Reportaje:Cine documental, una ventana al mundo

El valor de las pequeñas cosas

Retrato de gente sencilla y común entre las contradicciones cubanas

Hace ocho años, Suite Habana emocionó a Cuba entera. Sin embargo, Fernando Pérez nunca imaginó que su película cosecharía decenas de premios internacionales y marcaría un antes y un después en su país, como sucedió en los noventa con Fresa y chocolate. Los riesgos de Suite Habana eran "elevados", confiesa el director. Nacida de un encargo, a medio camino entre la ficción y el documental, una historia de 80 minutos, sin diálogos ni apenas música y con unos protagonistas que básicamente eran gente sencilla que se limitaba a reproducir sus propias rutinas durante 24 horas de ...

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Hace ocho años, Suite Habana emocionó a Cuba entera. Sin embargo, Fernando Pérez nunca imaginó que su película cosecharía decenas de premios internacionales y marcaría un antes y un después en su país, como sucedió en los noventa con Fresa y chocolate. Los riesgos de Suite Habana eran "elevados", confiesa el director. Nacida de un encargo, a medio camino entre la ficción y el documental, una historia de 80 minutos, sin diálogos ni apenas música y con unos protagonistas que básicamente eran gente sencilla que se limitaba a reproducir sus propias rutinas durante 24 horas de La Habana, tenía muchas papeletas para despeñarse.

Pero ocurrió todo lo contrario. Suite tocó el corazón de Cuba y de sus habitantes, y lo hizo porque convirtió en poesía el ánimo de unos personajes humildes que logran sobreponerse a la dureza de la vida y mantienen su capacidad de soñar en el escenario de una Habana rota. Algunos, dentro y fuera de Cuba, confundieron ese paisaje de pobreza con el mensaje de la película. En realidad, el documental trata de algo más profundo, del valor de las pequeñas cosas, de cómo pese a las carencias la gente puede luchar por sus ilusiones y ser feliz sin necesidad de una botella de vino caro.

Ernesto no logró terminar su casa, pero sí llegó a primer bailarín
El filme convirtió en poesía historias cotidianas de los habaneros

Los protagonistas de Suite Habana eran muy especiales. Y también lo fue la mirada llena de ternura con que Fernando Pérez los retrató. Esta combinación fue la clave de su éxito. Francisquito, un niño con síndrome de Down y huérfano de madre, tenía 11 años en el momento del rodaje, allá por 2002; sus abuelos y su padre, Pancho, vivían para él y lo rodeaban de amor. Heriberto, empleado del ferrocarril, tocaba el saxofón en su iglesia evangelista y quería estar en un grupo musical. Ernesto acababa de entrar al cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba (BNC) y arreglaba su vieja casa en el barrio obrero de Lawton, sin techo en algunos espacios; su sueño era convertirse en un gran bailarín y terminar la construcción en la vivienda familiar.

Estaba también la historia de Juan Carlos, un médico que actuaba como payaso y aspiraba a ser actor profesional, y la de su hermano, que emigró a Estados Unidos durante la filmación. Iván trabajaba en un hospital y por la noche actuaba travestido en un cabaré, y Amanda, una anciana que vendía maní (cacahuetes) por la calle y al final de la película declaraba que ya no tenía sueños.

Con la materia prima de estas vidas y estos anhelos, Fernando Pérez hilvanó una historia dura y a la vez llena de luz que atrapó el alma de La Habana y sus contradicciones sin necesidad de decir una sola palabra. Ocho años después, ese espíritu sigue siendo el mismo. Cinco de los personajes de Suite Habana lo atestiguan reunidos en casa de Francisquito, hoy un adolescente de 19 años. Lo que les ha pasado en este tiempo también es parte de la película. Ernesto no ha logrado terminar de reparar su casa, pero sí ha alcanzado la categoría de primer solista en el BNC y ha llevado su arte por medio mundo. Esa tarde les cuenta de sus andanzas por París, Londres, Australia, Egipto, y se les hace la boca agua. Heriberto sigue trabajando en los ferrocarriles. Llegó a tener un grupo musical en su iglesia, pero dos de sus integrantes se marcharon a EE UU hace tres años. "Fue una gran decepción, pero fíjese cómo es la vida: hace un año uno de ellos me envió de regalo un saxofón nuevo, fue una gran ilusión".

En casa de Francisquito se cuela café. La vivienda está peor que cuando Suite Habana; las paredes a ladrillo pelado y el baño construido sobre un cubo y una lata, como ocurre en media capital. "Hay que seguir pa'lante, no hay más nada", dice Pancho con resignación pero sin perder el sentido del humor.

Jorge Luis asiente y se ríe. Es el único que ha cumplido sus sueños. Después de Suite Habana dejó la medicina y se hizo actor profesional. En estos momentos hace un papel protagonista en la principal telenovela cubana. Dice que a veces se encuentra a Amanda en La Habana Vieja y que sigue vendiendo maní con aquella mirada triste del documental. "Siempre que la veo me da fuerza. Ella me sonríe, yo le doy un beso, le compro unos cucuruchos y pienso para mí: ¿qué derecho tengo yo a deprimirme?".

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