Reportaje:1976 | LA PRIMERA PORTADA

Abortar en Londres

Mari Carmen se ha despertado llorando: "Quiero vomitar". La enfermera, una negra entrada en carnes, le ha respondido en inglés que era por la anestesia. Mari Carmen no conoce una palabra en inglés, pero siente el brazo de la mujer sobre su espalda, que le da golpecitos en el hombro, y poco a poco se tranquiliza. La enfermera no la abandona ni un minuto e incluso prueba a decirle, en un español tan incomprensible para Mari Carmen como el inglés, que "no pasa nada", que "todo bien".

Mari Carmen se encuentra en la sala de reanimación de una clínica de un barrio residencial de Londres. Es u...

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Mari Carmen se ha despertado llorando: "Quiero vomitar". La enfermera, una negra entrada en carnes, le ha respondido en inglés que era por la anestesia. Mari Carmen no conoce una palabra en inglés, pero siente el brazo de la mujer sobre su espalda, que le da golpecitos en el hombro, y poco a poco se tranquiliza. La enfermera no la abandona ni un minuto e incluso prueba a decirle, en un español tan incomprensible para Mari Carmen como el inglés, que "no pasa nada", que "todo bien".

Mari Carmen se encuentra en la sala de reanimación de una clínica de un barrio residencial de Londres. Es un sábado por la mañana. Fuera brilla un sol tímido, de septiembre anglosajón. A su lado hay cuatro camas donde otras tantas chicas tienen deseos de vomitar por la anestesia. Tres de ellas son españolas. En la antesala se encuentran a la espera seis compatriotas más, que abortarán voluntariamente esta mañana. (...)

"No quiero tener este hijo porque me echarían del trabajo y mis padres se morirían del dolor", dice Mari Carmen
El despertador suena a las seis y media. Mari Carmen está muy nerviosa. La clínica es un delicioso chalet

Nuestro viaje, el de Mari Carmen y el mío, ha comenzado hace una semana en una cafetería en Madrid. Buen número de españolas -aunque no existen estadísticas precisas- van a abortar a Londres. La cantidad es tal que se puede considerar un problema a escala nacional. ¿Pero quiénes son estas mujeres? ¿De qué clase social proceden? ¿Qué les sucede una vez que llegan a la capital inglesa? Sabemos que Mari Carmen (no es naturalmente su verdadero nombre, como no lo son los de las chicas que aparecen en este reportaje) está a punto de salir para Londres. Tiene 28 años. Es alta y morena. No es especialmente guapa. Trabaja como estenodactilógrafa y procede de una familia modesta. Es la menor de cuatro hermanos, y les tiene más miedo a estos que a sus padres. ¿Por qué ha decidido abortar? "He llegado a los 28 años sin ninguna experiencia sexual. El invierno pasado conocí a un chico muy simpático. Comencé a salir con él. Me gustaba: parecía un tarzán. Todo vino rodado. Me atraía mucho sexualmente. Hicimos el amor solo tres veces: aún no sé si me causaba placer hacerlo. Después comprendí que el muchacho me era simpático, pero nada más. Cuando me di cuenta de que estaba embarazada, ya habíamos dejado de salir juntos. No quiero tener este hijo porque me echarían de mi trabajo, y porque mis padres se morirían de dolor. Además yo no lo esperaba; no quiero casarme con un hombre al que no amo".

Mari Carmen me cuenta la angustia del descubrimiento: la soledad, el no poder hablar con nadie. Finalmente, se decide y le cuenta a un amigo que la pondrá en contacto con la muchacha que me la ha presentado. (...) La chica nunca ha estado en el extranjero. No tiene ni siquiera pasaporte. (...) El dinero es también un gran problema: el viaje aéreo en chárter, ida y vuelta, cuesta 7.000 pesetas; la operación y el periodo de cama de una enferma, otras 6.500; después hay que añadir el hotel y la comida de tres días. En total, 20.000 pesetas. El sueldo de un mes, que Mari Carmen ha pedido a su hermana con un pretexto. Los demás creen que va a pasar cuatro días en la sierra.

