Columna

Quitar(se) el miedo

Dice un personaje de novela: "De una manera u otra siempre aparece el miedo. Siempre acabamos ahí, metidos en él como en un cuarto... miedo es el único aire que hay en este país para respirar". Desgraciadamente, en Euskadi sabemos mucho de miedo. La gran mayoría de los vascos nos hemos pasado la vida en contextos o climas que lo favorecen. Primero los miedos que se acumulan, que se imantan en una dictadura (y antes, en una guerra); y después de la llegada de la democracia, los miedos que la amenaza de ETA ha sembrado en nuestra sociedad y que de tantas maneras han prendido, arraigado, condicio...

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Dice un personaje de novela: "De una manera u otra siempre aparece el miedo. Siempre acabamos ahí, metidos en él como en un cuarto... miedo es el único aire que hay en este país para respirar". Desgraciadamente, en Euskadi sabemos mucho de miedo. La gran mayoría de los vascos nos hemos pasado la vida en contextos o climas que lo favorecen. Primero los miedos que se acumulan, que se imantan en una dictadura (y antes, en una guerra); y después de la llegada de la democracia, los miedos que la amenaza de ETA ha sembrado en nuestra sociedad y que de tantas maneras han prendido, arraigado, condicionando nuestros hábitos de ocupación del espacio público y de los territorios de la expresión. Y por si fuera poco, a todos esos miedos propios se le suman ahora los miedos globalmente desatados por la crisis económica internacional.

Y por eso aquí, más que en ningún otro sitio, cabría esperar (y exigir) de los responsables políticos que contribuyeran no a alimentar el miedo de la sociedad sino a remediarlo, a exorcizarlo. Y por eso cuesta aceptar, e incluso concebir, que el PNV alimente ahora temores bajo fórmulas o mensajes del tipo: después de mí o sin mí en el Gobierno sólo cabe esperar una especie de diluvio social. Y se entiende menos aún, porque la perspectiva de un cambio de color de gobierno, después de treinta años ininterrumpidos de nacionalismo en el poder, genera expectativas y fundamenta razones quitamiedos.

La primera es que introduce una forma de normalización en Euskadi, de equiparación con cualquiera de los países de nuestro entorno y de nuestro ámbito natural donde la alternancia en el poder constituye la norma, esto es, la práctica más saludable, habitual y homologada del ejercicio democrático. La segunda razón quitamiedos está íntimamente ligada con la anterior, y es que con un nuevo partido al frente del gobierno vasco se aleja, en quienes lo han ocupado durante tres décadas, la oportunidad y/o la tentación de confundir el estar en el poder por con el ser en el poder o el poder mismo.

La tercera razón quitamiedos es que con la alternancia se anuncia otro cambio fundamental: va a concluir el ciclo de las divisiones, de la desoladora separación mantenida por Ibarretxe entre los nuestros y los demás, entre los que sí y los que no entienden Euskadi, en definitiva, entre los incluidos y los excluidos o exiliados de su proyecto de país. Va a cerrarse el conocido ciclo de la división y abrirse el de la condición ciudadana: el de la consideración de Euskadi como un conjunto de personas, de ciudadanos sin más, es decir, ni más ni menos. El PNV debería asumirlo y también que la transversalidad no es un parche que se coloca deprisa y corriendo ante el vértigo de pasar a la oposición, sino una actitud que se predica con el ejemplo constante, es decir, con lo contrario de lo que han (re)presentado sus gobiernos en los últimos años. Debería asumirlo y dejar de proponernos miedo, más miedo.

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