Las grandes ciudades españolas chocan con la innovación: “Ni Madrid ni Barcelona saben dónde tienen que ir”
Las principales áreas urbanas de España no han sabido unir todavía a empresas con universidad para crear un ecosistema capaz de competir en el mundo
Pittsburgh fue una de las grandes capitales estadounidenses de la industria del acero. Su equipo de futbol americano, uno de los más laureados de la NFL, rememora con su apodo de Steelers (los acereros, en español) ese legado que la ciudad, obligada o por voluntad, ha aprovechado como fuerza tractora: de la minería pasó a la siderurgia, después llegaron las manufacturas del acero y, tras éstas, los productos industriales sofisticados. Hoy va un poco más allá y con sus apenas 300.000 ha...
Pittsburgh fue una de las grandes capitales estadounidenses de la industria del acero. Su equipo de futbol americano, uno de los más laureados de la NFL, rememora con su apodo de Steelers (los acereros, en español) ese legado que la ciudad, obligada o por voluntad, ha aprovechado como fuerza tractora: de la minería pasó a la siderurgia, después llegaron las manufacturas del acero y, tras éstas, los productos industriales sofisticados. Hoy va un poco más allá y con sus apenas 300.000 habitantes lucha por ser un referente de la robótica vinculada a la inteligencia artificial para cruzar de forma definitiva el umbral de la cuarta revolución industrial. A más de 6.000 kilómetros de distancia, en cambio, las grandes ciudades españolas se baten en esa batalla de la economía del conocimiento sin camino claro y sin casi ningún gran polo tecnológico de primer orden con el que puedan competir globalmente.
“Ni Madrid ni Barcelona ni Bilbao tienen un horizonte claro de hacia dónde tienen que ir en los próximos veinte años”, denuncia sin dudarlo Ramon Gras, investigador de la Universidad de Harvard. Basa su afirmación en la quincena de bases de datos estadísticos que ha utilizado para escribir junto a su socio Jeremy Burke una suerte de manual de urbanismo basado en la ciencia de datos titulado City Science. Performance follows form (Ciencia de la Ciudad. El rendimiento sigue a la forma), publicado por su empresa Aretian y cuyas conclusiones se basan en los resultados obtenidos de un centenar de ciudades. Entre ellas se hallan las tres áreas metropolitanas españolas con una economía más desarrollada y que se sitúan entre las cinco con mayor renta per cápita del país, pero que a nivel global no quedan muy bien paradas: no sobresalen en casi ninguna actividad económica pese a tener fundamentos para hacerlo, importan más de lo que exportan y si bien atraen talento extranjero, este no es de primer orden, probablemente porque tampoco son capaces de generar proyectos con suficiente capacidad de atracción o el salario que sí pagan en otras partes.
“Los mejores de las finanzas no quieren ir a Madrid, sino a Londres o Nueva York, y quienes quieren hacer una industria fuerte piensan en Múnich o Stuttgart, no en Barcelona”, dice Gras. La clave para darle una vuelta, como ha ocurrido en otras ciudades de diferentes tamaños de Estados Unidos, es la capacidad de crear ecosistemas en los que no solo convivan industria y universidades, sino en los que se produzca un intercambio bidireccional de conocimiento y tecnología para alimentar el ciclo virtuoso.
La tónica general en España, sin embargo, es toda la contraria: compartimentación. El caso de Madrid es paradigmático, según Gras, ”con una zonificación muy fuerte”: la industria se ubica en el cinturón sur, la universidad en el noroeste, los servicios y las grandes corporaciones en el eje de los barrios del centro, Salamanca y el paseo de la Castellana y los campus tecnológicos de Telefónica, Ferrovial y Acciona —”un poco anticuados, creados en los años 2000 pero con modelo de los años setenta”, los califica— están alejados tanto de la universidad como de las empresas. No se acaba de aprovechar su poder financiero, ni el hecho de que tenga las mayores constructoras europeas o el sector de las telecomunicaciones que representa Telefónica.
“Lo óptimo sería que hubiera cuatro o cinco zonas en los que confluyeran universidades, entes de transferencia de innovación, incubadoras de startups, grandes compañías tecnológicas de valor añadido e industria, pero la realidad es que Madrid no tiene ni un sistema de innovación avanzado”, critica Gras. “El clúster universidad-empresa en Madrid no existe”, admite José María Ezquiaga, exdecano del Colegio de Arquitectos de Madrid, quien lo achaca a la endogamia de las universidades españolas y sus limitados presupuestos, incomparables a los de los centros más prestigiosos de Estados Unidos. Asimismo, explica que la evolución de las grandes ciudades corporativas no tienen un componente tecnológico porque fueron fruto de “operaciones inmobiliarias de valorización de activos en el centro de la ciudad”: sacar plusvalías del centro y racionalizar gasto en el extrarradio. Pero pese a todo, Ezquiaga subraya que Madrid está en la lista de las grandes ciudades globales, con gran peso del sector financiero y capaz de atraer a multinacionales extranjeras e inversiones inmobiliarias.
A grandes rasgos, Barcelona está atacada por el mismo problema y sufre sus consecuencias. Uno de sus grandes pros es su diversificación y uno de sus grandes contras es la ausencia de picos de excelencia. El riesgo de deslocalización sigue siendo alto para actividades anticuadas y el 20% de la industria manufacturera situada en la zona de influencia de Barcelona está en riesgo de desaparecer. En Madrid ese porcentaje alcanza el 30% y en Bilbao, el 15%, según los datos de Aretian. Y pese a haberse convertido Barcelona en un vivero de startups, apenas el 20% de estas son intensivas en conocimiento. Gras considera que en un ecosistema normal de innovación ese porcentaje se eleva hasta el 70%.
