Crítica:CLÁSICA | LUCERNE FESTIVAL ORCHESTRA

Sobrecogedor

Ni el maldito y delictivo teléfono móvil que sonó en el momento más inoportuno del adagio final, ni algunas toses sin piedad cuando el silencio era un cómplice necesario, van a arrebatar la sensación de haber asistido a un concierto de los que marcan la vida musical aquí o donde sea, con una realización fuera de serie en la que lo puramente emotivo convivía con una ejecución técnica cercana a la perfección.

"Lo excelente es tan raro como difícil", decía Spinoza al final de su Ética. La excelencia es una aspiración del ser humano en su desafío por las cosas bien hechas. Cla...

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Ni el maldito y delictivo teléfono móvil que sonó en el momento más inoportuno del adagio final, ni algunas toses sin piedad cuando el silencio era un cómplice necesario, van a arrebatar la sensación de haber asistido a un concierto de los que marcan la vida musical aquí o donde sea, con una realización fuera de serie en la que lo puramente emotivo convivía con una ejecución técnica cercana a la perfección.

"Lo excelente es tan raro como difícil", decía Spinoza al final de su Ética. La excelencia es una aspiración del ser humano en su desafío por las cosas bien hechas. Claudio Abbado ha sido siempre un gran director mahleriano, pero en los últimos años se ha decantado por sus sinfonías como la piedra angular de su repertorio. Con la Orquesta del Festival de Lucerna, creada a su imagen y semejanza desde la solidaridad en 2003, ha dirigido en los veranos sinfónicos de la ciudad suiza ocho de ellas, todas menos la Octava.

LUCERNE FESTIVAL ORCHESTRA

Director titular: Claudio Abbado. Mahler: Novena sinfonía en re mayor. Ibermúsica, 40 años. Auditorio Nacional, Madrid, 17 de octubre.

Históricamente la Novena ha sido siempre su preferida. Fue, junto a la Quinta, la que seleccionó para comparecer con la Filarmónica de Berlín en el ya mítico Festival Mahler de Ámsterdam de 1995. Fue una grabación de la Novena bajo su dirección con la que se obsequió a los amigos del Festival de Pascua de Salzburgo de 2001, con el sabor de la despedida.

Es la Novena, en cierta medida, una sinfonía crepuscular. Ideal para una declaración de principios.

Para la visita a Madrid con la orquesta de sus amores, Claudio Abbado ha elegido también la Novena. La orquesta del Festival de Lucerna, a partir de 2005, realiza cada año un desplazamiento a un lugar del mundo, siempre con una sinfonía de Mahler. Hasta ahora había visitado Roma, Tokio, Nueva York (con Pierre Boulez, por indisposición de Abbado), Viena y Pekín. Este año es el turno de Madrid (dos conciertos) y París (uno). Es un acontecimiento. Las posibilidades de que una situación semejante se repita son prácticamente nulas. La excelencia, volviendo a Spinoza, se masca.

En la orquesta conviven grandes monstruos de la interpretación -Sabine Meyer, Alois Posch, Kolja Blacher, Wolfram Christ- con jóvenes en su mayoría de la Mahler Chamber Orchestra. Algunos de ellos son españoles: Macías, Gallego, Puchades, Puig, Castelló... En esa combinación de experiencia y empuje juvenil arrollador la orquesta suena de una manera tan celestial como profundamente cercana. Abbado opta por un sonido casi camerístico a gran escala, transparente, espiritualmente intenso, sobrecogedor. Movimiento a movimiento la tensión se mantiene. Con una gran energía concentrada en el primero, con un virtuosismo primoroso en el segundo, con una atmósfera casi diabólica en el tercero, con una pasión serena en el cuarto. Las luces de la sala se van apagando y el silencio se reinventa desde el estremecimiento musical. Es un milagro. No, no lo es. Es la gran música bien hecha. La estética musical queda sobrepasada en el fuego de la ética. A estas alturas yo tampoco tengo palabras. Solamente gratitud.

El director de orquesta Claudio Abbado, ayer en el Auditorio Nacional, en Madrid.CLAUDIO ÁLVAREZ
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