Reportaje:

Cuando Miró 'asesinó' la pintura

El MOMA de Nueva York arroja luz sobre los años de exploración del maestro

¿La enésima exposición dedicada a alabar a uno de los grandes artistas del siglo XX? ¿Por mucho que sea en Nueva York? No exactamente. Por suerte, existen comisarios dispuestos a lanzar miradas originales hacia creadores sobre los que, erróneamente, podría parecer que ya se ha escrito todo. Anne Umland, responsable de la muestra Joan Miró: pintura y antipintura, 1927-1937, que desde el próximo domingo el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York dedica a la década más desconocida de Miró, le ha añadido un capítulo más. Esta comisaria del Departamento de Escultura y Pintura del MOMA hab...

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¿La enésima exposición dedicada a alabar a uno de los grandes artistas del siglo XX? ¿Por mucho que sea en Nueva York? No exactamente. Por suerte, existen comisarios dispuestos a lanzar miradas originales hacia creadores sobre los que, erróneamente, podría parecer que ya se ha escrito todo. Anne Umland, responsable de la muestra Joan Miró: pintura y antipintura, 1927-1937, que desde el próximo domingo el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York dedica a la década más desconocida de Miró, le ha añadido un capítulo más. Esta comisaria del Departamento de Escultura y Pintura del MOMA había explorado a fondo la obra del artista catalán como asistente en la retrospectiva que el mismo centro le dedicó en 1993. "Ahí descubrí un pequeño collage que me inquietó y que me llevó a escribir una tesis doctoral. También, que todo lo que hizo en aquella época, esencial en su evolución, era casi desconocido para el gran público".

"La antipintura fue una revuelta contra un estado mental y contra las técnicas tradicionales que más tarde fueron juzgadas como moralmente injustificables. El rechazo a hacer cosas bonitas me empujó a utilizar los materiales más sórdidos e incongruentes posibles". Son palabras de Joan Miró, recogidas en 1962 por el crítico Denys Chevalier en París para una entrevista realizada frente a obras creadas con materiales atípicos para la época -tierra, corcho, papel, piedras-. La muestra, que incluye casi un centenar de dibujos, objetos, collages y pinturas, arranca con una serie de cuadros realizados sobre lienzos sin tratar para saltar después a la serie Bailarines españoles, donde una pluma solitaria adherida a un panel de madera podría pertenecer perfectamente a una bienal de arte contemporáneo del siglo XXI, pese a que esté datada en 1928. "Es el Miró más radical, y modernísimo", explicó Joan Punyet Miró, nieto del artista, quien alabó al MOMA por embarcarse en la difícil búsqueda y reunión de una serie de obras que muestran "su inquietud constante, su devoción hacia la creación artística y su compromiso moral". Muchas estaban en manos de coleccionistas privados o en condiciones bastante frágiles, por lo que la muestra no viajará a otros museos. "El MOMA supo ver la grandeza de Miró en 1941, cuando le dedicó su primera gran exposición, y ahora es capaz de lanzar una mirada contemporánea sobre este creador moderno", añadió Punyet, uno de los responsables de su legado artístico y profundo conocedor de la obra de su abuelo.

Miró exploró el collage, al que incorporó dibujos, como en Dibujo Collage de 1933 o como los que utilizó como borradores para después pintar lienzos. En la muestra también hay una amplia sala dedicada a construcciones y objetos. "Expuso en París a mediados de los años veinte y tuvo muchísimo éxito. Pero se rebeló contra ello. No creía en el arte como objeto comercial. De ahí su famosa proclama 'Hay que asesinar la pintura', que marca el inicio de los años en los que se concentra esta exposición. Exploró materiales imposibles, grapas, huesos, maderas, mejillones, hizo collages con postales, pintó sobre materiales que no eran lienzos... La crítica de la época le aplaudió pero él dejó de vender y hasta llegó a pasar hambre. Una vez le ofreció a su portera unos dibujos a cambio de un plato de estofado de ciervo. Ella le dio el estofado gratis, y cuando se dio la vuelta, rompió los dibujos", cuenta a modo de anécdota Punyet para ilustrar las dificultades por las que atravesó el artista a partir de 1927.

Su proclama sobre "asesinar la pintura" hay que encuadrarla dentro de una época históricamente oscura, donde el auge del fascismo, el nazismo, la Guerra Civil española y finalmente la Segunda Guerra Mundial marcaron las preocupaciones de la cultura. Como señala Umland, "Miró respeta toda la tradición pictórica". "Pero cree que para encontrar un nuevo lenguaje hay que declarar la muerte de la pintura. No se trata de abandonar los pinceles, sino de experimentar con ellos, y aquí tratamos de mostrar ese continuo work in progress".

Naturaleza muerta con zapato viejo, obra de Joan Miró de 1937, que forma parte de la exposición del MOMA.EFE

Catalán, por supuesto

Entre los fans de Miró destaca el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, que tiene La Moncloa llena de cuadros del artista. Sin embargo, quien asistió ayer a la presentación en Nueva York de la muestra fue Josep Lluís Carod Rovira, el consejero de la vicepresidencia del Gobierno de la Generalitat. De su departamento depende el Instituto Ramon Llull, el Cervantes catalán, que ha subvencionado la exposición del MOMA con 65.000 euros. Según justificaron en su día sus responsables, el objetivo de esta "ayuda" a la gran potencia del arte moderno es dejar claro de una vez por todas que Joan Miró era catalán. Nadie lo ponía en duda.

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