Editorial:

El 'sí' marroquí

La nueva Constitución debe ser el punto de partida para la democratización real del país

La abrumadora mayoría -excesivamente abrumadora- con que los marroquíes registrados como votantes han aprobado la Constitución propuesta por Mohamed VI abre al monarca alauita, a pesar de sus muchas limitaciones, un amplio crédito del que carecen la inmensa mayoría de sus homólogos árabes. El rey se ha movido rápido para desactivar en Marruecos los efectos más devastadores del tsunami que la primavera árabe representa para algunos de los regímenes más despóticos y fosilizados del planeta. La reforma constitucional, anunciada en marzo para contrarrestar la ira popular, se ha culminado y ...

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La abrumadora mayoría -excesivamente abrumadora- con que los marroquíes registrados como votantes han aprobado la Constitución propuesta por Mohamed VI abre al monarca alauita, a pesar de sus muchas limitaciones, un amplio crédito del que carecen la inmensa mayoría de sus homólogos árabes. El rey se ha movido rápido para desactivar en Marruecos los efectos más devastadores del tsunami que la primavera árabe representa para algunos de los regímenes más despóticos y fosilizados del planeta. La reforma constitucional, anunciada en marzo para contrarrestar la ira popular, se ha culminado y votado en menos de cuatro meses.

Sería ingenuo esperar de la noche a la mañana la transformación de una monarquía absoluta, aunque los opositores marroquíes que anuncian para hoy nuevas marchas de protesta contra lo que consideran un ejercicio de maquillaje político tengan perfecto derecho a exigirlo. La nueva Constitución, con representar un indudable paso adelante, dista mucho de ser el andamiaje de una verdadera monarquía parlamentaria. No puede serlo una ley otorgada, cuya velocísima elaboración ha recaído sobre una comisión de notables nombrada por el propio rey y sin debate público. La norma suprema, sí, otorga mayores poderes al jefe del Gobierno (que ya no será un figurón de palacio) y al Parlamento. Pero también mantiene al monarca al frente del Gabinete, de las Fuerzas Armadas y el aparato de seguridad, de las autoridades religiosas (que se han aplicado unánimemente a pedir el en las mezquitas) y del sistema judicial. Mohamed VI ha cedido algunos de sus ilimitados poderes, pero no se puede hablar, por ejemplo, de una justicia independiente si el monarca retiene el control del sanedrín de la magistratura.

La prueba de fuego para la nueva Constitución será su aplicación. Sin la voluntad real puede convertirse en un texto vacío. O, por el contrario, ser la palanca que inicie la imprescindible y vasta reforma que consiga hacer un país democrático, moderno y justo. La superestructura política es importante, pero en Marruecos -una sociedad de 32 millones de habitantes con un alto porcentaje de jóvenes y menos de 5.000 dólares de renta per cápita- debe servir además de instrumento inmediato para romper el enquistado abismo económico que separa a los muchísimos que no tienen casi nada de los poquísimos que tienen casi todo.

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