Crítica:LIBROS | Escaparate

Dos bombas, un horror

Narrativa. La mezcla no es tan extraña como podría parecer a simple vista. Una novela de un escritor japonés y una colección de crónicas de un periodista norteamericano. Algo les une: el horror en estado puro. Hiroshima en el primer caso; Nagasaki en el segundo. Dos bombas atómicas, el 6 y el 9 de agosto de 1945. Centenares de miles de muertos. Un aviso sobre los límites que nunca debería traspasar el ser humano en medio de un siglo en el que éste se empeñó en cruzar todos los límites. Un crimen de guerra que quedó sin castigo porque los vencidos nunca pueden juzgar a los vencedores.

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Narrativa. La mezcla no es tan extraña como podría parecer a simple vista. Una novela de un escritor japonés y una colección de crónicas de un periodista norteamericano. Algo les une: el horror en estado puro. Hiroshima en el primer caso; Nagasaki en el segundo. Dos bombas atómicas, el 6 y el 9 de agosto de 1945. Centenares de miles de muertos. Un aviso sobre los límites que nunca debería traspasar el ser humano en medio de un siglo en el que éste se empeñó en cruzar todos los límites. Un crimen de guerra que quedó sin castigo porque los vencidos nunca pueden juzgar a los vencedores.

Masuji Ibuse (1898-1993) debe su fama a Lluvia negra, vertida al cine en 1989 por Shohei Imamura. Es, formalmente, una novela, pero sus descripciones de las penalidades de las víctimas de Hiroshima tras el bombardeo atómico, basadas en documentos históricos y en relatos de supervivientes, componen un espeluznante Jardín de las Delicias que debe bastante a la crónica periodística.

Lluvia negra

Masuji Ibuse

Traducción de Pedro Tena

Libros del Asteroide. Barcelona, 2007

390 páginas. 21,95 euros

Nagasaki. Las crónicas destruidas por MacArthur

George Weller

Prólogo de Walter Cronkite

Traducción de Enrique Herrando

Crítica. Barcelona, 2007

392 páginas. 29,90 euros

Lluvia negra deja un poso seco, siniestro, fatalista. Un personaje central es Yasuko, una joven que cree haberse librado de la "enfermedad de la radiación" y cuyo tío, que la sufre sin duda alguna, escribe un diario convencido de que ese ejercicio de la memoria puede disipar las reticencias de los candidatos a marido de su sobrina, que no se fían y recurren a casamenteras-investigadoras.

Por estas páginas, vagan heridos que se tambalean con el cuerpo en carne viva y la piel cayéndose a pedazos, en busca de una salvación imposible, atrapados tras la explosión por la mortífera lluvia negra que da nombre al libro. Hay reminiscencias de los grupos de penitentes que, en el Medievo, clamaban al cielo en busca de protección contra la peste negra. Y, como en La peste, de Camus, el horror surge de hechos descritos sin énfasis que revelan un paisaje interior desolado, pero en el que late la esperanza.

Desde la ficción (más teórica que real), Lluvia negra presenta claras similitudes con la reconstrucción de la misma hecatombe del estadounidense John Hersey. Y con George Weller, premio Pulitzer en 1943 y primer periodista que, haciéndose pasar por coronel, llegó a Nagasaki, el 6 de septiembre de 1945. De ahí surgió Nagasaki. Las crónicas destruidas de MacArthur, que incluye reveladoras descripciones y testimonios de primera mano (fundamentalmente norteamericanos), aunque el autor peca a veces de ingenuo, como cuando asegura: "Cobra fuerza la impresión de que la bomba atómica es un arma tremenda, pero no especial".

Al general MacArthur no le hizo ninguna gracia el engaño y, mucho menos, el contenido de las crónicas de Weller, que tuvieron que sortear la censura. Parte del material fue destruido por el Gobierno norteamericano y quedó inédito en vida de su autor, que murió en 2002. Su hijo Anthony halló en un cajón, un año después, una copia hecha con papel carbón y burló, con casi 60 años de retraso, la censura del general-virrey.

Imagen tomada por el Ejército estadounidense de la Escuela de Medicina de Nagasaki en 1946.

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