“Es cierto que un robot no se infecta”. Estas pocas palabras bien podrían resumir el optimismo que genera el desarrollo tecnológico a la hora de evaluar su papel en la lucha contra la pandemia del nuevo coronavirus. Al dejar de lado por un momento cualquier otra consideración social, como el impacto que las nuevas tecnologías tienen sobre el empleo, su autor y portavoz de la escuela de negocios The Valley, Juan Luis Moreno, se dice convencido de que la llegada de la covid ha dado un potente empujón a las nuevas tecnologías. Ejemplo de ello es la robótica, cuya utilización para tareas de atención, información o limpieza trae nuevo impulso de la emergencia sanitaria. O el transporte autónomo de pasajeros o para repartos y, entre muchos otros, el big data y el blockchain para asegurar la continuidad de la cadena de suministro. Pero, ¿hay también tecnologías que, por mucho auge que hubiesen vivido antes del estallido de la crisis sanitaria, están ahora en entredicho porque su uso mal casaría con las medidas de prevención?
Si a finales del siglo pasado la adopción del microchip supuso el primer cambio importante en la evolución de la tarjeta de crédito —anteriormente, para reconocerla y poder operar con ella, se utilizaba la banda magnética—, la llegada de la identificación por radiofrecuencia, en la pasada década, significó olvidarse de tener que introducir este método de pago en el lector. Con acercar la llamada tarjeta contactless al TPV es suficiente. Dada la difusión capilar del smartphone, el paso siguiente, es decir, transformar el móvil en tarjeta bancaria y prescindir del plástico, parecía del todo lógico.
Y así fue. Por lo menos hasta que activar el reconocimiento facial en el móvil para posteriormente sujetarlo a escasos centímetros del lector y pagar la compra de esta manera se convirtió en una amenaza para la salud pública. “Como hay que quitarse la mascarilla para que el dispositivo realice el reconocimiento facial, el riesgo de transmisión del SARS-CoV-2 por transmisión aérea (gotitas y aerosoles) es alto e importante en espacios cerrados y, si no se puede mantener la distancia de seguridad de al menos dos metros, también en espacios abiertos”, explica el jefe de sección de Enfermedades Infecciosas del madrileño Hospital Universitario de La Princesa, Jesús Sanz Sanz. La recomendación de este médico es sin paliativos: “Entre otros sitios, no se debe utilizar el pago a través del móvil en tiendas, supermercados y hostelería”, zanja.
Compartir ya es mala idea
El hecho de que esta modalidad de pago contactless se vea afectada justo cuando las nuevas reglas derivadas de la pandemia imponen evitar el contacto físico, no deja de ser paradójico. El reconocimiento facial para pagos sin contacto —que, para Sanz, “está condenado a desaparecer”— “se ha visto muy afectado por la obligación de utilizar la mascarilla fuera de casa”, admite Moreno. No obstante, más que la tecnología en sí misma —en este caso, el llamado reconocimiento biométrico—, Moreno cree que lo que puede cambiar por efecto de la pandemia es su utilización. Si por cuestiones sanitarias no puede ser a través de la cara, el reconocimiento se hará con otras partes del cuerpo, como “las venas de la muñeca”, en sus palabras. “Pero la biometría ha venido para quedarse”, asegura.
En este sentido, este experto menciona un proyecto de Google para permitir el pago con una autenticación a través de la voz. “Hasta ahora, al hacer una compra, el asistente de Google, que ya tiene el método de pago y la dirección de entrega en el sistema, activaba la opción de seguridad en el dispositivo inteligente para verificar el usuario antes de pagar, lo que implica recibir un aviso en el teléfono y autorizarlo mediante el desbloqueo de la huella dactilar o la cara.
Ahora, Voice Match, el sistema de Google para reconocer a varios usuarios en un dispositivo y proporcionar respuestas personalizadas, puede utilizarse también para autorizar los pagos”, según el informe La sociedad postpandemia de The Valley.
Para Moreno, lo que se está cuestionando realmente es el uso compartido de algunas tecnologías. Ejemplo de ello son las pantallas táctiles que utilizan diariamente miles y miles de usuarios al adquirir su billete de transporte o retirar dinero del cajero automático de un banco, entre otras aplicaciones. “Muchos estudios han demostrado que el SARS-CoV-2 puede permanecer activo en superficies durante varios días, por lo que hay riesgo de transmisión si no se realiza un adecuado lavado de manos después de utilizar las pantallas táctiles compartidas”, subraya Sanz, quien avisa: “El riesgo es menor que por vía aérea, pero no deja de ser importante”. Este facultativo cree que la mejor medida preventiva para evitarlo o aminorarlo es desinfectar las manos con gel hidroalcohólico, antes e inmediatamente después de utilizar la pantalla táctil.
“Lo ideal sería que los establecimientos donde están estas pantallas facilitaran el gel desinfectante, si no, utilizar uno propio”, dice Sanz, al señalar que la higienización entre cliente y cliente con toallitas es “menos útil”. Tampoco recomienda utilizar guantes: “Deberíamos ponérnoslos justo antes de utilizar la pantalla y quitárnoslos inmediatamente después”, razona.
Seguir las medidas de seguridad
“Hasta que dure la pandemia, la pantalla táctil que se comparte está en desuso”, sentencia Moreno, pero el resto de estos dispositivos se siguen utilizando, puesto que “están integrados en el entorno en el que operamos, es decir, ordenadores, tabletas y smartphone”. De la misma manera, están tocados ahora los negocios vinculados a apps como Airbnb y Uber, plataformas que tuvieron mucho éxito antes de la pandemia y en las que el foco está, una vez más, en lo compartido.
La reserva de alojamientos a través de la primera “se ve dificultada por la pandemia”, según Sanz, puesto que “existe riesgo de transmisión para el que contrata y para el que alquila, tanto por vía aérea (los aerosoles pueden permanecer en el aire mucho tiempo si la ventilación no es adecuada) como a través de superficies y objetos, si no se han limpiado adecuadamente”. Asimismo, el alquiler de vehículos de transporte con o sin conductor a través de la segunda y otras similares, “conlleva riesgo de transmisión por vía aérea y a través de superficies si no se cumplen las medidas de seguridad recomendadas”, afirma Sanz.
No obstante, si estas se siguen, “el riesgo, de por sí importante, se minimiza mucho”. Las medidas que sugiere Sanz en el caso del alquiler de alojamientos son “tener solo objetos básicos y que se limpien sin problema, facilitar mascarillas y geles desinfectantes a los clientes y espaciar al menos un día el alquiler entre diferentes usuarios para realizar una limpieza y una ventilación adecuadas”. En el caso del alquiler de coches con conductor, “limpieza periódica del vehículo, uso de mascarilla (conductor y cliente), un pasajero por vehículo y que este tome siempre el asiento trasero, que ambos se laven adecuadamente las manos antes y después de cada viaje, facilitar gel desinfectante y mascarilla en el coche y tener las ventanillas bajadas durante el recorrido para favorecer la ventilación”.
Para Sanz, al contrario de lo que han asegurado hasta ahora las autoridades, “en verano no se habrá alcanzado la inmunidad de grupo y, como muy pronto, al menos hasta finales de 2021 no estará controlada la pandemia y no conseguiremos la inmunidad generada por la vacunación masiva de la población, siempre y cuando no aparezcan variantes emergentes del SARS-CoV-2 que obliguen a elaborar nuevas vacunas y revacunar con ellas”. En este escenario, los límites en la utilización de aquellas tecnologías que pueden entorpecer la prevención de la infección están destinados a perdurar.