La pandemia sacude los cimientos de la economía peruana
Tras ser uno de los motores de la región en el último lustro y haberse sobrepuesto a la crisis política, el virus provocará una contracción de doble dígito este año, la mayor de entre los grandes países de la región. En 2021 llegará la recuperación
Lo que una eterna crisis política no pudo erosionar, lo hará descarrilar el coronavirus. La economía peruana será la más golpeada de América Latina (y una de las más dañadas del mundo) en este 2020 marcado a fuego por el coronavirus, que dará al traste con uno de los pocos casos de éxito económico reciente en el panorama regional: el patógeno ha desbordado la capacidad de resistencia del sector productivo peruano. La pandemia ha ...
Lo que una eterna crisis política no pudo erosionar, lo hará descarrilar el coronavirus. La economía peruana será la más golpeada de América Latina (y una de las más dañadas del mundo) en este 2020 marcado a fuego por el coronavirus, que dará al traste con uno de los pocos casos de éxito económico reciente en el panorama regional: el patógeno ha desbordado la capacidad de resistencia del sector productivo peruano. La pandemia ha echado raíces en América Latina, una de las regiones menos afectadas en los primeros compases de emergencia global, y Perú va camino de ser, por mucho, la mayor víctima continental en lo económico, con una caída del PIB que la mayoría de analistas ya sitúa en el doble dígito este año.
El país sudamericano se enfrenta a un choque múltiple. Como exportador de materias primas (muy especialmente, cobre) sufre el zarpazo de unos precios y unos volúmenes de intercambio por los suelos; el confinamiento estricto está cortocircuitando el consumo por mucho más tiempo del inicialmente previsto y provocando una riada de despidos; y la altísima prevalencia de la informalidad (el 70% de los trabajadores no tienen contrato de trabajo, una cifra enorme incluso a escala regional) termina de complicar aún más las cosas. Ese cóctel tiene un único resultado: el país andino está, según ha reconocido en esta semana su presidente, Martín Vizcarra, ante la mayor crisis económica de su historia.
Los últimos datos mensuales disponibles, de abril, dejan poco espacio para la duda: la contracción es enorme. En el cuarto mes del año la economía se despeñó un 40,5% interanual, más de lo previsto por la mayoría de analistas, con amplios sectores productivos completamente paralizados. Una caída “generalizada”, como reconoce Ismael Mendoza, de BBVA Research, que ha duplicado el desempleo y que se prolongará durante al menos dos meses más: mayo y, en menor medida, junio también sufrirán los rigores de la crisis. “Para dimensionar un poco, Chile registró una contracción de 14% en abril. El empleo también se ha contraído tremendamente, opacando las perspectivas de una recuperación rápida", desgrana Pamela Ramos, de Oxford Economics. "Desafortunadamente, con el país aún sin alcanzar el pico de infecciones, la recuperación también podría verse impactada”.
La respuesta fiscal ha sido rápida y cuantiosa, una de las mayores de la región. Pero insuficiente para contener la magnitud de un golpe que nadie tenía en su hoja de ruta: el crecimiento que le pronosticaban para este año, superior al 2%, se ha convertido en un -12% de pesadilla, según la última proyección del Banco Mundial, publicada la semana pasada. Una cifra que no le suena “nada exagerada” a Alonso Segura, ministro de Economía en tiempos de Ollanta Humala. “Es, de hecho, más bien conservadora”. Su previsión central es, atención, un desplome del 15% en el año en curso.
El Gobierno de Vizcarra está convencido de que podrá generar al menos un millón de puestos de trabajo con un, sobre el papel, ambicioso plan de obra pública recién anunciado. Pero Segura lleva el foco de sus críticas a la ausencia de una estrategia completa para enfrentar lo que se viene encima. “Ha habido mucho anuncio y poca política fina”, dice. Las políticas de liquidez a empresas, vitales para su supervivencia, se han quedado —a su juicio— cortas y se ha hecho “poco” para evitar una avalancha de despidos masivos como la que se está produciendo. En la misma línea, el economista Néstor Valdivia cree que las soluciones propuestas no han sido acordes a la realidad, han obviado al campo: ni han garantizado el apoyo a la micro empresa ni han utilizado la experiencia de los sistemas de microfinanzas, agrega.
La mayoría de pequeños negocios, los que peor lo están pasando, han quedado al margen de las ayudas oficiales. Luis (nombre ficticio: habla bajo condición de anonimato) regenta una cafetería en un distrito de clase media en Lima. Con ocho empleados, algunos de ellos asilados venezolanos, tuvo que echar el cierre con el inicio de la cuarentena. “Los sueldos de abril los pagamos con ahorros, y desde mayo organizamos una olla común para los trabajadores porque algunos no tienen red en Lima: al menos tienen una comida, pero no reciben ninguna otra ayuda: son invisibles”, describe. El Ministerio de Economía creó un programa de préstamos de la banca comercial garantizados por el banco central, para respaldar la cadena de pagos. 71.000 empresas lo han obtenido ya, pero las cifras son muy desiguales: solo una pequeñísima parte ha ido a la micro y pequeña. “Pese a que hemos parado estos meses, las compañías de agua y luz promediaron los recibos anteriores y debemos más de 1.500 dólares. Pensábamos recibir un préstamo, pero no lo aprobaron”. Tras varias semanas sin respuesta, los gestores del banco se sinceraron: preferían clientes grandes. “Ahora tenemos el permiso sanitario para reabrir, pero no capital”, cuenta desde la puerta del banco.
