Si no hay sustos, buen pronóstico
Sin caer en la ingenuidad ni en optimismos voluntariosos, los escenarios de los catastrofistas para este año quedan en principio descartados
La economía española cerró 2022 mucho mejor de lo augurado. Creció (5,5%) más que los grandes países de la eurozona, sus principales competidores, (y que casi todos los demás). Acabó el año con la mejor inflación (5,7%) entre los países del euro, y también con la máxima creación de empleo, aunque arrastra el peor lastre del pasado. Y la deuda pública se redujo en 5,2 puntos, dato muy notable, hasta situarse en el 113,1% del PIB.
Enero h...
La economía española cerró 2022 mucho mejor de lo augurado. Creció (5,5%) más que los grandes países de la eurozona, sus principales competidores, (y que casi todos los demás). Acabó el año con la mejor inflación (5,7%) entre los países del euro, y también con la máxima creación de empleo, aunque arrastra el peor lastre del pasado. Y la deuda pública se redujo en 5,2 puntos, dato muy notable, hasta situarse en el 113,1% del PIB.
Enero ha sido flojo, siguiendo el ritmo ralentizador del último trimestre del año anterior. La inflación repuntó al 5,9% y el mercado de trabajo perdió 71.000 empleos registrados. O sea, que nadie debe sestear en los laureles precedentes.
No hay que dormirse, ni siquiera aunque las previsiones de invierno de Bruselas para España, desveladas esta semana, sean buenas. Incluso muy buenas en términos comparativos. Manténgase la cautela sobre las incertidumbres actuales y los posibles reveses que torciesen la senda.
El crecimiento del PIB aumentaría medio punto sobre el cálculo de octubre, según Bruselas: hasta el 1,4%. Más del doble que Francia (0,6%); casi el doble de Italia (0,8%) y siete veces más que Alemania (0,2%); y rozando el doble que la UE (0,8%). El Banco de España aumenta esa proyección otras dos décimas, hasta el 1,6%.
Sitúen esas cifras en contexto histórico: la tasa de crecimiento mundial por habitante fue, en promedio, del 0,8% entre 1700 y 2012. Y “no hay ningún ejemplo de país en la frontera tecnológica mundial” que haya ostentado una tasa “sostenida superior al 1,5%” (Thomas Piketty, Le capital au XXI siècle, Seuil, 2013).
Y en cuanto a la inflación sucederá algo parecido. Con un 4,4% de aumento (dos puntos menos que la media de los 27), también acabaría sensiblemente por debajo de Alemania (6,3%), Italia (6,1%) y Francia (5,1%). Estas cifras son clave, porque deben permitir un alza de la competitividad de los productos españoles. Recordemos que el mercado europeo absorbe en torno al 62% de las exportaciones españolas.
De modo que, sin caer en la ingenuidad ni en optimismos voluntariosos, los escenarios de los catastrofistas para este año quedan —toquemos madera frente a cualquier cisne negro— en principio descartados. Muy pocos argumentos tenebristas cosechan aún algún eco, y más bien residual: como el hecho, real, de que todavía estamos por debajo del nivel de PIB anterior a la pandemia, y somos colistas de la eurozona.
Ahora bien, ese apunte negativo (cuya corrección se prevé en este ejercicio) obedece a una razón estructural objetiva, ajena a otras de carácter subjetivo (como la política económica): el peso del turismo. España, subcampeona mundial de este servicio, exhibe también un gran peso de este sector en el PIB total; en torno al 12% directo; y cerca del 25% indirecto.
Distintos cálculos estiman que su desplome en la pandemia y sus estertores supuso entre un 50% y un 60% del total de la recesión. Su recuperación está siendo tan rampante como lo fue su caída.
Hay, eso sí, dos factores subjetivos de ámbito europeo que pueden perjudicar la evolución prevista, según cómo se modulen: la secuencia de alzas de tipos de interés del BCE (prudente; o exagerada) y la reforma pendiente (flexible; o rígida) de las reglas fiscales (sobre déficit y deuda públicos) por el momento suspendidas. Posibles sustos —por definición inesperados— aparte.
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