La deuda se llama Guindos

El vicepresidente del BCE no debe aplicar distintas varas de medir al ministro que fue y a los rivales políticos que lo sucedieron, sería hacer partidismo desde el banco central

Luis de Guindos, vicepresidente del Banco Central Europeo, junto a la presidente de la entidad, Christine Lagarde, durante una conferencia en Fráncfort.Elmar Kremser/SVEN SIMON (GTRES)

La Comisión opina que el nivel de la deuda pública española baja “de forma lenta”. El BCE y el FMI también alertan. No gritan, pero reclaman prudencia. Con razones. En caso de recesión repentina, los más endeudados disponen de menor “espacio fiscal”: para emitir más deuda y afrontarla con inversiones reactivadoras. Y los mercados son volátiles, los especuladores contagian sus miedos en manada, como en la última gran crisis.

Pero conviene guardar ponderación. Y evitar el conflicto de interés ideológico...

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La Comisión opina que el nivel de la deuda pública española baja “de forma lenta”. El BCE y el FMI también alertan. No gritan, pero reclaman prudencia. Con razones. En caso de recesión repentina, los más endeudados disponen de menor “espacio fiscal”: para emitir más deuda y afrontarla con inversiones reactivadoras. Y los mercados son volátiles, los especuladores contagian sus miedos en manada, como en la última gran crisis.

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Pero conviene guardar ponderación. Y evitar el conflicto de interés ideológico. El exministro de Economía con Mariano Rajoy y actual vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, enfatiza las alertas. Un día reclama “colchones fiscales para preparar la siguiente crisis” pues suelen ser “particularmente importantes en países con elevada deuda pública” (5/10).

Otro, que “los tipos de interés no van a ser siempre tan favorables” (13/12). Debería cuidar la coherencia, pues no hace tanto, aún ministro, ensalzaba la calidad de la deuda española: “Es tan relevante, que lógicamente no necesita pagar a ningún agencia de ráting” (23/1/2018).

La credibilidad requiere recordar que una cosa es predicar (por ejemplo, hoy) y otra dar trigo (ayer). El disparo exponencial de la deuda pública se produjo bajo el mandato de Guindos. La triplicó desde su nivel más bajo (35,8% del PIB en 2007, con Zapatero) y le añadió 30 puntos: recibió la correcta herencia de una deuda situada en el 69,9% (final de 2011) y la entregó deteriorada (hasta la cima histórica del 99,2%) a su sucesor en el primer trimestre de 2018.

Es verdad que aquel Gobierno debió afrontar pagos retenidos a proveedores y culminar el rescate bancario iniciado por sus antecesores: pero no pide benevolencia quien no la otorga a quien le antecedió en los peores momentos, las dos puntas de la Gran Recesión (2008 y 2011).

Así que Guindos apellida al nivel más alto de la deuda española en este siglo. Desde el supervisor europeo, no debe aplicar distintas varas de medir al ministro que fue y a los rivales políticos que le antecedieron o sucedieron, sería hacer partidismo desde el banco central. El pecado de poca independencia es mortal, según sus Estatutos.

Sobre el fondo de la cuestión, lean a un economista ortodoxo, como Kenneth Rogoff: “Hay buenas razones para invertir ahora en proyectos de infraestructura y educativos; mientras los Gobiernos sigan criterios de gestión razonables, los bajísimos tipos de interés actuales ofrecen grandes oportunidades” (PS, 6/12). Si no se exagera.

Discutamos qué parte del enorme ahorro en la factura (media) de la deuda (que se ha reducido en ocho años del 4,07% al suelo récord del 2,19%) debe aplicarse a reducir su cuantía, y cuál al relanzamiento.

Los superrigoristas ordoliberales alemanes reclaman que todo a sanear; los expansionistas, que a acelerar la economía, como pretende desesperadamente Japón. Su último e ingente plan de estímulos recargará aún más su abultada deuda (238% del PIB en 2018), aunque está en manos nacionales, menos proclives a especular. Habrá algún punto medio sensato, ¿no?

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