Los nuevos halcones de la inflación
Me alegré cuando Biden propuso su paquete de rescate. Ese dinero irá a manos de gente que realmente lo necesita
Allá por 1992, junto con Lawrence H. Summers, en ese momento economista jefe del Banco Mundial, advertimos de que reducir la meta de inflación anual de la Reserva Federal (Fed) de EE UU del 4% al 2% podría causar grandes problemas. Además de que el 4% no creaba ningún descontento, una meta del 2% aumentaría el riesgo de que la política de...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Allá por 1992, junto con Lawrence H. Summers, en ese momento economista jefe del Banco Mundial, advertimos de que reducir la meta de inflación anual de la Reserva Federal (Fed) de EE UU del 4% al 2% podría causar grandes problemas. Además de que el 4% no creaba ningún descontento, una meta del 2% aumentaría el riesgo de que la política de tasas de interés de la Fed tocara el límite inferior de cero.
Nuestros consejos fueron desoídos. El presidente de la Fed, Alan Greenspan, redujo el objetivo del control de precios al 2%... y desde entonces estamos pagando por ello. Creo desde hace tiempo que muchos de nuestros problemas desaparecerían si pudiéramos readaptar los mercados de activos para que una tasa de inflación del 5% para los fondos federales fuera coherente con el pleno empleo en la etapa final del ciclo de negocios.
Hay tres formas de lograrlo: una es elevar la meta de índice de precios nuevamente hasta el rango del 4%, que prevaleció durante la presidencia en la Fed de Paul Volcker; otra es impulsar la demanda para que la tasa del 5% para los fondos federales en las últimas etapas del ciclo sea coherente con una inversión sólida; y una tercera opción es inundar el mercado con activos seguros del Tesoro para que la prima de los bonos del Tesoro caiga, permitiendo así que aumente la tasa para los fondos federales en las fases finales del ciclo económico.
Cuando el presidente estadounidense Joe Biden ganó las elecciones de 2020 y propuso su paquete de alivio, rescate, apoyo y estímulo de 1,9 billones de dólares, me alegré. Una porción sustancial del dinero irá a manos de gente que realmente lo necesita y la economía tendrá más posibilidades de regresar rápidamente al pleno empleo después de un año de plaga y confinamientos.
Ciertamente, sería mejor si una proporción mucho mayor del Plan de Rescate Estadounidense se dirigiera a la inversión pública, pero, a menos que uno confíe en que diez senadores republicanos estarían dispuestos a impulsar la inversión pública, no se debiera permitir que lo perfecto se convierta en enemigo de lo bueno. Además, el paquete permitiría avanzar con la tercera opción —inundar el mercado con activos seguros—, ¿por qué habría alguien de oponerse?
Aparentemente, hay suficientes motivos por los que muchos comentaristas, a quienes respeto y admiro, se oponen al plan de 1,9 billones. No me refiero a los economistas republicanos profesionales que siempre priorizan las cuestiones partidarias frente a la evidencia, sino a voces ampliamente respetadas como Summers y el ex economista jefe del FMI, Olivier Blanchard. En un comentario reciente para The Washington Post que gozó de amplia difusión, Summers sostiene que: “[...] aunque es muy difícil afirmarlo con certeza, es posible que el estímulo macroeconómico a una escala más cercana a los niveles de la Segunda Guerra Mundial que a los habituales para una recesión dispare presiones inflacionistas que no vemos desde hace una generación, con consecuencias para el valor del dólar y la estabilidad financiera. Esto sería manejable si se puede ajustar rápidamente la política monetaria y fiscal para atender al problema, pero dados los compromisos de la Fed, el rechazo de los funcionarios a considerar siquiera la posibilidad de la inflación y las dificultades para movilizar el apoyo del Congreso para aumentar los impuestos o recortar el gasto, existe el riesgo de que las expectativas inflacionarias aumenten de manera brusca. Las medidas de estímulo de la magnitud contemplada son pasos hacia lo desconocido”.
Summers y Blanchard temen que, al desanclar las expectativas inflacionarias de largo plazo, la escala del estímulo propuesto crearía presiones en los precios que la Fed no podría contener sin causar una recesión. No son los únicos. Harold James y Markus Brunnermeier, de la Universidad de Princeton, y Jean-Pierre Landau, de Sciences Po, afirman que se está creando “un nuevo y peligroso consenso inflacionario mundial”.
Por otra parte, Michael R. Strain, del American Enterprise Institute, sostiene que hay que evitar las subidas de los tipos de interés de la Fed debido a que “la confianza en la capacidad de la Fed para ocuparse de la sintonía fina de la economía es excesiva. Cuando la tasa de desempleo sube un poco, tiende a aumentar muchísimo”.
¿Cómo podemos interpretar estas advertencias? Por lo que veo, todas reflejan el temor a que la Fed pueda verse obligada a elevar los tipos para los fondos federales y llevarlos nuevamente al rango que solíamos considerar normal. Digo “pueda” porque, como los críticos antes mencionados reconocen, las presiones inflacionarias generadas por el paquete de ayudas siguen siendo simplemente una posibilidad, no una certeza. Es igualmente probable que el nuevo gasto termine cubriendo huecos en la demanda agregada.
En todo caso, si algo nos enseñaron los debates de los últimos 15 años sobre el “estancamiento secular” y la “superabundancia del ahorro en el mundo” es que debiéramos tratar de crear las condiciones que permitan una tasa más elevada para los fondos federales. La única explicación que veo para la oposición de los nuevos halcones de la inflación al tamaño del Plan de Rescate Estadounidense es que no confían en que la Fed vaya a elevar los tipos de interés cuando resulte necesario.
Teniendo eso en cuenta, parecen querer mantener indefinidamente la tasa para los fondos federales garantizados cercana a cero, su límite inferior, por temor a que en algún punto supere a la tasa de mercado. Pero eso no tiene sentido, especialmente como argumento para negar asistencia adicional a los hogares estadounidenses en dificultades.
J. Bradford DeLong fue subsecretario adjunto del Tesoro de EE UU, y actualmente es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley, e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas. © Project Syndicate 1995–2021. Traducción de Ant-Translation