Editorial:

Pedro y el virus

La OMS debe mejorar sus sistemas de evaluación e información ante los riesgos de la nueva gripe

El virus que causa la nueva gripe se ha convertido en la primera pandemia del siglo XXI. Pero, con ese calificativo, ha dejado en entredicho el sistema de alertas que maneja la Organización Mundial de la Salud (OMS). De momento, se trata de una pandemia leve. Hay que alegrarse de que así sea, pero el mensaje resulta algo contradictorio, que es lo peor que puede pasar cuando se manejan asuntos en los que se entremezclan salud y opinión pública.

El anuncio del aumento del nivel de alerta se ha hecho después de amagar varias veces. Ha habido comunicaciones con los Gobiernos, y hasta hubo r...

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El virus que causa la nueva gripe se ha convertido en la primera pandemia del siglo XXI. Pero, con ese calificativo, ha dejado en entredicho el sistema de alertas que maneja la Organización Mundial de la Salud (OMS). De momento, se trata de una pandemia leve. Hay que alegrarse de que así sea, pero el mensaje resulta algo contradictorio, que es lo peor que puede pasar cuando se manejan asuntos en los que se entremezclan salud y opinión pública.

El anuncio del aumento del nivel de alerta se ha hecho después de amagar varias veces. Ha habido comunicaciones con los Gobiernos, y hasta hubo reuniones con algunos periodistas para que ayudaran a transmitir el mensaje de calma. Parece que este objetivo se ha conseguido. Las reacciones de los gobernantes y de la población muestran tranquilidad. Lo malo será si esa calma se convierte en indiferencia.

Porque, con su anuncio, la OMS ha quemado su último cartucho. Salvo que cambie sus protocolos, ya no tiene más fases de alerta que esgrimir. Y, por lo que ha dicho la propia directora de la organización, Margaret Chan, no sería una sorpresa que dentro de unos meses tuviera que volver a alertar, esta vez con más razones, ante una posible mutación que haga más peligroso este virus. Como en el cuento de Pedro y el lobo, la OMS ha gritado tantas veces "que viene el lobo" que corre el riesgo de que nadie se la tome en serio en el futuro: lo peor que le puede pasar a una organización que ha tardado medio siglo (se fundó en 1948) en convertirse en una referencia sanitaria mundial.

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La OMS era presa de sus propios reglamentos, que establecen que se debe declarar la fase 6 (pandemia) cuando un agente infeccioso se propaga con facilidad entre personas sin que sea necesario que éstas convivan estrechamente. Los esfuerzos de algunos de los países en los que esto ha sucedido consiguieron retrasar la declaración un par de semanas, durante las que los responsables sanitarios se han hartado de explicar que se trata de una decisión debida a la expansión de la enfermedad, no a su gravedad. Seguro que, en el caso de España, el hecho de que no haya habido consecuencias graves en ninguno de los casi mil casos que se han analizado ha ayudado a la calma de la población. Pero la OMS y sus asesores deben pensar en que esto puede no ser así la próxima vez. Han evitado el pánico. Ahora deben aprovechar la experiencia para mejorar el sistema de evaluación e información.

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