CON GUANTES | intro

El 'glamour' y otras historias

Se muere Ted Kennedy y lo enterramos con honores, hasta ahí todo bien. Pero entre las salvas, la bandera a media asta y el eterno retorno del forzado glamour de la familia Kennedy volvemos a asistir a la ceremonia de santificación política de un clan que tiene tantas zonas oscuras como cualquier otro jugador del póquer del gran poder y que, sin embargo, ha sobrevivido al rumor negro y constante que acompaña en cambio a muchos otros jugadores. ¿Cómo? Es un misterio. Tres milagros probados parece ser una de las condiciones obligatorias para cualquier santificación, y ésos los tiene...

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Se muere Ted Kennedy y lo enterramos con honores, hasta ahí todo bien. Pero entre las salvas, la bandera a media asta y el eterno retorno del forzado glamour de la familia Kennedy volvemos a asistir a la ceremonia de santificación política de un clan que tiene tantas zonas oscuras como cualquier otro jugador del póquer del gran poder y que, sin embargo, ha sobrevivido al rumor negro y constante que acompaña en cambio a muchos otros jugadores. ¿Cómo? Es un misterio. Tres milagros probados parece ser una de las condiciones obligatorias para cualquier santificación, y ésos los tiene, qué duda cabe, esta ilustre saga, y también una dolorosa lista de mártires, pero entre laicos, y entre tiburones, sorprende tanto consenso a la hora de no molestar a los Kennedy, ni muertos ni vivos. No es de extrañar que Nixon le tuviese manía a esta dichosa familia. Existe esa figura conocida por todos en lo legal y en lo moral, en lo universal y en lo cotidiano, llamada agravio comparativo, y ahí el feo Nixon se vio siempre juzgado en desigualdad frente a los apuestos irlandeses. A nadie se le escapa que el contrabando ilegal de alcohol durante los años de la prohibición contribuyó cuando menos a levantar la fortuna del clan, aunque parece demostrado que cuatro buenas fotos pesan más en el romántico almanaque de la memoria que un historial cargado de sospechas, desde Joe, el patriarca, hasta la Bahía de Cochinos de Jack y Bob, pasando por Jack Rubi y la mafia, el extraño señor Oswald o aquel coche en el fondo del agua turbia de la isla Chappaquiddick que terminó con la carrera a la presidencia del senador Edward ahora fallecido.

"Unas vidas son juzgadas por muy distinto rasero que las vidas de otros"

No pretendo aquí desenterrar cadáveres entre el dolor de una familia, pero no está de más revisar de cuando en cuando qué leyes morales y qué rigores sentimentales no escritos llevan a pintar de blanco una saga que incluye, entre su buena fe y su archivo de aciertos indudables, grandes dosis de poder y ambición, mientras otras ambiciones políticas y otras carreras igualmente despiadadas son y han sido en el pasado pintadas de negro cuando no del rojo mismo del infierno.

Ahora que quien más quien menos echa pestes de la vulgaridad que impera en la vida política y social (Obama excluido) conviene recordar de dónde venían algunas de las más grandes fortunas a todos los lados posibles de todos los mares, qué tratos y qué guerras plantaron los hermosos jardines que tan alegremente disfrutan hoy las madres e hijas deslumbradas por las páginas del Hola, con qué fondos ganados cómo o contra quién se levantaron algunas grandes colecciones de arte, qué gente es esa a la que venimos bendiciendo desde hace décadas atendiendo siempre al brillo encantador y cegador del más reciente baile de la rosa.

Nadie negará los méritos de los Kennedy ni el precio que pagaron por ellos, pero éste es un momento tan bueno como cualquier otro para recurrir a los papeles de la historia y comprobar cómo unas vidas son juzgadas en sociedad, y gracias al maquillaje de los medios, por muy distinto rasero que las vidas de otros.

Hay más de un criterio para juzgar lo similar como bien saben los propios reyes de todos los mundos y todo aquel que, inocentemente o no, haya conseguido amasar la fortuna y el poder suficientes como para limpiar su nombre y el de los suyos.

Dicen con razón que es muy feo hablar mal de los muertos, pero también es muy feo hablar mal de los vivos, y eso se hace a diario.

Sería magnífico que unos y otros fuéramos juzgados únicamente por nuestros logros, pero eso, como dice Homer Simpson, sucede sólo en el país de la gominola, y no siempre. Lo que se me antoja injusto es que unos puedan vivir en ese Camelot imaginario alfombrado de algodón de azúcar y que a otros se les obligue constantemente a admitir el crimen de no haber sido hermosos, o de no haber tenido la pasta o la inteligencia necesarias para dulcificar su imagen mediante el caprichoso y encantador photoshop de la Historia.

Si el feo cadáver de Jimmy Hoffa saliera por fin del río en el que se hundió hace muchos, muchos años, podríamos preguntarle un par de cosas…

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