Cataluña y la impotencia de la política

Democracia, globalización y soberanía son incompatibles a la vez. Escoger dos de tres

Manifestación en Barcelona en defensa de la unidad de España.Marta Pérez (EFE)

Dani Rodrik es un excelente economista turco de primera fila que da clases en Harvard. Poco podría imaginar que su famoso trilema iba a tener una aplicación práctica en el conflicto de Cataluña: un país no puede tener al mismo tiempo democracia, globalización y soberanía nacional. De las tres opciones hay que escoger, en el mejor de los casos, dos: se puede limitar la democracia con el propósito de paliar los trastornos que la economía global produce; se puede limitar la globalización con la esperanza de reforzar la legitimidad democrática; o se puede globalizar la democracia a costa de la sob...

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Dani Rodrik es un excelente economista turco de primera fila que da clases en Harvard. Poco podría imaginar que su famoso trilema iba a tener una aplicación práctica en el conflicto de Cataluña: un país no puede tener al mismo tiempo democracia, globalización y soberanía nacional. De las tres opciones hay que escoger, en el mejor de los casos, dos: se puede limitar la democracia con el propósito de paliar los trastornos que la economía global produce; se puede limitar la globalización con la esperanza de reforzar la legitimidad democrática; o se puede globalizar la democracia a costa de la soberanía nacional.

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Estas opciones son las que en el fondo se están debatiendo ahora. Lo que no han conseguido la política o la justicia —hacer dudar de sus intenciones al independentismo catalán— lo está logrando la economía, veremos con qué resultado. Bastantes de las empresas más simbólicas del aparato productivo histórico catalán (Banco Sabadell, grupo La Caixa, Aguas de Barcelona, Gas Natural, Freixenet, Codorniu, Catalana de Occidente,...) han trasladado, o han anunciado que van a hacerlo, su sede social fuera de la comunidad autónoma que las vio nacer si se produce la Declaración Unilateral de Independencia (DUI).

Ello es representativo de un fenómeno que ya se ha analizado en otras ocasiones: la impotencia de la política y la contundencia de la economía producen en las sociedades el efecto de ser democracias intervenidas. Se podría hacer una pregunta ucrónica: ¿qué es lo que hubieran hecho estos bancos y estas empresas si las expectativas del voto independentista fuesen más altas, por ejemplo, por encima de un 60%? (más allá de las razones y los procedimientos concretos de este caso). No ha sucedido lo que canta Violeta Parra: "Lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber/ ni el más claro proceder/ ni el más ancho pensamiento" ("Volver a los diecisiete")

Después de los últimos días se corrobora que el dinero no tiene patria. ¿La tienen los trabajadores? "Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no tienen", dicen los dos barbudos en el Manifiesto comunista, del año 1848. Los nacionalismos (todos) son muy peligrosos para los trabajadores: los enfrentan, como en un ejemplo máximo pasó en las dos guerras mundiales. Ello lo entendieron las direcciones confederales de CCOO y UGT cuando hicieron público un comunicado conjunto en el que afirmaban que "decimos claramente que no avalamos esa posición ni esa estrategia política (la de la DUI). CCOO y UGT no convocamos la huelga general del 3 de octubre (...) En ningún caso vamos a avalar posiciones que den cobertura a la DUI".

Remataron esta postura pocos días después las Comisiones Obreras de Unai Sordo, que queriendo contribuir a encontrar soluciones útiles a una situación de confrontación abierta entre el ordenamiento jurídico (la proclamación unilateral de independencia), y una respuesta a su parecer desproporcionada (la aplicación del artículo 155 de la Constitución), de consecuencias difícilmente imaginables, proponen un proceso de negociación.

Dejemos de elaborar cantos fúnebres para las falsas victorias.

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