La transformación sigilosa que dejará la pandemia en la economía

La covid-19 no trae una revolución, pero acelerará la implantación de grandes cambios que habían empezado a desarrollarse años antes como el teletrabajo, la producción de proximidad y sostenible o el uso de videollamadas

Trabajadores de una fábrica de chips en China, el pasado junio.VCG via Getty Images VCG

Hubo una vez un mundo en que los ejecutivos despertaban en Madrid, se reunían en Londres, y regresaban a dormir a casa. Estados Unidos lideraba el planeta a su antojo. Gobiernos y empresas confiaban a ciegas su aprovisionamiento a las cadenas de suministro de la globalización. Y Bruselas, látigo en mano, amenazaba con sanciones a los países que superaban el 3% de déficit. Casi nadie salía a la calle sin unas cuantas monedas en el bolsillo. Y cuando la tienda de abajo no tenía el producto buscado, se mandaba a pedir y el cliente esperaba pacientemente hasta su llegada. Alargar la jornada en la ...

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Hubo una vez un mundo en que los ejecutivos despertaban en Madrid, se reunían en Londres, y regresaban a dormir a casa. Estados Unidos lideraba el planeta a su antojo. Gobiernos y empresas confiaban a ciegas su aprovisionamiento a las cadenas de suministro de la globalización. Y Bruselas, látigo en mano, amenazaba con sanciones a los países que superaban el 3% de déficit. Casi nadie salía a la calle sin unas cuantas monedas en el bolsillo. Y cuando la tienda de abajo no tenía el producto buscado, se mandaba a pedir y el cliente esperaba pacientemente hasta su llegada. Alargar la jornada en la oficina, anclados a la mesa hasta que el jefe se fuera, incluso podía parecer una buena idea.

Probablemente lo reconozcan. Vivían en él no hace tanto. Y aunque en algunos casos lo viejo no acaba de morir ni lo nuevo de nacer, la sentencia parece dictada. Las respuestas, según los expertos consultados, también: la videoconferencia sustituirá parte de los fatigosos y contaminantes viajes relámpago de ida y vuelta; la deuda ha evitado una recesión de proporciones dantescas y casi nadie discute hoy que los Estados recurran a ella —hay que aprender a quererla, dice Paul Krugman—; China ha ganado metros en su escalada hacia la cima de la economía mundial; las fórmulas de pago sin contacto no harán más que crecer; Amazon seguirá ganando cuota porque su escaparate parpadea dentro de las casas, los nuevos refugios, su stock es casi ilimitado, y queremos nuestro pedido ya; y habrá más días de teletrabajo, aunque convivirá con la presencialidad.

La vida tras el coronavirus “será, en muchos aspectos, una versión acelerada del mundo que conocemos”, escribe Fareed Zakaria en Ten Lessons for a Post-Pandemic World Diez lecciones para un mundo postpandemia—. Esa visión es ampliamente compartida. “Hay gente que piensa que vamos a tener cambios más radicales. Pero hoy por hoy no creo que vaya a producirse una revolución”, sostiene al teléfono André Sapir, del think tank bruselense Bruegel.

La referencia temporal no es inocente. No han desaparecido por completo las opciones de un escenario b, más negativo, en que la pandemia se cronifica por mutaciones inesperadas; la economía abre y cierra como un yoyó, según los contagios; las escuelas y universidades no logran la continuidad necesaria para dar valor a sus títulos; el desempleo aumenta y la calle percibe una gestión deficiente por parte de la clase política. El fantasma populista estará ahí, a la vuelta de la esquina, para sacar réditos. Y del riesgo político al económico hay solo un paso.

Pero respiremos. Todavía es 2021, el año de las vacunas efectivas incluso contra las nuevas cepas. El final de un cuento de terror para contar a hijos, nietos y demás generaciones por venir que ha de concluir con el triunfo de la ciencia.

