Reportaje:

Rapero de vida turbia

Que truenen los metales, que se alcen los coros uniformados, que salga el batallón de bailarinas sin túnicas: vamos a hablar de R. Kelly, un gigante de la música afroamericana. Aun a riesgo de sonar como una biografía promocional, debemos recurrir a las cifras: desde que comenzó a grabar bajo su nombre, en 1993, ha despachado unos 38 millones de discos. Ha colocado más de cincuenta temas en las listas de éxitos de lo que allí llaman rhythm and blues (R&B), 13 de los cuales llegaron al número uno.

Pero su impacto está circunscrito esencialmente a EE UU (más específicamente, a la comunida...

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Que truenen los metales, que se alcen los coros uniformados, que salga el batallón de bailarinas sin túnicas: vamos a hablar de R. Kelly, un gigante de la música afroamericana. Aun a riesgo de sonar como una biografía promocional, debemos recurrir a las cifras: desde que comenzó a grabar bajo su nombre, en 1993, ha despachado unos 38 millones de discos. Ha colocado más de cincuenta temas en las listas de éxitos de lo que allí llaman rhythm and blues (R&B), 13 de los cuales llegaron al número uno.

Pero su impacto está circunscrito esencialmente a EE UU (más específicamente, a la comunidad negra). Así que, en Europa, mejor recurrir a las comparaciones, aunque parezcan simplonas. Podríamos afirmar que Kelly es tan prolífico como Prince. Ha publicado una docena de álbumes, varios de los cuales son dobles. Al igual que el músico de Minneapolis, es un artista superdotado, capaz de desarrollar música suntuosa sin ayuda externa. Desde luego, no posee la paleta desbordante de Prince: su especialidad son las baladas, aunque también facture algo de hip-hop o remezclas bailables. Dentro de esos parámetros, su creatividad luce incontenible: aparte de su discografía propia, ha confeccionado éxitos para Michael Jackson, Luther Vandross, Britney Spears, los Isley Brothers y numerosas luminarias del R&B.

Cuando llegue el juicio, la táctica de la defensa será la teoría de la conspiración: R. Kelly tiene enemigos poderosos
"Soy el Muhammad Ali actual, Bob Marley, Martin Luther King..., todos los grandes que llegaron antes que nosotros"
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En España, el aranbi no es una música mayoritaria, pero atrae a un público fiel, con poder adquisitivo: se distribuyen los discos de R. Kelly, aunque difícilmente se escucharán fuera de programas especializados en M-80 o Canal Sur. Los puristas gritarán ¡herejía!, pero podríamos sugerir que estamos ante la reencarnación del sublime Marvin Gaye, un vocalista de alta expresividad y poderosa sensualidad.

Maticemos. El disco más célebre de Marvin es What's going on (1971), dolorida panorámica de unos Estados Unidos traumatizados por la guerra de Vietnam y los conflictos raciales. Por el contrario, R. Kelly nunca ha sentido la tentación del comentario social. Sus preocupaciones se limitan al sexo y al amor. Suele ir más allá de las metáforas tipo Marvin, lo de Sexual healing (Curación sexual) o Let's get it on (Vamos a montárnoslo). R. Kelly prefiere mostrarse explícito cuando canta, cuando se dirige a su pareja y cuando está pagando a strippers o seduciendo a groupies.

Aun con semejante reputación, millones de sus fans se quedaron noqueados al ver a Robert Sylvester Kelly (Chicago, 1967) convertido en el más famoso delincuente sexual de su país. Su expediente se abrió en 2002. El Sun-Times, un periódico de su ciudad natal, recibió una cinta de vídeo donde se le veía en pleno zafarrancho carnal: baile erótico, felaciones, masturbación, lluvia dorada, etcétera. Podía interpretarse como sexo mercenario: Kelly entrega dinero a su partenaire, que se comporta con las maneras distantes de una profesional mientras él ordena. El problema: ella, reconocida como la sobrina de una colaboradora del cantante; no ejerce la prostitución. Y en el momento de la grabación ?que por la música y los spots publicitarios que se oyen de fondo, se supone que data de 2000? tenía 14 añitos.