Salimos el jueves por la mañana. Ella, en un viaje colectivo que lleva 150 turistas españoles a Londres. Yo, una hora después, en vuelo regular. Nos hemos dado cita en el hotel que la muchacha ha contratado en la agencia. Hemos decidido que dormiríamos en la misma habitación y que no la dejaría sola ni un minuto. Está aterrorizada, no ya tanto de la operación en sí como de la ciudad desconocida, de la ignorancia del idioma. Pero es optimista y trata de darse ánimos. (...)

Por la mañana, nos levantamos temprano para ir a la organización (de la que solo sabemos el nombre y las señas) que deberá enviar a Mari Carmen a un médico y de allí a la clínica. El taxi nos deja en una esquina de un barrio en el que edificios muy modernos se mezclan con viejas casas oscuras. La organización que buscamos está en una de ellas. Una pintada de color azul sobre un muro señala el portal. Siento que se me encoge el corazón. Sobre los pocos peldaños que conducen a la puerta, también pintada de azul, crece la hierba y todo tiene aspecto de abandono. Cuando entramos, la impresión de desolación crece: la escalera que conduce al primer piso es estrecha y está llena de cosas abandonadas: una botella de leche semivacía, una taza de té, muchos papeles. Me doy cuenta de que Mari Carmen está casi por volverse atrás y pienso que si yo estuviese en su lugar haría lo mismo. Pero se trata solo de un momento: después sube decidida. (...)

La habitación, pequeña y llena de color, tiene varias sillas, un diván y muchos, muchísimos pósteres en las paredes. Parece el cuarto de un estudiante sin dinero. Sobre el sofá están sentadas otras dos chicas: morenas y con pelo largo, llevan un bolso de viaje de plástico y nos miran con atención. Tienen un aire familiar, sobre todo por los grandes pendientes plateados que llevan. En efecto, cuando comenzamos a hablar, parecen sorprenderse: "¿Pero sois españolas?", gritan felices. Vienen de una pequeña ciudad de Castilla y tienen gran miedo y muchas ganas de contar sus vidas.

Una de ellas, Lola, de 24 años, había salido una noche con un grupo de siempre; hacia las once, el marido de una amiga la acompañó hasta casa. Había bebido mucho y comenzó a abusar de ella. Ella se asustó, intentó defenderse, pero él -cuenta Lola- había perdido la cabeza. "Yo casi no me di cuenta de nada, vi solo que me salía sangre. Entré en casa intentando no llorar, porque tenía miedo de mis padres. No me hubieran creído: son viejos. Tengo seis hermanos. No somos ricos, pero nos han educado de una manera estricta. Preferí callarme. No esperaba quedarme embarazada. Cuando me di cuenta que pasaba algo, se lo dije a mi hermana Pili, que tiene una amiga enfermera. Fue esta quien nos habló de Londres".

Pili ha dejado al marido y a su hijo de un año en casa. Han dicho a todos que iban a ver a una amiga. Hasta el momento, el viaje más largo que habían hecho fue a Santander, donde tienen una tía. También ellas tuvieron problemas para encontrar dinero. Me pregunto cómo muchachas tan apocadas han podido llegar hasta aquí. (...)

Cuando llega Antonia, una inglesa delgada y afable de unos 30 años, nos encuentra en plena

conversación ruidosa. "Veo que ya habéis he-

cho amigas. Siempre pasa lo mismo con las es-

pañolas". Y añade, con la típica flema del país: "Por favor, no hagáis mucho ruido. Aquí vienen

también drogadictos y gente con otros problemas que se espantan con facilidad". (...)

Nos volvemos a encontrar en la dirección que nos han dado: un palacete señorial. La sala de espera es muy diferente a la de esta mañana: está puesta con gusto y sentido del confort típicamente burgueses. Allí esperan una india, envuelta en un sari estampado, y otras dos chicas. Antes que a nosotras, las llaman a ellas. Sus apellidos no dejan lugar a dudas: son de lo más corriente que existe en España. Digamos que López y Pérez. (...)

