Editorial:

La mujer tachada

La mayoría de los países latinoamericanosse niega a debatir la despenalización del aborto

Son diferentes, y de distinto signo, los proyectos políticos que están en marcha en Latinoamérica, pero en lo que la mayoría de los gobiernos coincide es en su drástica negativa a debatir siquiera la despenalización del aborto. Las estadísticas, sin embargo, son alarmantes: se habla de cuatro millones de abortos clandestinos al año y de 4.000 mujeres que murieron al intentarlo (en pésimas condiciones sanitarias). Salvo el distrito federal en México y Cuba, que han aprobado leyes de plazos, en el resto de los países sólo se contempla la despenalización, en el mejor de los casos, por violación, ...

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Son diferentes, y de distinto signo, los proyectos políticos que están en marcha en Latinoamérica, pero en lo que la mayoría de los gobiernos coincide es en su drástica negativa a debatir siquiera la despenalización del aborto. Las estadísticas, sin embargo, son alarmantes: se habla de cuatro millones de abortos clandestinos al año y de 4.000 mujeres que murieron al intentarlo (en pésimas condiciones sanitarias). Salvo el distrito federal en México y Cuba, que han aprobado leyes de plazos, en el resto de los países sólo se contempla la despenalización, en el mejor de los casos, por violación, incesto o peligro de grave malformación del feto, y, por lo general, no se castiga sólo cuando la madre corre peligro de muerte.

Más allá de abundar en casos concretos, que ponen los pelos de punta por el fanatismo con el que se persigue a las mujeres que desean abortar o ya lo han hecho, lo que resulta evidente es el desprecio con que las autoridades políticas y legislativas tratan las movilizaciones de grupos de mujeres que la mayoría de las veces sólo reclaman la despenalización del aborto en los supuestos más evidentes (violación, peligro de la vida de la madre, malformación del feto), sin llegar siquiera a reivindicar leyes de plazos que se aproximen a las que rigen en los países occidentales desarrollados.

La Iglesia católica y las iglesias evangélicas combaten con energía cualquier minúscula iniciativa que se ponga en marcha para paliar la terrible situación a la que se ven abocadas millones de mujeres en el continente, pero eso se da ya por descontado: forma parte de su programa ideológico. Lo más grave es la falta de sensibilidad de políticos y legisladores, y de la ciudadanía en general, hacia la mujer. Ni cuenta su salud, ni cuenta su voz, ni cuenta su legítimo derecho a disponer de su propio cuerpo. Casi todos los países latinoamericanos están inmersos en procesos de modernización, o defienden revoluciones que acaben con viejas injusticias, pero mientras la mujer sea tachada y apartada de esos desafíos, mientras no se incorpore plenamente en condiciones de igualdad a todas las batallas cotidianas, sea cual sea el futuro de esos países será un futuro incompleto y fallido. Sobre la mujer latinoamericana descansa muchas veces el peso de la supervivencia familiar y sin su contribución económica la crisis actual hubiera sido más virulenta aún. En cualquier cuestión relacionada con el aborto, es su voz la que tiene que ser escuchada en primer lugar.

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