Ética empresarial a golpe de crisis

El país ha dado tímidos pasos para fomentar la transparencia en los negocios

Junta de accionistas de Bankia en 2014. Mónica Torres

“Que la realidad no te estropee un buen titular”, pregona un viejo dicho periodístico. Cientos de páginas de informes sobre los esfuerzos medioambientales de Volkswagen, prolijos en detalles de su apuesta por la reducción de emisiones contaminantes constatan tristemente que la frase nunca pasa de moda. El economista Milton Friedman (1912-2006) describía la responsabilidad social de las empresas como “una doctrina subversiva en una sociedad libre”. Para él la única misión de una firma mercantil se con...

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“Que la realidad no te estropee un buen titular”, pregona un viejo dicho periodístico. Cientos de páginas de informes sobre los esfuerzos medioambientales de Volkswagen, prolijos en detalles de su apuesta por la reducción de emisiones contaminantes constatan tristemente que la frase nunca pasa de moda. El economista Milton Friedman (1912-2006) describía la responsabilidad social de las empresas como “una doctrina subversiva en una sociedad libre”. Para él la única misión de una firma mercantil se condensaba en dos palabras: más beneficios (entiéndase que en un clima de competencia libre y abierta, sin engaños). Sin embargo, otros muchos economistas han visto en la Responsabilidad Social Empresarial o Corporativa (RSC) una vía para corregir los fallos del capitalismo salvaje, para que las empresas se comporten de forma más responsable con sus empleados, sus clientes y sus procesos productivos.

¿Hasta qué punto ese compromiso ha cristalizado en España? Como le ha pasado al ladrillo, en los últimos 15 años el país ha vivido su particular boom en RSC. Es el cuarto del mundo donde se publican más informes anuales; de su desarrollo dan cuenta las más de 70 cátedras universitarias en la materia. En los informes del Global Reporting Initiative (GRI, una organización independiente que ayuda a las empresas, gobiernos y otras organizaciones a comunicar sus memorias de sostenibilidad), las grandes multinacionales españolas, a menudo cotizadas, muestran brillantes balances corporativos. Pero la abundante retórica enmascara muchas veces una realidad mucho más incómoda, y es que la RSC “ha calado en la empresa mucho menos de lo que el lenguaje políticamente correcto de los altos directivos afirma”, según el análisis realizado por José Ángel Moreno, de Economistas sin Fronteras. Las pymes, 3,1 millones, que suponen el 99,8% del tejido español, escapan a cualquier evaluación en la materia porque apenas hay datos sobre ellas. “Al margen de la frecuente y descarada instrumentalización, los avances no pasan de ser fenómenos epidérmicos y formales que no afectan significativamente al núcleo de la actividad de las empresas ni a sus criterios y formas de actuación esenciales. Los numerosísimos intentos de verificación de la hipótesis de la rentabilidad de la RSC no arrojan resultados mínimamente consistentes”, añade Moreno.

El 44% de los españoles declara haber dejado de consumir un producto por cuestiones éticas

Aunque es innegable que se han dado ciertos pasos. Orencio Vázquez, coordinador del Observatorio Español de la RSC, recuerda que hace 30 años en España “se hablaba poco de RSC, no como en los países anglosajones”. Quizá sea a causa de que los orígenes del compromiso social están muy lejos de la Península. “Se establecen a principios de siglo XX, cuando las empresas siderúrgicas de Estados Unidos comienzan a incorporar en sus cuentas anuales cuestiones relacionadas con aspectos laborales”, recuerda Vázquez. Habría que esperar hasta los años 80 para que la RSC se empezase a introducir de forma clara en Europa. “En esos años cambia la perspectiva, los informes se centran más en el medioambiente y las empresas europeas, empezando por las de Reino Unido u Holanda, comienzan a informar sobre su desempeño”. Germán Granda, director general de Forética, una asociación de 240 empresas y profesionales centrada en la RSC, pone su punto de partida en el Consejo Europeo de Lisboa del año 2000, donde se marca el objetivo estratégico de convertir la Unión Europea en “la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo”. Todo muy grandilocuente. Esa meta dio lugar, señala Granda, a que 2001 se publicara el libro verde, “con una reflexión sobre qué es la RSC que incluye no solo aspectos filantrópicos, sino medioambientales y sociales”.