Si el control del virus acaba siendo cuestión de meses, los efectos de su devastadora presencia serán notorios, pero no dejarán irreconocible el suelo que pisamos. El analista belga vaticina entre las transformaciones fundamentales una de raíz tecnológica, con muchas empresas y organismos públicos permitiendo hasta dos días de teletrabajo semanales, y aplicaciones como Zoom comiéndose parte del pastel de los viajes de negocios. Esos cambios llevan aparejados una ristra de consecuencias económicas: ¿Se esfumarán parcialmente los gastos de viajeros de negocios y congresos con que hasta ahora contaban aerolíneas, hoteles y restaurantes?

Sébastien Maillard, presidente del Instituto Delors, un laboratorio de ideas con sede en París, se pone de ejemplo a sí mismo para ilustrar esa nueva realidad. “Hace unos años fui a Madrid, hablé media hora en un acto, y volví a Francia. Hoy creo que no haría eso. Intervendría desde Zoom y no iría a Madrid. Y eso además tiene efectos sobre el equilibrio mental y la huella de carbono”.

No se trata solo de que el mensaje pueda transmitirse igual de nítido a través de la pantalla. Es lo que sucede antes y después. Aunque la conciliación ha sido en muchos casos una pesadilla para los padres, obligados a tener un ojo en la pantalla y otro en los menores en el a veces reducido espacio doméstico, Maillard cree que los tiempos difíciles, con pérdidas de parientes cercanos y congelación de la vida social, ha propiciado un fortalecimiento de los vínculos afectivos familiares. “Muchas familias se han redescubierto gracias al confinamiento al pasar más tiempo en casa con sus hijos. Los padres no querrán perder esa nueva relación. El equilibrio entre trabajo y vida personal será un valor buscado”. Eso sí, advierte de que el trasvase hacia el teletrabajo, las telecompras y la telemedicina obligará a reforzar la seguridad contra los ciberataques.

La autonomía para trabajar fuera de la oficina plantea otras preguntas. ¿Será necesario seguir construyendo rascacielos de oficinas? ¿Ha tocado techo la población de las metrópolis? El número de ciudades de entre 5 y 10 millones de habitantes se ha más que duplicado desde 1990, aquellas de más de 10 millones han pasado de una decena ese año, a 33 en 2018, y serán 43 en 2030, según proyecciones de la ONU.

La pandemia, junto a los altos precios inmobiliarios, los problemas de tráfico o la contaminación, amenazan con trastocar esa tendencia. Aunque otras grandes urbes crecen, Nueva York y París ya perdían población antes de la pandemia. Y Maillard percibe que el virus ha hecho crecer el interés por establecerse en ciudades francesas pequeñas y medianas. Barclays, en un informe titulado La economía postcovid, no cree sin embargo que vaya a producirse un éxodo masivo. “Aunque una desurbanización a gran escala es muy poco probable, el interés podría trasladarse hacia ciudades más pequeñas, menos densamente pobladas”, señala el banco. Ignacio de la Torre, economista jefe de Arcano, cree en cambio que en España la escapada no será significativa más allá de desplazamientos puntuales a suburbios de las grandes ciudades.

Un nuevo rearme de lo público

El homo tecnológico en gestación será también un homo sanitario. La pandemia será, sin duda, un argumento utilizado durante años o décadas cuando algún gestor reduzca partidas de salud y haya protestas. André Sapir, de Bruegel, aguarda un repunte estructural del gasto instigado de abajo arriba, pero los recursos son finitos, lo que colocará a la clase política frente a un dilema: “En muchos países europeos la tendencia era recortar en sanidad, algo comprensible porque hemos hecho progresos que nos permiten vivir más tiempo, pero que entrañan una serie de patologías que son caras, sobre todo en los últimos diez años de vida. Eso se acabó. Ya no será posible hacer más recortes. Los ciudadanos exigirán más camas de hospital y el presupuesto sanitario como mínimo se mantendrá. Eso crea un problema político: o se recortan otros gastos o dejamos aumentar el gasto público”.

