“La inflación en Argentina nos destruye la vida”
Los argentinos ven con escepticismo los intentos del Gobierno por controlar la subida de precios
La inflación es un mal endémico en Argentina al que ningún gobierno encuentra cura. A tres semanas de las elecciones legislativas, el Ejecutivo encabezado por Alberto Fernández pelea sin éxito por mantener a raya los precios, que aumentaron un 37% en los primeros nueve meses de 2021, y ve cómo se dispara la preocupación en los hogares argentinos. “Mentirosos”, “Chorros” (ladrones) puede leerse en pintadas realizadas en Buenos Aires sobre la propaganda electoral del gobernante Frente de Todos en la que reivindican mejores salarios y t...
La inflación es un mal endémico en Argentina al que ningún gobierno encuentra cura. A tres semanas de las elecciones legislativas, el Ejecutivo encabezado por Alberto Fernández pelea sin éxito por mantener a raya los precios, que aumentaron un 37% en los primeros nueve meses de 2021, y ve cómo se dispara la preocupación en los hogares argentinos. “Mentirosos”, “Chorros” (ladrones) puede leerse en pintadas realizadas en Buenos Aires sobre la propaganda electoral del gobernante Frente de Todos en la que reivindican mejores salarios y trabajos. Las encuestas auguran una nueva derrota de la coalición en el poder tras la sufrida en las primarias del pasado septiembre, pero también ven incierto el futuro inmediato quienes mantienen su respaldo al Gobierno.
“Estamos acostumbrados porque toda la vida tuvimos inflación, a veces hiperinflación, pero es agotador. No se puede planificar nada, la inflación nos destruye la vida”, lamenta Mercedes Sánchez, jubilada, mientras aguarda su turno para comprar verduras en la feria de su barrio de Buenos Aires, Chacarita. Se alegra de que una de sus hijas tomase la decisión de irse a vivir a España en la anterior crisis, en 2001, y anima a los más jóvenes a que sigan sus pasos. Según una encuesta del Centro de Estudios Sociales, siete de cada diez argentinos menores de 25 años preferiría emigrar. “Este país no tiene futuro. El peso no tiene futuro. Mirá este billete de mil, en la carnicería a veces ya no alcanza”, dice Sánchez.
Un billete de mil, el de más alta denominación en Argentina, equivale hoy a 9,5 dólares en el mercado oficial y a poco más de cinco en el paralelo. “Cuando llegué a Argentina, en 2017, el dólar se cambiaba a 17 pesos. Hoy, por cada dólar consigo casi 200″, dice el colombiano Carlos Luna al tomar como referencia el ‘dólar blue’ que se compra y vende en el circuito cambiario extraoficial. “Tengo la suerte de cobrar en dólares porque trabajo para una empresa extranjera, pero la inflación me afecta también. A veces el peso se devalúa rápido, a veces se queda casi quieto, pero los precios siempre suben, cada vez más rápido”.
En el último año, los alimentos han aumentado un 53,6%, un punto por encima de la inflación general. El Gobierno restringió en mayo las exportaciones de carne para forzar un descenso de su precio en el mercado local y la semana pasada decretó congelar el valor de casi 1.500 productos alimenticios básicos hasta final de año, al igual que mantiene sin cambios las tarifas de luz, agua, gas y transporte. Los economistas advierten que esas medidas funcionan sólo en el corto plazo porque aumentan el desequilibrio fiscal y sumarán presión a la inflación de 2022.
El Gobierno intenta también evitar una devaluación abrupta del peso y, con ella, acelerar el aumento de precios. “El Banco Central está comprando dólares, acumulando reservas, tenemos superávit comercial y las exportaciones están creciendo mucho. Tenemos más resiliencia y no menos en el frente externo”, ofreció como argumentos contra la devaluación el ministro de Economía, Martín Guzmán, este lunes. Después de que el Banco Central se deshiciese de 950 millones en reservas para mantener el valor de la moneda argentina, el Gobierno decretó a principios de este mes nuevas restricciones cambiarias, que plancharon de forma artificial la demanda de divisas y han favorecido la recuperación de las arcas de la entidad monetaria en más de 500 millones de dólares.
Sin embargo, los argentinos desconfían del equipo económico del Gobierno. “Todos los políticos son iguales. Sabés cuántas veces dijeron que el que apostaba al dólar perdía y luego devaluaron?”, lanza al aire Sánchez. Como la mayoría de sus compatriotas, cuando pudo ahorrar, compró divisas. Ahora está en la situación contraria: la brusca pérdida de poder adquisitivo en la última crisis le ha obligado a reducir al máximo todo consumo que no sea imprescindible para evitar deshacerse de dólares.
Asistencia estatal
La pandemia de covid-19 agravó la recesión económica que Argentina arrastraba desde 2018 y elevó la población pobre hasta el 42%, casi siete puntos porcentuales más que antes de la crisis. La mayoría de esos hogares dependen de los subsidios estatales y de los comedores gratuitos para no caer en la indigencia.
Una vez que la economía comenzó a reactivarse con el descenso de casos de covid-19 y el avance de la campaña de vacunación, volvió a quedar en evidencia que la recuperación es mucho más lenta que la caída —la cifra de pobreza solo se retrajo al 40,6% en el primer semestre del año— porque el ritmo de aumento de los precios supera al de los salarios. En septiembre, una familia tipo necesitó 70.532 pesos (unos 680 dólares) para no ser pobre en Argentina, más de dos sueldos mínimos. La cifra oficial está basada en un hogar de dos adultos y dos niños propietario de la vivienda.
“Todo cada vez está más caro y si alquilás no alcanza ni para lo básico, que es casa, comida y transporte. Muchos están consumiendo el ahorro ese que se tiene de emergencia, por si pasa algo”, asegura Óscar Quinteros, docente. Para estirar al máximo el sueldo, recurre a compras mayoristas junto a su familia. Esa estrategia, que en Argentina se conoce como “estoquearse”, ha vuelto a repuntar con la crisis: en julio, con el medio aguinaldo recién cobrado, las ventas en los comercios mayoristas crecieron un 7,9% interanual frente al 4,2% de las ventas en los negocios minoristas.
La inflación golpea también a la clase media acomodada, que ve cómo empeora su calidad de vida crisis a crisis, en especial en viajes al extranjero y otros gastos para los que se necesita disponer de divisas. “Fui a Israel en 2016 y me salió 3.000 dólares, que eran como 45.000 pesos. Ahora sería casi 600.000 pesos. El problema no es del país de afuera, sino de la moneda de acá, que cada vez está más devaluada y creo que se va a devaluar aún más”, señala Ricardo, abogado de 61 años, quien prefiere no dar su apellido.
“Creo que la inflación es un negocio, por eso no la quieren solucionar. Es como los préstamos al Fondo. ¿No hay dólares acá? Porque siempre se le pide prestado y después no se puede devolver”, agrega en referencia al préstamo de 44.000 millones de dólares concedido por el Fondo Monetario Internacional a Argentina en 2018, durante la presidencia de Mauricio Macri, que el Gobierno negocia ahora cómo reestructurar. “Esa película ya la conocemos, lamentablemente, y cada shock inflacionario lo único que genera es más pobreza”, concluye.
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