Columna

Refugio

Entre otras cosas, Kant ha pasado a la historia por asegurar que el paternalismo era una forma de despotismo, puesto que nadie puede obligarnos a ser felices a su manera. Pero no está de más insistir en que tampoco nadie puede obligarnos a ser infelices a su manera. A menudo, en la estampa cultural de este país, da la sensación de que una inmensa minoría tuviera que conformarse con la infelicidad para no turbar la paz del gusto mayoritario, la audiencia y el negocio.

La semana pasada fue aprobada con ningún voto en contra una moción del Senado para impulsar la versión original. Era casi...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Entre otras cosas, Kant ha pasado a la historia por asegurar que el paternalismo era una forma de despotismo, puesto que nadie puede obligarnos a ser felices a su manera. Pero no está de más insistir en que tampoco nadie puede obligarnos a ser infelices a su manera. A menudo, en la estampa cultural de este país, da la sensación de que una inmensa minoría tuviera que conformarse con la infelicidad para no turbar la paz del gusto mayoritario, la audiencia y el negocio.

La semana pasada fue aprobada con ningún voto en contra una moción del Senado para impulsar la versión original. Era casi una cuestión de justicia después de que el propio Senado aprobara una iniciativa para admitir la versión original en las intervenciones en las diversas lenguas del Estado. Pero no deja de ser un brindis a las buenas intenciones. Pronto, el Senado podría aprobar una moción para que nos queramos los unos a los otros o para que en el metro abarrotado recuerden los ciudadanos que antes de entrar hay que dejar salir.

La versión original es un termómetro cultural y anda malparada en un entorno donde la inteligencia está bajo sospecha. Gafapasta, empollón, sabiondo son descalificaciones más denigrantes que zoquete o ignorante. Una película como Convención en Cedar Rapids, que viene avalada por la presencia de Ed Helms, actor en estado de gracia, y del productor Alexander Payne, no se puede disfrutar en versión original estos días, provocando precisamente esa infelicidad de la que antes hablábamos.

La versión original ha perdido peso en la cartelera. Es normal también si las películas transcurren entre onomatopeyas, donde los diálogos y la voz de los actores son una parte menor del encanto. El Senado incidía en la responsabilidad del Estado sobre el fomento de las versiones originales en la televisión y el cine, pero si el negocio aumentara por hacer que las canciones de Frank Sinatra las interpretara en versión castellana el cantante Francisco, con la excusa de que así las entiende todo el mundo, asistiríamos a ese suceso. Los ciudadanos imponen su ley a partir del consumo, por eso los esforzados subtítulos y las televisiones con opción de sonido dual se convierten en refugios en esa paz impuesta por la mayoría.

Archivado En