Los análisis de Aretian señalan que de los 750.000 trabajadores de la capital catalana tan solo un 12% trabajan en actividades intensivas en conocimiento y Madrid se puede situar uno o dos puntos por encima. En definitiva, una baja proporción en comparación con otras urbes. París, por poner un ejemplo europeo, se sitúa en un orden del 20%. Según las proyecciones de la compañía, Barcelona creará hasta 2020 unos 27.000 empleos innovadores, muy lejos de los 70.000 necesarios para alcanzar ese 20%. En Madrid, las previsiones apuntan que de los 80.000 empleos que se crearán, solo 20.000 serán intensivos, cuando serían necesarios 140.000.
En el caso catalán, una de las causas de la baja eficiencia es la división de una de las áreas más representativas de Barcelona, la de salud-farmacia (con un buen número de empresas farmacéuticas y de hospitales de referencia), en más de nueve polos distintos, cuando por tamaño la ciudad catalana debería tirar con dos o tres focos de innovación para poder pugnar de forma eficiente con la masa crítica en investigación de otras grandes ciudades. Boston tiene tres que se complementan entre ellos, una suerte de camino hacia la excelencia. “Es que el riesgo de Barcelona es querer hacer de todo y acabar siendo mediocre en todo”, afirma Gras, cuya empresa ha participado en el diseño de dos grandes zonas en la gran área metropolitana catalana para seguir creciendo.
Una se sitúa en la zona limítrofe entre Esplugues y la entrada en Barcelona, alrededor del actual hospital de Sant Joan de Deu y de la futura ubicación del Hospìtal Clínico, ahora enclaustrado en el centro de Barcelona, pero también el próximo eje universitario y las empresas que se puedan instalar, como AstraZeneca, que ya ha anunciado su interés de invertir 800 millones de euros en un centro de desarrollo de nuevas terapias. Según sus cálculos, se podría conseguir una masa de 52.000 empleos, de los que más de un 40% podrían ser intensivos en conocimiento. El segundo eje, también vinculado al sector salud, se sitúa junto a otro hospital universitario de referencia, el Germans Trias i Pujol de Badalona, en torno al cual ya se ha creado una veintena de empresas aprovechando su tirón en los campos de del cáncer, la leucemia, la genética y la investigación vírica. Aretian apuesta por que gane espacio de influencia comiéndose los almacenes de productos asiáticos existentes unos kilómetros ladera abajo y su zona de influencia alcance las tres chimeneas de Sant Adrià del Besòs, una de las pocas zonas libres del continuo urbano barcelonés. Sus cálculos cifran en 32.000 empleados (cuatro veces más que los actuales) lo que podría generar ese nuevo polo.
Ahora el gran eje del conocimiento de Barcelona se sitúa en el 22@, el último éxito urbanístico de Barcelona, en cuyo interior un 60% de empresas se dedican a la innovación. Pero tras 20 años ha envejecido y el Ayuntamiento se plantea modificaciones justo en un momento en el que el atracón de promoción de oficinas (muchas todavía vacías) de los últimos años amenaza con convertirse en un problema. “El 22@ es lo más parecido a un distrito innovador, pero también se cometieron errores, como no tener en cuenta la gentrificación o el desarrollo de más vivienda”, dice Miquel Barceló, a quien muchos señalan como el arquitecto intelectual de ese barrio y que ha concentrado su conocimiento sobre la materia en Distritos innovadores (Pirámide). Una de las cuestiones que plantea Barceló es que, como ocurrió con el 22@ hasta que el Ayuntamiento finiquitó la fórmula, los distritos tecnológicos puedan tener una gobernanza propia.
Los parques tecnológicos del País Vasco tienen una buena reputación entre la industria española. Xabier Arruza, coordinador de Bilbao Urban, cree que el Gobierno vasco sí que ha hecho su trabajo: hizo la diagnosis y apostó por determinados campos de trabajo apostando fuertes cantidades de dinero. Ahora recuerda que la Diputación de Vizcaya está convirtiendo la antigua sede del BBVA, Torre Bizkaia, para transformarla en un punto de reunión de startups, empresas, inversores y centros tecnológicos con presencia de otros entes internacionales para atraer talento. O el proyecto de Zorrotzaurre, donde está previsto crear un centro de inteligencia artificial. “¿Pero podemos ofrecer con todo eso que el talento que se ha ido vuelva? Es una oportunidad, pero necesitamos grandes empresas”.
Viendo la evolución reciente, Gras no confía el futuro de la innovación a las grandes ciudades. “Las ciudades medianas son las que emergen: Boston, Nashville, Austin o Madison, que es una de las ciudades líderes en patentes porque se han centrado en medicina e ingeniería y hace más que Barcelona pese a tener apenas medio millón de habitantes”. Por ello el urbanista apuesta por que Bilbao se ponga como objetivo tener 250 empresas de robótica y 50 con carácter de liderazgo. Y fortalecer su músculo universitario, otro de los déficits que señalan sus modelos. Es la ciudad que más éxito ha tenido para salvar su peso industrial, que es de un 23%, y que mantiene un buen grupo de manufactura fina. Por ello todavía confía en que pueda convertirse en la Pittsburgh europea.
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