Su prestigio ya era alto, pero ¿ascenderá aún más la reputación del personal sanitario? Hay expertos que apuntan a subidas salariales en los empleos esenciales que han cuidado de la humanidad en circunstancias extremas. El eurodiputado socialista Javi López coincide en atisbar un nuevo rearme de lo público. “El Estado protector es el inesperado ganador de la pandemia. Ha aumentado la demanda de un Estado eficaz y ha puesto en valor sus prestaciones universales. Es un cambio en su favor tras 40 años de reducción de su rol”.

Europa se dio cuenta de su fragilidad cuando vio expandirse el virus mientras esperaba los aviones chinos cargados de material sanitario. Hubo retrasos, reventas de material al mejor postor y retenciones en alguna escala, como sucedió en una tortuosa parada en Turquía en que se temió que 150 respiradores con destino a España fueran requisados. El mercadeo y los precios inflados tocaron el orgullo de países como Francia, con el presidente Emmanuel Macron hablando abiertamente de relocalizar industrias estratégicas. Los problemas de abastecimiento sanitario están también en el epicentro de la distribución de las vacunas, y han golpeado a otros sectores más recientemente: la industria del motor se ha visto obligada a frenar su producción por la falta de chips en el mercado internacional ante el boom de compras de computadoras, teléfonos inteligentes y consolas de videojuegos por las restricciones pandémicas y las Navidades. Y la escasez de contenedores en Asia ha encarecido y retrasado los envíos, un problema del que algunos culpan a las navieras, y estas al espectacular crecimiento del comercio electrónico.

¿Marcha atrás en la globalización?

Esos contratiempos en el momento de la verdad han alimentado la desconfianza y convertido la palabra desglobalización en una de las más sonoras del nuevo mundo que algunos dibujan. Barclays estima probable que las empresas traten de ser menos dependientes de China, diversificando sus cadenas de suministro hacia otros países asiáticos, o incluso tratando de favorecer la creación de proveedores nacionales. Según sus datos, el gigante asiático supone más del 18% de las importaciones de EE UU, más del 20% para la UE y más del 23% para Japón. Y ese porcentaje se dispara por encima del 50% cuando se trata de productos electrónicos y maquinaria.

Pero los expertos dudan de que la relocalización vaya a ser de gran calado, y la ciñen al ámbito médico. Sapir ve la idea inútil. ¿Cómo podemos producir en casa material para pandemias desconocidas o desastres por venir? “En el último año, las relocalizaciones han sido absolutamente marginales. Podemos empezar a producir mascarillas en nuestros países, pero más adelante el problema será otro. No tiene ningún sentido. Podemos hacer una lista de 20 productos esenciales en los que hay que tener más capacidad doméstica, pero eso no va a alterar el comercio internacional”, apunta el experto. Para Ignacio de la Torre, de Arcano, la diferencia entre lo que cobra un empleado chino y otro occidental por hacer lo mismo “sigue siendo brutal”, lo que desincentivará el regreso, o en todo caso lo limitará a otros países de bajos salarios.

El historiador canadiense Quinn Slobodian, profesor del Wellesley College de Massachussets, que acaba de publicar en España su obra Globalistas. El fin de los imperios y el nacimiento del neoliberalismo (Capitan Swing) ve positivo un cambio hacia la producción just in case (por si acaso) en lugar del modelo actual de importación just in time (justo a tiempo), carente de almacenaje, seguido por industrias como la automovilística. El académico estadounidense cita como ejemplo el intento de la UE de crear una batería para coches eléctricos totalmente europea. “También podemos ver una versión de chovinismo económico en la resistencia a que empresas chinas como Huawei construyan redes 5G. Hay potencialmente algo bueno en estos desarrollos en el sentido de que el libre comercio ya no aparece como la única opción posible”, opina.

