Reportaje:

Cuando la música es lo de menos

La industria se apunta a las ediciones exhaustivas en tiempos de crisis

A estas alturas, según algunos gurús, ya deberían haber desaparecido los discos (y las discográficas). Por el contrario, los soportes físicos siguen vivos y, de hecho, crecen en peso y ambiciones. Se multiplican las cajas super deluxe, envases voluminosos con vinilos, varios compactos con mezclas inéditas o temas rescatados, libro y/o documental, souvenirs diversos. En 2011, llegaron versiones engordadas de Serge Gainsbourg (Melody Nelson), Nirvana (Nevermind), U2 (Achtung baby), The Who (Quadrophenia), Primal Scream (Screamadelica), Rolling Sto...

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A estas alturas, según algunos gurús, ya deberían haber desaparecido los discos (y las discográficas). Por el contrario, los soportes físicos siguen vivos y, de hecho, crecen en peso y ambiciones. Se multiplican las cajas super deluxe, envases voluminosos con vinilos, varios compactos con mezclas inéditas o temas rescatados, libro y/o documental, souvenirs diversos. En 2011, llegaron versiones engordadas de Serge Gainsbourg (Melody Nelson), Nirvana (Nevermind), U2 (Achtung baby), The Who (Quadrophenia), Primal Scream (Screamadelica), Rolling Stones (Some girls) y dos entregas de Pink Floyd (Dark side of the moon y Wish you were here) que contienen hasta bufandas.

El concepto -selección musical exhaustiva más memorabilia- no requiere necesariamente aniversarios redondos. Es aplicable a discos antes inéditos, tipo Smile, de los Beach Boys. Y también a "producto fresco", como The return of the spectacular spinning songbook, combo audiovisual que sintetiza esos conciertos que Elvis Costello desarrolla con ayuda de una ruleta gigante.

Las gafas de Bono se incluyen en la caja conmemorativa de 'Achtung baby'

Costello se indignó al descubrir que The return... cuesta unos 200 euros. Aunque sabe que también habrá una versión económica, Elvis recomendó gastar ese dinero en una caja de Louis Armstrong, "si realmente quieres comprar algo especial para tu persona amada en estas Navidades".

Costello acierta cuando sugiere que estas megacajas funcionan como regalos. Con la devaluación del CD, regalar un disco sencillo parece una imperdonable tacañería. Los box sets tienen empaque, hablan elocuentemente de sacrificios de comprador. Además, estos objetos solo aterrizan fugazmente en determinadas tiendas. Ahí está la razón de que algunos listillos acaparen ejemplares para especular. Hace poco, The Grateful Dead sacaron Europe '72: The complete recordings, maleta con 72 CD y un libro. Como edición limitada, se agotó y su precio se multiplicó inmediatamente en eBay.

Las megacajas están pensadas para el superfan y, aun así, cuesta imaginar que muchos deadheads escuchen completa Europe '72. Igual puede ocurrir con la caja de Smile: un profesional podría sacar enseñanzas de un CD completo dedicado a tomas de Good vibrations, pero el resto de los mortales quizás se contente con escucharlo una y no más.

¡Cuidado! Ironizar sobre esto supone ignorar el instinto de posesión que forma parte de toda idolatría, ahora vulgarizado con Internet: ¿cuántas obras completas de artistas yacen en discos duros o unidades de memoria, atesoradas sin ser paladeadas? Comprar estas cajas supone un gesto de distinción, un intento de distanciarse de la masa que almacena música digitalizada.

El placer -más teórico que deleitoso- de los box sets reside en que prometen colarnos en la cocina para contemplar el proceso de elaboración. También hay morbo en obligar a que los artistas revisen su pasado, en contra de sus instintos. Respecto a la nueva encarnación de Quadrophenia, Pete Townshend se sincera: "La compañía me paga un buen dinero para que busque en mis cajones de ropa interior y encuentre pares de calcetines sin usar".

Las supercajas generan liquidez en tiempos críticos, pero no hacen muy felices a los creadores de música contemporánea. Kevin Foakes, diseñador del sello Ninja Tunes, puede apreciar el gustazo de preparar box sets sin límites -"¡U2 mete las gafas de Bono como The Fly!"- aunque también le deprime, como artista (bajo el seudónimo de DJ Food), que el presupuesto de música de muchos consumidores desaparezca en títulos mil veces reeditados. Inserten aquí su fábula preferida sobre la vaca, el ordeño y el mercado que desaparece.

Elvis Costello, en uno de los conciertos recogidos en The return of the spectacular spinning songbook.CORDON

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