Legislación miope

Pero la responsabilidad social de la empresa es una máquina que en España avanza lenta. En parte por el escaso compromiso político de los sucesivos gobiernos más allá de trabajos aislados, como el del socialista Ramón Jáuregui. Su labor contribuyó a que la Ley de Economía Sostenible, aprobada durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, dedicase un capítulo entero, el sexto, a la promoción de buenas prácticas y análisis de los efectos de la labor social de la empresa. La crisis que estalla al final de su segunda legislatura lo cambiaría todo.

Durante el gobierno de Mariano Rajoy España ni siquiera se ha tomado tiempo para adaptar la directiva, aprobada hace ahora un año por el Parlamento Europeo, sobre divulgación de información no financiera, a la que tendrán que someterse las empresas de más de 500 trabajadores. Esa norma incluye datos relativos, como mínimo, a “cuestiones medioambientales y sociales, del personal, derechos humanos y sobre la lucha contra la corrupción y el soborno”.

No hay datos sobre el impacto de la RSC en la conducta de 3,1 millones de pymes

“La cuestión que hay que plantearse es ¿qué modelo de país queremos? Buscamos un modelo de responsabilidad integral, que no solo se base en resultados económicos. Lo que ha pasado con Volkswagen es una señal inequívoca para trabajar más en empresas responsables, más vigiladas, auditadas, porque eso afecta a todo un país, y porque el suyo no va a ser el último caso. Es importante trabajar rigurosamente y demostrar que no vale con tener un departamento de RSC. La empresa tiene que interiorizarlo”, analiza Germán Granda.

Un activo más

Las frases hay que respaldarlas con hechos, y eso es de lo que a menudo cojean las empresas que dicen ser responsables. Para Almudena Rodríguez Beloso, directora de RSE de Accenture, la clave está en que todos los programas y planes tienen que estar muy respaldados por la alta dirección. “En nuestro caso hemos establecido una serie de principios para vigilar la forma en la que se consiguen nuestros objetivos. Tenemos una política global de anticorrupción, de ética, porque no podemos hacer negocios a cualquier precio”. Homologan a sus proveedores con criterios de sostenibilidad; cada empleado tiene que pasar un curso de formación en el que se le informa de con qué tipo de clientes no puede trabajar. Tienen programas internos que facilitan que los trabajadores se sientan respetados y valorados. Al final han comprobado que una plantilla satisfecha, motivada y formada en RSC tiene un rendimiento mayor a una desmotivada.

Toni Ballabriga, director de Negocio Responsable en BBVA, juzga los avances de los últimos 30 años de manera netamente positiva, aunque queden desafíos por delante. “En general los programas sociales están en gran medida alineados con la estrategia de las compañías. Según Reputation Institute, el 41% de la imagen de una empresa depende de lo que haga en materia de RSC. El 27% de la inversión en España ya incorpora criterios socialmente responsable”.

Los trabajadores prefieren emplearse en lugares donde se respeten ciertos valores. “Hace 30 años esto no era así, ni mucho menos”, cree Ballabriga. El reto, según él, está en atacar prácticas como las que se han visto en Volkswagen: “El gran desafío es la credibilidad. Conseguir que las empresas transmitan lo que hacen de forma auténtica y asimilar que la RSC forma parte del negocio. Muchas empresas estamos en ello”.

Exigir a las multinacionales un comportamiento responsable —más allá de que cumplan normas laborales o fiscales— tiene una enorme repercusión porque con el paso del tiempo han ganado poder, como ilustra un artículo publicado por el Observatorio RSC: “Las grandes empresas ocupan una posición importante dentro de las economías mundiales. En 1980 las 1.000 empresas cotizadas más grandes del mundo empleaban a 21 millones de personas. En 2012 ese número se eleva a 72 millones. La facturación de Royal Dutch Shell y Walmart en 2011 es superior al producto interior bruto generado de manera individual en 180 países”. Ese grado de concentración hace que los procesos de deslocalización, la internacionalización del mercado de trabajo, la contaminación y la degradación urbana sean algunos de los problemas urgentes a abordar desde esa perspectiva social de la empresa.

Algunos analistas sostienen que se trata de una cuestión que también afecta al bolsillo. “Analizando la evolución de las empresas del IBEX 35 durante los últimos 15 años vimos que aquellas que son líderes en ámbitos de sostenibilidad presentan mejores resultados”, apunta el director de Forética. En su último informe, basado en una encuesta realizada el año pasado, el 44% de los españoles declaraban haber dejado de consumir un producto o un servicio “por consideraciones éticas, sociales o ambientales en 2014”. A la inversa, el 59,7% de los ciudadanos afirmaba que ante dos productos similares siempre compraría el más responsable aunque fuera más caro frente a un 20% que solo tomaría esa decisión en condiciones de igualdad de precio.