El eurodiputado de Los Verdes, Ernest Urtasun, constata un cambio de mentalidad en el seno de la UE. “Nunca antes habíamos tenido debates sobre la autonomía estratégica de la UE. Estaba establecido de forma mayoritaria que la globalización y el libre comercio, sin límites y sin gobernanza, era positivo para la UE. Ahora esto está cambiando, y abre nuevas oportunidades para sectores industriales estratégicos en ámbitos como la biomedicina, la energía o la movilidad”.

Su grupo político, el ecologista, ha crecido con fuerza en el continente, y aspira incluso a formar parte del próximo Gobierno alemán, lo que podría otorgar un inmenso poder a unas ideas, las de la preservación del planeta, que ya han sido asumidas parcialmente por otras fuerzas políticas. Urtasun da por hecho que los coches y motos de combustión desaparecerán y crecerán los puntos de recargas de coches eléctricos. “El transporte y la movilidad serán fundamentalmente eléctricos en pocos años y eso será un cambio muy visible y de mucho calado. Las políticas de mejora de calidad del aire, del agua y de protección de la biodiversidad cambiarán los paisajes urbanos y rurales”.

Más desigualdad

La UE dedicará al tránsito a las renovables buena parte del plan de reconstrucción financiado por la primera emisión de deuda conjunta en la historia del club comunitario. La transformación se ha dotado de un fondo de transición justa para no dejar atrás a los trabajadores de industrias contaminantes destinadas a desaparecer, cuyo prototipo es el minero polaco. La pandemia ha puesto nuevas piedras en el camino: el desempleo ha crecido, y se teme que el auge de la robotización, que eleva la productividad sin necesidad de distancia social ni cuarentenas, unido al cambio a una economía libre de emisiones, que obligará a reinventarse a miles de trabajadores, provoque más paro.

“La inteligencia artificial ya impulsa muchas de nuestras aplicaciones y sitios web favoritos, y en los próximos años conducirá nuestros coches, gestionará nuestras carteras, fabricará gran parte de lo que compramos y sus consecuencias podrían dejarnos sin trabajo”, dice el empresario Kai-Fu Lee en su libro Superpotencias de la inteligencia artificial (Ediciones Deusto). La fe en sus posibilidades es compartida también por la Comisión Europea. “Cambiará nuestras vidas, pues mejorará la atención sanitaria, por ejemplo, incrementando la precisión de los diagnósticos y permitiendo una mejor prevención de las enfermedades”, dice el libro blanco de Bruselas sobre el tema.

André Sapir ve semejanzas con lo que sucedió en la crisis petrolera de los años setenta. “Hubo mucho desempleo y poco a poco las cosas fueron a mejor. Ahora tenemos el shock de la pandemia, y si le añadimos el cambio tecnológico y la transformación climática puede crear problemas de adaptación que golpeen el empleo. Pero no durarán eternamente. El problema es que si bien diez años en la vida de un país no son nada, es mucho en la de un ciudadano”.

El debate sobre la desigualdad puede recrudecerse en un entorno así. Los confinamientos han generado dos clases. Por un lado, los asalariados con posibilidad de teletrabajar han llevado el ahorro a máximos. Siguen cobrando la nómina, y gastan menos en ocio, viajes u hostelería. Frente a ellos, los autónomos de sectores presenciales, desempleados, y jóvenes que tratan de acceder al mercado laboral, están pagando la factura de la crisis, lo que ha llevado al Estado a aumentar las ayudas. Pero la desigualdad en eso también es geográfica. Mientras EE UU envía cheques a millones de sus ciudadanos y Alemania entrega ayudas directas a los más afectados, otros países carecen de un margen tan amplio para gastar.

Los inversores han asumido el crecimiento exponencial de la deuda sin parpadear. Las primas de riesgo siguen por los suelos gracias a los bajos tipos de interés. Pero Sapir cree que es pronto para cantar victoria: “Italia tiene un crecimiento estancado desde hace mucho y problemas políticos recurrentes. Súper Mario Draghi puede salvar el país por unos meses, pero ¿qué pasará luego? ¿Acaso Italia va a cambiar radicalmente, empezar a crecer y solucionar problemas endémicos? Si los mercados zozobran por su deuda, la inestabilidad y el bajo crecimiento, puede ser un problema para la zona euro. Grecia era una economía minúscula y se hablaba de ella a diario en periódicos de todo el mundo”.