Pocas semanas después, la cinta se vendía abiertamente en las calles de los barrios negros de Estados Unidos: cinco dólares por copia, o menos si el cliente estaba dispuesto a regatear. Había sido bautizada Rated R. Kelly triple XXX, Vol. 1. Y lo de la numeración no era gratuito: al poco circulaban otras dos cintas similares. Se paró una cuarta grabación donde la compañera de juegos era adulta: la esposa (¡y cantante de gospel!) de un popular jugador de béisbol; estaba en poder de un chantajista, que fue atrapado.

Para entonces, R. Kelly ya había sido fotografiado con el uniforme color naranja que las autoridades estadounidenses reservan a los presos. Abierta la veda contra el cantante, la policía de Davenport (Florida) irrumpió en su segunda residencia y halló fotos comprometedoras con la adolescente del primer vídeo. Pero, en el calor de la cacería, los sabuesos de Florida olvidaron pedir la orden de registro, y la causa fue archivada. El sumario contra R. Kelly se dirime exclusivamente en Chicago, donde el 5 de junio de 2002 fue encartado por generar pornografía infantil.

Lo pasmoso es que, cinco años después, todavía se ignora cuándo se pondrá en marcha el juicio. Incluso en la nación de los abogados expertos en triquiñuelas, tal retraso no tiene precedentes: en un periodo similar, Michael Jackson fue denunciado, enjuiciado y declarado inocente. Obviando la posibilidad de que ?saben, no sería la primera vez? se haya sobornado a funcionarios del Estado de Illinois, la táctica de la defensa resulta transparente: cuando llegue la hora de testificar, la víctima será irreconocible. De hecho, ella ha negado ser la actriz del vídeo.

Frente a su actitud, la identificación positiva de su tía, la cantante Sparkle. Más la mala baba del hermano de R. Kelly, Carey, quien insiste en que quisieron convencerle para que se comiera el marrón, reconociéndose como el hombre de la cinta; a cambio, recibiría una casa, un contrato de grabación y 50.000 dólares. Y los antecedentes extraoficiales de R. Kelly, que le muestran como un depredador de menores.

Llegamos al meollo: el mundo de la música negra es orgullosamente machista. Aunque no superen los alardes de los raperos, que reducen a las mujeres a objetos sexuales de sus vídeos y sus letras, los vocalistas de R&B disfrutan de una enorme tolerancia. De R. Kelly se rumoreaba que rondaba por los alrededores de su antiguo instituto, acercándose a las alumnas más bellas y soltando una aceitada versión del "yo puedo hacerte una estrella".

Y no siempre mentía. En 1991, Kelly comenzó a trabajar con la cantante Aaliyah: ella tenía 12 años; él, 23. Su primer disco incidía en esa diferencia: se llamaba La edad no es más que un número. En 1994, Kelly y Aaliyah se casaron en secreto; en el certificado correspondiente, ella mentía al proclamar que era mayor de edad. Cuando despegó la carrera de Aaliyah, su familia se anticipó al previsible escándalo y logró la anulación del matrimonio. Se supone que no se volvieron a ver y nunca comentaron públicamente su relación. Aaliyah falleció en 2001, al estrellarse su avioneta en las islas Bahamas, donde estaba rodando un vídeo.

R. Kelly se volvió a casar en 1996, también con una chica del medio: Andrea Lee, bailarina y coreógrafa, de 22 años. Con dos hijas, están divorciándose, y ella ha conseguido una orden de alejamiento alegando que el cantante se pone agresivo. Paradójicamente, la violencia también puede acompañar a algunos divos del R&B romántico. Un tal Henry Love Vaughn, que se describe como tutor musical de R. Kelly, confesó que su "discípulo" le vapuleó cuando exigió una compensación económica como coautor de algunos temas; la denuncia no prosperó. Poco después, R. Kelly fue atacado con un spray de gas irritante por un miembro del equipo de Jay-Z, gran factótum del rap: estaban promocionando su disco conjunto, The best of both worlds, y R. Kelly fue despedido de la gira; ambos se lanzaron demandas millonarias, todavía pendientes de resolución.