¿Están las empresas españolas preparadas para ejercer con transparencia y respeto sus funciones? Si fuese así, ¿está el Gobierno dispuesto a allanarles el camino con políticas concretas? “Rajoy ha puesto en práctica una estrategia [2014-20120], pero sabemos que cualquier Gobierno puede hacerlo... ¡Hay millones de estrategias!, lo difícil es concretarlas en indicadores, porque académicamente todo el mundo puede estar de acuerdo en la importancia de la RSC, pero lo que hay que hacer es concretarla” apuntan en Forética. Un breve análisis de los documentos elaborados por el Ministerio de Empleo al respecto arrojan resultados poco alentadores debido a que señalan objetivos extremadamente ambiciosos, muy vagos o que directamente se incumplen: el fomento de la “fiscalidad responsable” en las empresas; la utilización de criterios de inversión responsable de los fondos de la Seguridad Social; o la introducción de esta variable en las licitaciones de contratos públicos. Una lástima, porque al fin y al cabo la “Marca España” le debe mucho al comportamiento responsable. Prueba es que el Foro Económico Mundial, en su ránking internacional de competitividad, analiza doce pilares sobre los que se sostiene la pujanza de una economía. De ellos, siete se vinculan con la sostenibilidad. España acaba de avanzar dos puestos, hasta el 33, de la lista de 140 Estados que encabezan Suiza, Singapur y Estados Unidos.

Las pymes

Antonio Javierre, director de la pyme que lleva su apellido y secretario de la Red Española del Pacto Mundial, identifica que el principal punto débil de la RSC es que el mercado no la valora. “Le pongo un ejemplo: somos una empresa de servicios en obra pública. Nuestros clientes son gigantes como Ferrovial, Acciona, OHL… con una imagen de marca brutal en RSC. Pero todo lo que cuentan no lo noto, porque al final contratan nuestros servicios sólo por precio”. Sin embargo Javierre no tiene ninguna duda de que a largo plazo, la sensibilidad social de la empresa es rentable: “He visto caer competidores que no habían afrontado riesgos medioambientales, sociales, de reputación. Esas prácticas a largo plazo son beneficiosas. Pienso que si consigo mantenerme en el mercado con buenas prácticas, cumpliendo la legislación y yendo más allá, no tengo nada que envidiarle a los demás. Al contrario de la idea de extendida de que las pymes no aplican la RSC, creo que son un verdadero ejemplo de su puesta en práctica. A las pymes no les ayuda nadie, sobreviven a los momentos difíciles sin repartir beneficios, contratando personal”.

La crisis

La última exposición del World Press Photo que este mes puede verse en Madrid contiene, entre decenas de imágenes sobrecogedoras, la de Wei, un joven chino de 19 años de edad que trabaja en el sótano de una fábrica de decoraciones navideñas. En ella Wei, oculto tras una endeble mascarilla, su única protección, aparece envuelto en el polvo rojo que colorea los gorros y las botas de Papá Noël. “No sabe qué significa la Navidad, pero se imagina que es algo parecido al Año Nuevo Chino”, dice la leyenda de la imagen. Marta de la Cuesta, directora de la Cátedra de RSC-Telefónica de la UNED, cree que los ciudadanos y consumidores de los países avanzados llevaban años haciendo oídos sordos a historias como esta, que hablan de las consecuencias sociales y ambientales del desarrollo del capitalismo. “Si bien las ONG nos advertían de la falta de respeto a los Derechos Humanos, nos interesaban más los buenos resultados financieros, así como los precios más bajos para el consumidor, que esa extracción de valor en la parte más débil de la cadena”.

Los ciudadanos occidentales comprueban ahora, después de transitar por una durísima crisis, lo equivocados que estaban. “Empezamos a sufrir los problemas más graves de inequidad, falta de cohesión social, reducción salarial e inestabilidad moral. La crisis ha puesto de manifiesto que tenemos que hacer las cosas de otra manera”. Para ello defiende una concepción del papel social de la empresa muy alejado de la simple filantropía. La RSC tiene que ser empujada por una legislación más estricta y no solo guiada por el voluntarismo. “Cuestionarse el modelo de negocio, el cómo y para quién se crea y distribuye valor en la empresa es clave si queremos responder a una auténtica RSC”.

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