Los costes desorbitados golpean al campo
El encarecimiento de la energía o los fertilizantes anula la mejora de los precios, en medio del descontento general del sector y bajo el riesgo del abandono de tierras
La paradoja difícilmente podría ser mayor. El precio mundial de los alimentos más alto en una década coincide, también, con un periodo de enorme —y creciente— frustración en el campo español. Esta aparente contradicción, sin embargo, tiene una explicación sencilla: mientras crecían los precios de venta, también subían —y no menos— los costes de producción, con un resultado neto peor o, con suerte, igual al de unos meses atrás. Se mire a donde se mire —al mar, a la ganadería, al regadí...
La paradoja difícilmente podría ser mayor. El precio mundial de los alimentos más alto en una década coincide, también, con un periodo de enorme —y creciente— frustración en el campo español. Esta aparente contradicción, sin embargo, tiene una explicación sencilla: mientras crecían los precios de venta, también subían —y no menos— los costes de producción, con un resultado neto peor o, con suerte, igual al de unos meses atrás. Se mire a donde se mire —al mar, a la ganadería, al regadío o al secano—, la llama del descontento está más viva que nunca.
El puzle de los costes de producción del sector primario tiene, básicamente, dos piezas: energía —electricidad y combustibles— y fertilizantes. Y todos han subido con fuerza. La luz, dice Pedro Barato, presidente de la organización agraria Asaja, se ceba especialmente con las actividades de regadío y con las lácteas. El gasóleo, por mucho el carburante más utilizado en el sector primario, acumula una subida cercana al 70%, y golpea transversalmente a todo el sector: tractores, barcos pesqueros... Los abonos artificiales nitrogenados —para cuya producción es muy necesario el gas natural— duplican con creces su precio en lo que va de año. Y los que no dependen de esta materia prima, escalan entre un 40% y un 50%.
Las subidas, sin embargo, no se quedan ahí: también golpean en otros frentes, provocando una subida media de los costes de producción en su conjunto que Miguel Padilla, secretario general de COAG, cifra en un tercio más. “Los piensos para el ganado cuestan un 30% más. Las semillas, cerca de un 20%. Y a eso hay que añadir los mayores costes laborales, tras las dos últimas subidas del salario mínimo”, relata Barato. “Ha subido todo y ha subido mucho”.
“Durante la pandemia la cosa no había ido tan mal”, reconoce Lorenzo Ramos, secretario general de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA). “Incluso habíamos visto una recuperación de precios en algunos sectores, como el de las frutas de hueso o el aceite de oliva. Pero desde entonces, los costes de producción no han dejado de subir e incluso en el caso de los alimentos que más han subido, como los frescos, los agricultores están cobrando lo mismo o menos que antes”. El desajuste tiene reflejo, sobre todo, en tres de los sectores más importantes de la actividad agraria: ganadería de leche, herbáceos de secano, frutas y hortalizas en regadío, y, en menor medida, en la actividad pesquera.
Charo Arredondo, ganadera: “No puede valer más un litro de agua que uno de leche”
A sus 63 años, Charo Arredondo tiene las manos curtidas de manejar el tractor para segar los prados, ordeñar las vacas y hacer bolas de hierba por las laderas de La Revilla de Soba (Cantabria). Tuvo siempre muy claro que quería ser ganadera, como sus padres, y seguir viviendo en su pueblo. Su mirada siempre estuvo en la ganadería, tanto que de viaje de novios se fue a visitar explotaciones en Asturias. Hoy, Charo y su marido disponen de una explotación de 80 vacunos de carne y 80 de leche, que ordeña de forma mecanizada con una producción de unos 900.000 litros que gestiona bajo una Sociedad Agraria de Transformación en la que participa su hija María. Dispone de unas 40 hectáreas de prados propios y de otras 30 arrendadas de las que obtiene unas 900 “bolas” de hierba para la alimentación de la ganadería.
“Estoy en esto porque me gusta y volvería a ser ganadera si volviera a nacer. Pero acepto que a mucha gente no le guste vivir en un pueblo donde cada día somos menos y que está en riesgo de desaparecer si se siguen cerrando explotaciones. No quedamos nadie”, desliza. “Los ganaderos de leche hemos estado siempre sufriendo los bajos precios por el poder de las industrias, a las que se añade la guerra de la distribución y la subida de los piensos, la luz, el gasóleo; los zoosanitarios suponen unos seis céntimos más por litro producido, con unos gastos añadidos en mi explotación de unos 3.000 euros mensuales”. No entiende que pueda costar más un litro de agua que uno de leche, con el trabajo —y los costes— que hay detrás de cada brik.