Estamos, no lo olviden, en Estados Unidos, donde el deporte nacional es pleitear y exprimir al contrario. También es el país de los veredictos increíbles. Dicen que R. Kelly puede evitar la cárcel. Se supone que sus leguleyos refutarán que el cantante sea la persona que dirige la acción sexual tras soltar unos billetes verdes. Una vez sembrada la duda, desarrollarán la teoría de la conspiración: como todo triunfador, Kelly se ha hecho enemigos poderosos, gente que le quiere hundir. Finalmente jugarán la carta racial, al modo de O. J. Simpson.

La teoría, aceptada por parte de la comunidad afroamericana, es que The Man (El Hombre, el poder blanco) siempre intenta destruir a las figuras negras que ganan millones y rehúsan seguir la moral dominante. Y R. Kelly no es un Michael Jordan (aunque, curioso, el cantante y el deportista son amiguetes). Su carisma le hace peligroso: su apodo artístico ?desafortunado, considerando la naturaleza de las acusaciones? es "el flautista de Hamelin del R&B".

En sus primeras comparecencias ante el juzgado, encorbatado y circundado por guardaespaldas, le jaleaban entregadas admiradoras femeninas. Hasta apareció misteriosamente un coro de niños que entonó algunos de sus éxitos para-todos-los-públicos. Pero el tedio del procedimiento judicial ha ido alejando a fieles y curiosos. Y han hecho acto de presencia airados detractores: R. Kelly no goza de apoyo unánime entre la gente de su raza. Los locutores de radio políticamente correctos se niegan a programar sus discos. Las asociaciones de víctimas de delitos sexuales lamentan la impunidad con que actúan Kelly y otros menoreros.

Como recordarán los lectores de La hoguera de las vanidades, la novela de Tom Wolfe, estos juicios de "perfil alto" atraen a oportunistas de todo pelaje, buscando réditos políticos o económicos. Dos de los "líderes comunitarios" que encabezaban el movimiento contra Kelly resultaron ser personalidades poco recomendables. Uno pretendió extorsionar al cantante con la citada cinta donde retoza con la esposa de una estrella del béisbol. Otro, un reverendo contratado para una oficina estatal de defensa de la infancia, metió la zarpa en los fondos que tenía a su disposición.

Cinco años después de que se destapara el asunto aumenta la frustración de los luchadores contra la paidofilia. Se han enterado de que, en varias ocasiones, R. Kelly pactó generosos arreglos extrajudiciales con chicas que cedieron a las exigencias sexuales del cantante, experto en utilizar su edad y su posición; una se vio forzada a abortar, otra se enteró de que los colegas de Kelly disfrutaban de vídeos con sus encuentros íntimos. Una antigua novia, Kim L. Dulaney, ha escrito Star struck: an american epidemic, ficción que retrata a un vocalista obsesionado por las jovencitas.

Por si no hubiera suficiente carnaza, R. Kelly dirige y protagoniza Trapped in the closet, un culebrón que define como su versión de Mujeres desesperadas. Se trata de una historia enrevesada de infidelidades, tiros e imposibles giros argumentales en breves capítulos, que se pueden descargar o comprar en DVD. Lo describen como una hip-hopera: contiene música narrativa donde Kelly canta, incluso adoptando una voz femenina. Eso y el guiño del título (Atrapado en el armario) parecen calculados para sustanciar otra revelación de su hermano Carey: que el secreto de R. Kelly es su bisexualidad.

Mientras laten todas estas polémicas, el cantante guarda silencio. Su ego se mantiene en las alturas. En el penúltimo número de la revista Hip Hop Soul se proponía como heredero de su héroe: "Soy el Muhammad Ali actual, el Marvin Gaye actual, el Bob Marley actual, el Martin Luther King?, todos los grandes que llegaron antes que nosotros. Y mucha gente está comenzando a darse cuenta de ello". No hay palabras para responderle.

R. Kelly.

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