, asegura que el gran problema de China —que ya arrastraba antes de la pandemia— es precisamente su bajo consumo interno.
En la conversación toca otro de los problemas del hiperdesarrollo de las economías: suele favorecer la creación de unas élites, pero no impulsa a toda la sociedad por igual, por lo que llega un momento en que las élites tratan de impedir el cambio. Ante los retos sociales (y posibles estallidos) que puedan surgir, hay dos posibles soluciones: o bien la flexibilidad extrema que permiten los sistemas democráticos (como ocurrió en EE UU en los años treinta del pasado siglo), o bien un mayor autoritarismo. “Esto es quizá lo que estamos viendo en los últimos años”, dice Pettis. Un mayor control para garantizar la “estabilidad”, palabra fetiche en la década de Xi en el poder.
Este economista alerta de otro de los grandes problemas para China: la caída de las exportaciones, una partida clave en su modelo, que ha jugado en las últimas décadas un papel reequilibrador de múltiples problemas internos. Según argumenta en un reciente artículo publicado por el instituto de pensamiento Carnegie, una eventual caída del superávit comercial chino podría provocar “posiblemente” un aumento en el desempleo o en el nivel de deuda privada, a menos que Pekín opte por políticas activas para estimular la demanda, como las inversiones públicas o la financiación del consumo privado.