Crítica:

También los ángeles tocan música punk

Los créditos iniciales, con su textura de rabia graffiteada, y las primeras imágenes de la película -en las que la cámara se acerca al interior de un autobús abandonado, donde los protagonistas ensayan un tema punk- sintetizan tanto el vocacional espíritu de este tercer largo del polaco Jacek Borcuch como la interesante contradicción que lo sustenta: sí, Aquello que amamos quiere emular la inmediatez, la fuerza y la incendiada ligereza de una canción punk, pero usa la temperatura narrativa del convencional relato de iniciación. La película de Borcuch no es, en definitiva, una dec...

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Los créditos iniciales, con su textura de rabia graffiteada, y las primeras imágenes de la película -en las que la cámara se acerca al interior de un autobús abandonado, donde los protagonistas ensayan un tema punk- sintetizan tanto el vocacional espíritu de este tercer largo del polaco Jacek Borcuch como la interesante contradicción que lo sustenta: sí, Aquello que amamos quiere emular la inmediatez, la fuerza y la incendiada ligereza de una canción punk, pero usa la temperatura narrativa del convencional relato de iniciación. La película de Borcuch no es, en definitiva, una declaración de guerra al mundo, sino la crónica del camino que lleva a su protagonista, Janek -probable autorretrato del director como artista cachorro y, sin duda, alma demasiado angélica para el punk-, a ejecutar su primer acto punk, su gesto de rechazo al mundo y, sobre todo, a un contexto sociopolítico capaz de llevarse por delante toda la letra pequeña del afecto, el aprendizaje y el sentimiento.

AQUELLO QUE AMAMOS

Dirección: Jacek Borcuch.

Intérpretes: Mateusz Kosciukiewicz, Basia Martyniak, Jakub Gierszal, Andrzej Chyra, Anna Radwan.

Género: drama. Polonia, 2009.

Duración: 95 minutos.

Su protagonista es un autorretrato del director como artista cachorro

Paradigmática película de incubación de una rebeldía juvenil, Aquello que amamos se desarrolla sobre el telón de fondo del pulso entre el comunismo terminal y la emergente Solidaridad. Primeros amores, escarceos carnales más o menos ilícitos, precios a pagar por la adscripción ideológica de los padres y enfrentamientos a tempranas formas de autoridad recorren un ritual narrativo que quizá parezca redundante, pero que Borcuch sabe desgranar con la (relativa) sinceridad de quien quizá solo ha tenido que mentir un poco para que lo individual y lo colectivo rimen: en 1981, Borcuch tenía once años. Su alter ego en la ficción ronda los diecisiete.

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