Antonio Costa, agricultor hortofrutícola de regadío: “Se están abandonando las tierras”
A Antonio Costa, de 72 años, el encarecimiento generalizado de insumos le quita el sueño. Añora los tiempos en los que había una tarifa eléctrica agrícola frente a la industrial actual —la luz, dice, le ha subido un 40%— y el agua, un porcentaje similar, con un aumento en los costes de producción del 20%. Cuenta con una explotación de unas 15 hectáreas dedicadas a la producción de cítricos en Alzira (Valencia) y le preocupa que, mientras producir un kilo de naranjas le cuesta 0,18 euros solo percibe 0,12 euros. Achaca buena parte del problema al despegue de las importaciones más baratas que entran, en muchos casos, sin los debidos controles fitosanitarios, “con el riesgo de que aparezcan enfermedades que ya se hallaban erradicadas”.
Como consecuencia de esta baja rentabilidad, dice el también presidente de la Acequia Real del Júcar, se ha derrumbado el precio de la tierra. Y la falta de relevo generacional se ha convertido en un problema de primer orden: nadie, remarca, se quiere incorporar a “una actividad ruinosa y se está produciendo un abandono de tierras cultivadas”.
Eduardo Ausín, cerealista de secano: “Abonos y gasóleo nos comen los ingresos”
Corría 2007 cuando Eduardo Ausín decidía dejar su trabajo en la industria para ponerse al frente de la explotación familiar. Lo hacía a pecho descubierto, sin acogerse a las medidas de apoyo establecidas para los jóvenes agricultores. “Me parecían una bobada, llenas de papeleos, aunque he visto que algunos sí las han conseguido...”, explica década y media después. Hoy, con 49 años, lleva una explotación de poco más de 200 hectáreas, todas de secano y dedicadas casi exclusivamente a la producción de cereales, en Mazuela (Burgos). De ellas, 40 son propias y el resto las tiene arrendadas.
Esta campaña los precios le han sacado una sonrisa picarona: la cebada pasó de las 24 pesetas en que se ha mantenido en los últimos años —en el sector del cereal los valores se siguen expresando en pesetas y no en euros— a cerca de 40, con cifras aún mayores para el trigo blando. “Los precios han estado muy bien, pero al final está siendo lo comido por servido”, cuenta. El litro de gasóleo, uno de sus mayores costes fijos, ha pasado de suponerle poco más de 0,50 euros a más de 0,80. Otro, el de los abonos, ha subido entre un 50% y un 90%.
En sus 200 hectáreas, Ausín estima unos costes añadidos de 8.000 euros esta campaña: 4.000 en gasóleo y otros 4.000 en abonos. “Eso sin contar con los incrementos de precios de semillas, fitosanitarios, talleres de reparación y de los suministros en piezas cuando tienes la suerte de encontrarlos a tiempo...”. Su abuelo Zacarías “tiraba” el abono a mano, cebadera al hombro. Su padre, Fiden, usaba simplemente la abonadora con el tractor. Él utiliza el GPS para ahorrar gasóleo y fertilizantes, para evitar repetir pasadas. Echa en falta, eso sí, mayores facilidades de las administraciones para tener un análisis de cada tierra y abonarla solo con lo necesario cada año en función de su composición y del cultivo.
Primitivo Pedrosa, pescador: “No estamos pudiendo repercutir los costes”
Natural de Carnota pero miembro de la cofradía de Muros (A Coruña), Primitivo Pedrosa, de 45 años, lleva más de media vida dedicado a la actividad pesquera. Sale casi cada día a faenar con su barco de nueve metros de eslora en busca, sobre todo, de pulpo, nécora y camarón, las artes que más domina. Pero si hace unos años eran tres tripulantes —él y dos más— hoy solo son dos. “No se podía asumir: si queremos ser rentables no nos queda otra. Es una carga mayor de trabajo, pero también es un salario y un coste menos de Seguridad Social”, explica resignado.
Tras dos años consecutivos de bajadas en el precio de venta de las capturas, en 2021 este ha subido hasta niveles de 2018. “Los precios nos están acompañando, pero los mayores costes se están comiendo esta mejora. Sobre todo el gasoil: por 400 litros —suficiente para tres semanas de trabajo— pagábamos entre 120 y 150 euros, y ahora son más de 200”. Hay que añadir, además, otras líneas de coste: antes la señalización marítima era gratuita y ahora no. También la recogida del aceite: otros 50 euros. “El mantenimiento del barco también ha subido, de 900 euros a más de 1.000 al año. Es un dinero que no estamos pudiendo repercutir en los precios”.
A Pedrosa también le escama la “incertidumbre normativa”, que está “restringiendo las especies que pueden capturar”, y se queja de que las administraciones están defendiendo con mucho mayor ahínco los puestos de trabajo de la industria que los de la pesca y el resto de sectores agroalimentarios: “Con nosotros parece que todo vale”. Le encantaría, dice, que sus hijos se quedasen con el barco y la actividad, pero lo ve casi imposible: “No creo”, sentencia. “En vez de priorizar la pesca artesanal, el respeto al medioambiente y la protección de las especies, la legislación busca priorizar un modelo de producción que no es el nuestro”.