Santa Coloma de Gramenet desempolva su pasado ibero

El yacimiento de Puig Castellar contará con un centro para visitantes

En 1902, casi por casualidad, Santa Coloma de Gramenet descubrió su pasado ibero. Fue gracias al hallazgo de un sacerdote, Joan Palà, que encontró piezas de alfarería que remitían a los antiguos pobladores de la zona y que acabaron dando lugar a unas excavaciones arqueológicas que dejaron al descubierto tesoros mayores: en concreto un auténtico poblado de 4.000 metros cuadrados en Puig Castellar. Aún hoy, el lugar encierra secretos sobre cómo era la vida en la región en tiempos de los iberos y, quién sabe, quizás también alguna joya de museo, porque el 50% del yacimiento está todavía por estud...

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En 1902, casi por casualidad, Santa Coloma de Gramenet descubrió su pasado ibero. Fue gracias al hallazgo de un sacerdote, Joan Palà, que encontró piezas de alfarería que remitían a los antiguos pobladores de la zona y que acabaron dando lugar a unas excavaciones arqueológicas que dejaron al descubierto tesoros mayores: en concreto un auténtico poblado de 4.000 metros cuadrados en Puig Castellar. Aún hoy, el lugar encierra secretos sobre cómo era la vida en la región en tiempos de los iberos y, quién sabe, quizás también alguna joya de museo, porque el 50% del yacimiento está todavía por estudiar y las excavaciones continúan.

El Ayuntamiento se ha propuesto difundir ese patrimonio y la primavera próxima prevé inaugurar en el recinto un centro para atender a los visitantes, además de poner en marcha una serie de actividades paralelas para reactivar el interés por la cultura ibera.

La primera excavación se realizó en 1904 bajó la dirección de Ferran de Sagarra, historiador y propietario de los terrenos, que con el tiempo cedió al Institut d'Estudis Catalans. A partir de entonces, los intentos por recuperar el poblado se repitieron, pero los trabajos no tuvieron continuidad hasta 1997, cuando el Ayuntamiento, a través del Museo Torre Balldovina, inició la conservación del yacimiento. La firma de un convenio con la Universidad de Barcelona permitió, además, que estudiantes de arqueología destinaran, desde aquel curso, dos semanas al año a estudiar la zona. Su trabajo prosigue y no deja de dar frutos. Estos días, sin ir más lejos, han descubierto un silo en una de las viviendas que componen el poblado y que había quedado cubierto.

A partir de ahora, la preservación del lugar estará coordinada por un consorcio formado por el propio Consistorio, el IEC y el Centre Excursionista Puig Castellar, durante años cuidador de los restos arqueológicos.

Sin duda, la suma de esfuerzos y el futuro centro de atención al visitante -que ofrecerá espacios para talleres y charlas- han de servir para potenciar un yacimiento que en 10 años ha recibido cerca de 47.000 visitas concertadas, además de otras espontáneas sin contabilizar. A ese nuevo impulso se destinará medio millón de euros procedente de las subvenciones de la Diputación de Barcelona, la Generalitat, el Fondo de Inversión Local, el Ayuntamiento y la UB. La importancia del yacimiento reside en su buena conservación y en el hecho de que en él se encontraron objetos que demuestran la habilidad de los iberos para trabajar el hierro, como un morillo con formas animales. Una de sus casas se ha reconstruido y permite reconocer las diferentes estancias. En este caso, dos: una central con un lugar para hacer fuego y una despensa. Todo cubierto por un techo de cañas, paja y barro.

Explican los arqueólogos que el lugar escogido por los iberos para instalarse en la comarca entre el siglo VI y el II antes de Cristo tenía un valor estratégico capital. Y la verdad es que las vistas que ofrece merecen la excursión hasta su emplazamiento, en una colina a 300 metros de altura. Desde allí controlaban el llano de Barcelona, la desembocadura del Besòs y el Maresme. La comunicación se mantenía con los asentamientos vecinos en la actual Cerdanyola del Vallès, Badalona y Montgat mediante señales de humo u objetos reflectantes.

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