Por la mañana, el despertador suena a las seis y media. Me cuesta abrir los ojos, mientras Mari Carmen está muy nerviosa. La clínica -una de las siete u ocho en las que se practica el aborto también a las extranjeras- es un delicioso chalet, en un barrio de pequeñas casitas con jardín.

Nos recibe una enfermera. Allí están esperando ya la india, otra asiática y dos jovencitas de no más de 18 años. Una juega con un pequeño Snoopy de trapo. Las dos hablan también el castellano, con un fuerte acento canario. Otra española más, pienso. Y no acabo de pensarlo cuando entran dos chicas que estaban en nuestro mismo hotel y que también han venido con el grupo de turistas. Más tarde llega una pelirroja, muy aparatosa, que había viajado en el mismo avión. Después, las dos muchachas -Pérez y López- que encontramos la víspera en el médico. Por fin, Lola y Pili. Un ejército de españolas. (...)

A Mari Carmen le ponen una pulsera de plástico con su nombre, le dan un camisón de papel y la invitan a desnudarse. (...) Llega el doctor. Se llama Arnold Finks. Tiene una edad indefinible, aunque, sin duda, ya ha pasado la cincuentena. Se parece a David Niven y es amable y cariñoso. (...)

Pilar me espera en el hotel. Tiene miedo de quedarse sola y viene a dormir en mi habitación. Pasamos una noche de insomnio, llena de ruidos y zozobra. Por la mañana, a las ocho, llegan Mari Carmen y Lola. Han venido en taxi, acompañadas por la joven canaria y las otras dos que viven en nuestro hotel. "Ayer por la noche nos quedamos a charlar hasta muy tarde y nos comimos todo el chocolate que llevábamos", cuenta Lola. De pronto, descubrimos un maletín que no pertenece a ninguna. "Es de la canaria", explica Mari Carmen. "Lo ha olvidado en el taxi y se ha marchado al aeropuerto". "Tenemos que buscarla para devolvérselo", les digo. "Pero ¿cómo se llama?". A pesar de haber hablado toda la noche, ninguna conoce su nombre.

Mi avión sale a la una. Ellas salen más tarde. Nos abrazamos sin intercambiar tan siquiera las direcciones.

Esta era una de las siete u ocho clínicas que en 1976 practicaban abortos a extranjeras en Londres. Allí se encontraron las protagonistas del reportaje de la primera portada de El País Semanal.CÉSAR LUCAS

Regreso a 1985

Aborto ilegal. Hasta 1985 no se legalizó el aborto en España. "Este tema era una bomba en 1976", recuerda la autora del reportaje, la italiana Neliana Tersigni. "Todo el mundo conocía los vuelos chárter a Londres, pero nadie se atrevía a hablar. Rompimos un tabú. Abrimos una brecha en la sociedad española". Las cosas han cambiado mucho. En 2009, última cifra disponible, se realizaron 111.500 abortos legales en España, según el Ministerio de Sanidad.

Identidad oculta. Tersigni y el fotógrafo César Lucas se hicieron pasar por una pareja para acceder a la clínica abortiva que plasmaron en este reportaje. De la protagonista, relata la italiana, ya no recuerda el nombre real: "Elegí el seudónimo de Mari Carmen porque era un símbolo de las mujeres de España, un nombre bonito y común".

Píldora universal. En 2009, el Ministerio de Sanidad autorizó la venta de la píldora del día después sin receta médica. Por primera vez desde la legalización del aborto, se redujo el número de intervenciones, en torno al 3%. En 2010 se compraron 390.000 unidades, según Sanidad.

Nueva ley. En julio de 2010 entró en vigor una nueva Ley de Salud Sexual y Reproductiva. Entre sus medidas, se permite el aborto sin dar explicaciones hasta la semana 14 de embarazo, hasta las 22 si hay riesgo para la salud de la madre y sin plazo alguno en caso de malformaciones del feto. El PP la recurrió ante el Tribunal Constitucional, y ahí sigue pendiente de resolución. Pero Mariano Rajoy se pronunció durante la campaña electoral: "Mi idea es cambiar la ley para volver a la que se hizo con Felipe González".

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