Editorial:

Netanyahu decepciona

La esperada réplica a Obama del líder israelí ignora cruciales reivindicaciones palestinas

En su esperado mensaje anoche, réplica al de Barack Obama al mundo árabe el 4 de junio, el primer ministro israelí ha intentado cuidadosamente no tensar las relaciones privilegiadas de su país con Estados Unidos. Pero pese a sus elementos cosméticos, el discurso de Benjamín Netanyahu en la Universidad Bar-Ilan, un vivero de derechismo religioso, dista de expresar la reconciliación regional que habían anticipado sus portavoces y es insuficiente y poco flexible en aspectos cruciales del conflicto de Oriente Próximo.

Las dos premisas fundamentales exigidas por Obama al líder derechista isr...

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En su esperado mensaje anoche, réplica al de Barack Obama al mundo árabe el 4 de junio, el primer ministro israelí ha intentado cuidadosamente no tensar las relaciones privilegiadas de su país con Estados Unidos. Pero pese a sus elementos cosméticos, el discurso de Benjamín Netanyahu en la Universidad Bar-Ilan, un vivero de derechismo religioso, dista de expresar la reconciliación regional que habían anticipado sus portavoces y es insuficiente y poco flexible en aspectos cruciales del conflicto de Oriente Próximo.

Las dos premisas fundamentales exigidas por Obama al líder derechista israelí, explícitas ambas en la hoja de ruta de 2003, son que reconozca el derecho de los palestinos a un Estado propio y que cese definitivamente la ampliación de los asentamientos en la Cisjordania ocupada. Retórica aparte, como su disposición a entrevistarse ya con los dirigentes árabes, Netanyahu ha respondido con una de cal y otra de arena a los requerimientos de Washington. Si su anunciada disposición a aceptar un Estado palestino representa un cambio sustantivo en alguien que no había mencionado antes esa posibilidad, la exigencia de que carezca de toda capacidad militar o de control de su espacio aéreo está cargada de interrogantes. Los palestinos no acarician la idea de un ejército ofensivo, pero es poco probable que aceptaran permanecer inermes ante la formidable potencia armada de su vecino y guardián.

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El jefe del Gobierno israelí no aporta nada nuevo en la cuestión clave de los asentamientos en Cisjordania, más de un centenar oficiales, en los que viven casi medio millón de israelíes, ilegales internacionalmente, y cuyo desmantelamiento mayoritario exigen los palestinos. Netanyahu asegura su congelación, también prevista en la hoja de ruta, pero nunca ha cumplido Israel, que se reserva en cualquier caso lo que denomina "crecimiento natural", promesa alguna en este terreno. Netanyahu depende en su Gobierno de coalición de partidos ciegamente a favor de los colonos. Y no hay soberanía palestina posible en un territorio agujereado por poblaciones enemigas.

Más que expresión de un talante negociador abierto, el mensaje de anoche resulta básicamente impositivo. Reafirma como mantra innegociable la irrenunciable capitalidad de Jerusalén, exige para iniciar negociaciones el reconocimiento de Israel como un Estado judío o algo tan irreal como que la Autoridad Nacional Palestina, la facción moderada de Mahmud Abbas, elimine al bando rival Hamás, que controla la franja de Gaza. Es comprensible la reacción inicial de Abbas al afirmar que Netanyahu en realidad está saboteando las renovadas expectativas de paz.

El inacabable conflicto palestino-israelí está empedrado de propósitos y acuerdos incumplidos, escritos o formulados por ambas partes con la deliberaba intención de ignorarlos. La desconfianza insuperable entre los dos bandos abona el pesimismo de quienes, pese a Obama, temen la repetición del escenario.

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