¿Acabará Putin con la economía mundial?
Los beneficios de la globalización siempre corren peligro por los caprichos de los dictadores
Los analistas económicos siempre recurren a las analogías históricas, y con razón. Por ejemplo, los que habían estudiado las crisis bancarias del pasado entendieron mucho mejor lo que estaba ocurriendo en 2008 que los que no. Pero siempre está la cuestión de qué analogía elegir. En estos momentos, mucha gente toma como referencia la estanflación de la década de 1970. Ya he argumentado que no es una buena comparación. Nuestra inflación actual es muy diferente de la que ex...
Los analistas económicos siempre recurren a las analogías históricas, y con razón. Por ejemplo, los que habían estudiado las crisis bancarias del pasado entendieron mucho mejor lo que estaba ocurriendo en 2008 que los que no. Pero siempre está la cuestión de qué analogía elegir. En estos momentos, mucha gente toma como referencia la estanflación de la década de 1970. Ya he argumentado que no es una buena comparación. Nuestra inflación actual es muy diferente de la que experimentamos en 1979-1980, y probablemente sea mucho más fácil acabar con ella.
En cambio, hay buenas razones para que nos preocupe que estemos asistiendo a una repetición económica de 1914, el año que puso fin a lo que algunos economistas llaman la primera ola de globalización, una gran expansión del comercio mundial posible gracias a los ferrocarriles, los barcos de vapor y los cables telegráficos.
En su libro de 1919 Las consecuencias económicas de la paz, John Maynard Keynes se lamentaba de lo que él consideraba, acertadamente, el fin de una época, “un episodio extraordinario en el progreso económico del hombre”. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, escribió, un habitante de Londres podía encargar con facilidad “los diversos productos de toda la tierra, en la cantidad que considerara oportuna, y esperar razonablemente su pronta entrega en la puerta de su casa”. Pero aquello no iba a durar, por mor de “los proyectos y las políticas de militarismo e imperialismo, de rivalidad racial y cultural”. ¿Les suena?
Keynes estaba en lo cierto al interpretar la Gran Guerra como el final de una era para la economía mundial. Por citar un ejemplo claramente pertinente, en 1913, el imperio ruso era un enorme exportador de trigo. Tendrían que pasar tres generaciones antes de que algunas de las ex repúblicas de la Unión Soviética asumieran ese papel. Y la segunda ola de globalización, con sus cadenas de suministro de alcance mundial posible gracias a los contenedores y las telecomunicaciones, no arrancó realmente hasta alrededor de 1990.
¿Estamos, pues, a punto de ser testigos de una segunda desglobalización? La respuesta probablemente sea sí. Y si bien la globalización tal como la conocíamos tenía aspectos negativos, las consecuencias serán aún peores si, como otros muchos y yo mismo tememos, asistimos a un retroceso significativo del comercio mundial. ¿Por qué está saliendo mal parado el comercio? La chapucera guerra de conquista de Putin ha supuesto, como es lógico, el fin de las exportaciones de trigo de Ucrania, y probablemente interrumpirá también gran parte de las ventas de Rusia. No está del todo claro hasta qué punto se han reducido ya las exportaciones de petróleo y gas natural rusos. Europa se ha mostrado reacia a imponer sanciones a la importación de productos de los cuales, en un acto de irresponsabilidad, se ha permitido volverse dependiente, pero la Unión Europea se está moviendo para acabar con esa dependencia.
Un momento, que hay más. Seguramente no se esperaba que la guerra afectara demasiado a la fabricación de automóviles, pero los coches modernos incluyen un montón de cables que se mantienen en su sitio mediante una pieza especializada llamada arnés de cables, y gran parte de los arneses de cables de Europa resulta que se fabrican en Ucrania.
Así y todo, la decisión de Rusia de convertirse a sí misma en un paria internacional probablemente no habría podido reducir drásticamente por sí sola el comercio mundial, como podría hacerlo China, que desempeña un papel clave en muchas cadenas de suministro, si decidiera replegarse.
Pero, aunque China no haya invadido a nadie (¿de momento?), en ese frente también hay problemas. El más inmediato es que la respuesta del país asiático a la covid, que dio muy buenos resultados en la fase inicial de la pandemia, se está volviendo cada vez más una fuente de perturbación económica. Pekín sigue insistiendo en utilizar vacunas de fabricación nacional que no funcionan demasiado bien y en responder a los brotes con confinamientos draconianos que están causando problemas no solo a China, sino al resto del mundo.
Aparte de esto, lo que Putin nos ha enseñado es que los países dirigidos por hombres fuertes que se rodean de personajes aquiescentes no son socios comerciales fiables. Un enfrentamiento chino con Occidente, económico o militar, sería salvajemente irracional, pero también lo ha sido la invasión rusa de Ucrania. Resulta revelador que, al parecer, la guerra de Ucrania haya provocado una fuga de capitales a gran escala... de China.
Así que, si en este momento son ustedes empresarios, seguramente se estarán preguntando si es inteligente apostar el futuro de sus compañías a la suposición de que van a seguir pudiendo comprar lo que necesiten a unos regímenes autoritarios. Devolver la producción a los países que creen en el Estado de derecho quizás aumentaría sus costes en un pequeño porcentaje, pero el precio podría valer la pena a cambio de la estabilidad de lo que se adquiere.
Si estamos a punto de ser testigos de un retroceso parcial de la globalización, ¿será algo malo? Las economías ricas y avanzadas acabarán siendo solo un poco más pobres de lo que habrían sido en caso contrario; el Reino Unido logró seguir creciendo a pesar del declive del comercio mundial después de 1913. Sin embargo, me preocupan las consecuencias para los países que han conseguido avances en las últimas décadas, pero que serían desesperadamente pobres sin acceso a los mercados mundiales; países como Bangladesh, cuyos logros económicos dependen esencialmente de sus exportaciones textiles.
Por desgracia, estamos volviendo a aprender las lecciones de la Primera Guerra Mundial: los beneficios de la globalización siempre corren peligro debido a la amenaza de la guerra y los caprichos de los dictadores. Para que el mundo sea más rico de forma duradera, tenemos que hacerlo más seguro.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2022. Traducción de News Clips