Bombardeo al comercio para detener la guerra en Ucrania
La probabilidad de conflicto es mayor entre aquellos países que comercian poco bilateralmente
Desde hace poco más de dos semanas, con el inicio de la invasión de Ucrania, muchos nos preguntamos por qué no se pudo evitar. La primera guerra en Europa en el siglo XXI es definitivamente diferente a las guerras del pasado, debido a las vastas interconexiones que unen nuestras economías tanto digitalmente como a través del comercio internacional de bienes y servicios y las cadenas de valor globales. Sin embargo, a pesar de que el comercio ha promovido la paz y la prosperidad a lo largo de la historia, esto no s...
Desde hace poco más de dos semanas, con el inicio de la invasión de Ucrania, muchos nos preguntamos por qué no se pudo evitar. La primera guerra en Europa en el siglo XXI es definitivamente diferente a las guerras del pasado, debido a las vastas interconexiones que unen nuestras economías tanto digitalmente como a través del comercio internacional de bienes y servicios y las cadenas de valor globales. Sin embargo, a pesar de que el comercio ha promovido la paz y la prosperidad a lo largo de la historia, esto no siempre funciona. Así ocurre cuando no hay democracia, los líderes son irracionales, como en Rusia, y las ansias de poder les ciegan ante las desastrosas consecuencias de la guerra.
Lo que nos dice la teoría económica al respecto es que el proceso de globalización ha cambiado la naturaleza de los conflictos. A esta conclusión llegaron en 2008 Philippe Martin, profesor de Economía en Science Po, y sus dos coautores. En su trabajo analizaron las citadas interconexiones entre comercio y conflictos, apuntando que las guerras pueden ocurrir debido a la existencia de información asimétrica; es decir, cuando uno de los potenciales contrincantes tiene más o mejor información que el otro. En este caso, la probabilidad de conflicto es mayor entre países que comercian poco bilateralmente, ya que el coste de oportunidad asociado con las pérdidas comerciales es reducido. No obstante, a la hora de evaluar la probabilidad de conflicto no sólo entra en juego el comercio bilateral entre los implicados en la contienda, sino también la apertura comercial de cada país al resto del mundo. De hecho, una mayor apertura, medida en términos de comercio como porcentaje del PIB, reduce la dependencia mutua y, por tanto, el coste de un conflicto bilateral. Así pues, los autores concluyen que la apertura comercial puede incrementar la probabilidad de conflictos bilaterales con países vecinos.
¿Qué podemos extraer de esta teoría si la aplicamos al conflicto entre Rusia y Ucrania? En primer lugar, Putin tenía más información geoestratégica dada la superioridad de su ejército. En segundo lugar, los datos de comercio bilateral indican que las exportaciones de Ucrania a Rusia han pasado del 25% sobre el total de las exportaciones en 2012 a alrededor del 8% en 2020. Esto ha ido acompañado de un aumento del comercio con la Unión Europea, que casi ha duplicado su peso en las exportaciones ucranias en menos de una década. Una tendencia similar se observa en las importaciones desde Rusia, que se han reducido a la mitad en dicho periodo. Además, la reorientación geográfica no ha sido debida a un cambio en la estructura sectorial del comercio, dado que Ucrania sigue teniendo ventaja comparativa en los mismos productos que hace 10 años. Por último, si nos fijamos en la apertura comercial de Rusia, su comercio exterior representaba el 46% del PIB en 2020, cifra superior a la de otras economías emergentes grandes como India (37%) o Brasil (25%). En resumen, un comercio bilateral escaso y una apertura comercial nada despreciable del agresor nos habrían llevado a concluir que la probabilidad de conflicto era muy elevada ya en 2020. Desafortunadamente, a diferencia de Joe Biden, los líderes europeos no creían que fuera a ocurrir.
Claramente, las consecuencias de la guerra para la economía y el comercio son nefastas, no solo por la destrucción masiva que conllevan tanto de infraestructuras físicas como tecnológicas, sino también en términos de capital humano. Las más inmediatas ya son evidentes con la caída del rublo y el aumento de los precios del crudo y de las materias primas, lo cual afecta a la economía mundial.
Finalmente, volviendo a la pregunta inicial y aplicando la teoría a la inversa, cabe preguntarnos si, una vez estallada la guerra, es posible detener al agresor dejando de comprarle y venderle bienes y servicios de forma masiva. Aunque muchas empresas y gobiernos ya han materializado estas iniciativas, entre ellas Shell e Inditex, no está nada claro hasta qué punto podrán estrangular la economía rusa. No hay que olvidar que las exportaciones energéticas rusas a Europa siguen en marcha y que China sigue comerciando con el agresor, al igual que con otros países bajo su influencia. Pero ¿podría un embargo comercial detener a Putin? Seguramente, si la drástica reducción del comercio con Rusia ya en marcha se extendiera a los productos energéticos importados desde la UE —algo improbable a muy corto plazo—, la apertura comercial rusa caería en picado y podría cesar muy pronto esta guerra inútil.
Inmaculada Martínez-Zarzoso es profesora de las universidades de Göttingen y Jaume I.