El ascenso chino

La gran amenaza geopolítica del siglo XXI, sin embargo, será la competencia entre Estados Unidos y China por la hegemonía mundial. “La pandemia ha profundizado las tendencias ya en marcha en lugar de crear nuevas direcciones. Aquí pienso especialmente en el ascenso al dominio económico de China. La inseguridad sobre el desafío chino es muy profunda entre la élite estadounidense y está comenzando a llegar a los estadounidenses promedio, que lentamente se están dando cuenta de que su país ha dejado de ser el dínamo del capitalismo global. La recuperación de China ha sido mucho más rápida que la de EE. UU. Y han gestionado la pandemia de forma mucho más eficiente”, opina el canadiense Quinn Slobodian.

Esa competencia geopolítica de alto voltaje está destinada a marcar las próximas décadas, pero esta nueva Guerra Fría no tendrá nada que ver con la anterior según Sapir, que acaba de publicar el libro China and the WTO: Why Multilateralism Still Matters. A diferencia de lo sucedido con la URSS, no es posible cortar los puentes con el primer exportador de bienes del mundo. “Hay dos cosas diferentes que podemos esperar en la actitud de Joe Biden sobre China: por un lado, reconocer que siempre estará ahí y EE UU no puede derrotarla sino que debe convivir con ella, y por otro, cooperar con la UE para crear un frente único que presione a China para que se parezca más a nosotros”.

El fin de la Primera Guerra Mundial trajo el derrumbe de los Imperios, el de la Segunda, el nuevo orden multilateral y una edad dorada del capitalismo. ¿A qué periodo se asemejará la postpandemia? En esto, casi nadie se pone de acuerdo. Maillard ve paralelismos con las posguerras mundiales. Para Urtasun, “aún no sabemos si se parecerá más al New Deal, o a los cambios lampedusianos [que todo cambie para que todo siga igual] que vivimos tras la crisis financiera en 2008″. Slobodian lo compara con la crisis petrolera de los años 70, cuando el mundo industrializado se dio cuenta de repente de cuán dependiente había sido su estilo de vida de la energía barata. “Había una ambición de repensar el mundo en esa década que se corresponde con lo que yo esperaría, en mis momentos más optimistas, que pudiera seguir a la pandemia”.

Los billetes de avión, más caros

Las aerolíneas han lidiado con enormes turbulencias en lo que va de siglo: los atentados del 11 de septiembre derivaron en la prohibición de introducir líquidos en los aviones, la Gran Recesión propició la quiebra de varias aerolíneas, y las cenizas expulsadas por un volcán islandés en 2010 trastocaron los vuelos transatlánticos durante semanas. Ninguna de ellas es sin embargo comparable a la magnitud del zarpazo de la pandemia. ¿Qué cambios traerá? Jennifer Janzen, de Airlines for Europe, la patronal del sector, atisba dos modificaciones fundamentales: En primer lugar, cree que los billetes serán más caros: "Es la peor crisis para la aviación desde la Segunda Guerra Mundial. No todas las aerolíneas sobrevivirán. Eso puede traducirse en que haya menos vuelos y una mayor presión sobre los resultados de las aerolíneas, lo que podría hacer subir los precios". Además, estima que se implantarán nuevos requisitos para volar: "Enseñar el certificado de vacunación en formato digital quizá se convierta en parte de la experiencia de viajar, igual que sacar los líquidos os pases de vacunación deberían permitir a los viajeros evitar las restricciones de viaje en el futuro. Mientras tanto, veremos un aumento de las pruebas rápidas de antígenos, ya que son más baratas que las PCR y sus resultados se obtienen más rápido".

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