La crisis revela un Estado disfuncional
En abril, el Gobierno peruano puso en marcha un ambicioso programa de subsidios o bonos para permitir que las familias de menos recursos pudiesen afrontar lo más duro de la cuarentena. A día de hoy, en cambio, miles aún no lo han recibido y la ministra de Economía, María Antonieta Alva, ha reconocido que el sector público no tiene padrones adecuados para llegar a quienes lo necesitan.
El caso de Clavel Celis Lancha, cocinera de 36 años, muestra las carencias del Estado peruano. Viajó a Lima desde la selva baja de Cusco para una cirugía como usuaria del Seguro Integral de Salud (estatal). Coincidió con el inicio de la emergencia sanitaria. “Me retorcía de dolor y no me atendían por la pandemia, decían que en agosto. Un médico que me examinó le dijo a mi hermano que me llevaran de urgencia a un particular. Mi esposo se prestó dinero y me operaron: costó 1.050 dólares [algo más de 930 euros]”, relata. En pleno toque de queda, a los 23 días de la cirugía no tenía dinero y se vio obligada a usar el subsidio, de algo más de 103 dólares, íntegramente en medicinas. Salió de Lima el 25 de abril y llegó a su casa el miércoles pasado, según cuenta desde Pichari (Cusco). “Ha sido una travesía”, describe la mujer tras tres cuarentenas y 780 kilómetros por costa, sierra y selva a pie, en autobús y motocicleta. Durmió en la carretera y pasó varios días sin alimento o comiendo en olla común con otros desplazados con quienes hizo grupo para volver a su región, una odisea que compartió con 200.000 peruanos que han intentado ir de las ciudades al campo tras perder su empleo o haber viajado por razones médias o de estudios.
René Vivanco Rimayhuaman es agricultor en la comunidad campesina de Payanca, en Apurímac (sur), muy cerca de la mayor inversión china en Perú, la mina Las Bambas. Este año no ha logrado vender su cosecha. “Uno puede sacar 2.800 dólares con cinco o seis toneladas de producto, pero no había transporte al mercado ni pase en la carretera”, cuenta a EL PAÍS. La mayoría de sus vecinos recibe el subsidio bimestral de 71 dólares para ancianos en situación pobreza o el subsidio bimestral de 57 dólares para familias pobres con niños en edad escolar. “Casi no han llegado los bonos de la cuarentena porque excluyen a los que reciben dinero de los programas sociales”, explica. “Cuando declararon el estado de emergencia se olvidaron de algunos sectores: aquí 120 agricultores hemos perdido la campaña agrícola. Y, a pesar de estar tan cerca de una de las minas más grandes del Perú, estamos abandonados, no tenemos proyectos sostenibles ni sistema de riego”.
A la espera del rebote
Todo apunta a que el año que viene la economía peruana resurgirá de las cenizas, con un crecimiento de hasta el 7%, según el Banco Mundial, por mucho el mayor de entre todos los grandes países latinoamericanos. Pero el rebote estará casi íntegramente influido por el efecto base (cuanto más dura es una caída, más rápida es la recuperación posterior) e insuficiente para cerrar todas las heridas en un solo año: tendrá que esperar, como mínimo, a 2022 o 2023. “Va a ser una recuperación rápida primero, pero luego va a ser mucho más lenta”, valora Segura. “El recorte de empleos va a golpear al consumo y puede hacer más difícil la recuperación. También en los bonos [de ayuda] a hogares, un aspecto en el que el Gobierno ha estado mejor, hay muchos beneficiarios que siguen sin recibir nada y otros muchos que no saben por cuánto tiempo lo van a recibir, lo que también condiciona muchas decisiones de consumo”. Pese a la crisis, Perú, completa Ramos, de Oxford Economics, parte de un punto “más favorable que otras economías en la región”, lo que debería propiciar una recuperación “eventualmente” algo más acelerada que en los países vecinos. Pero a estas alturas, todo lo que no sea pensar en el hoy y, a lo sumo, en el mañana, es lo más parecido a construir castillos en el aire.
Las buenas noticias llegan del lado de las finanzas públicas. Pese al notable paquete de estímulo puesto encima de la mesa (grande a escala emergente, aunque pequeño en comparación con Occidente), las cuentas públicas no deberían sufrir grandes daños en los próximos ejercicios. “Debería ser capaz de sobrevivir confortablemente con una deuda más alta, sin necesidad de tener que recurrir a medidas de austeridad”, apunta William Jackson, de Capital Economics. “Entró en la crisis con unas finanzas públicas fuertes, los tipos de interés son bajos [paga menos por financiarse que Brasil, México y Colombia] y es improbable que la deuda vaya mucho más allá del 40% del PIB”.
El margen de acción monetario también es sustancialmente mayor que en otros países del área. “Los países con instituciones macroeconómicas más fuertes, como Chile, Colombia y el propio Perú, están mejor posicionados para embarcarse en programas de expansión cuantitativa más ambiciosos”, desliza Martín Castellano, del Instituto de Finanzas Internacionales. En otras palabras: sus bancos centrales pueden poner en marcha programas más ambiciosos de compra de deuda para aliviar la potencial presión de los mercados sobre el erario. El mayor batacazo económico en muchas generaciones así lo exige.