El conflicto de Oriente Próximo

Hamás, en el gueto

Los primeros culpables de lo que les pasa a los palestinos son los propios palestinos. Pero no sólo hay que culpar a Hamás y a la Autoridad Palestina (AP). Tras los últimos exabruptos de guerra civil entre ambas fuerzas, la situación es hoy de una geometría aterradora: la AP del presidente Mahmud Abbas está en vías de consolidar su dominio en Cisjordania, y dispuesta a cualquier operación de limpieza que se estime necesaria; y el movimiento terrorista de Hamás, rey y señor de Gaza, una prisión asediada, a la que se puede rendir, juntamente con millón y medio de pobladores, por hambre o ...

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Los primeros culpables de lo que les pasa a los palestinos son los propios palestinos. Pero no sólo hay que culpar a Hamás y a la Autoridad Palestina (AP). Tras los últimos exabruptos de guerra civil entre ambas fuerzas, la situación es hoy de una geometría aterradora: la AP del presidente Mahmud Abbas está en vías de consolidar su dominio en Cisjordania, y dispuesta a cualquier operación de limpieza que se estime necesaria; y el movimiento terrorista de Hamás, rey y señor de Gaza, una prisión asediada, a la que se puede rendir, juntamente con millón y medio de pobladores, por hambre o fuego. La mejor diana para el tiro al blanco.

La rama de los Hermanos Musulmanes en Palestina, Hamás, no vale lo que la casa matriz, que hace política en Egipto y Jordania, y donde es una fuerza insoslayable. Los integristas palestinos, sin embargo, son incapaces de dar ese paso. Es cierto que no tienen enfrente a otra sociedad árabe, sino al movimiento sionista que ven como ocupante, pero la aceptación sólo a medias de la vía política carece de sentido. Si Hamás admite, como lo ha hecho, que hay que tratar con Israel, ha de empezar por renunciar al terrorismo y negociar con Jerusalén su mutuo reconocimiento; y en caso de que el Gobierno de Ehud Olmert rechazara los contactos, habría logrado, al menos, situar la bola en campo contrario.

En el círculo inmediatamente exterior se halla Al Fatah, que también dirige Abbas. Apenas ganó Hamás las legislativas de febrero de 2006, Abbas se ocupó de que ninguno de los cuerpos de seguridad (unos 70.000 hombres) se pusiera a las órdenes del nuevo Gobierno de Ismael Haniya, lo que desencadenó una guerra por el monopolio legal de la violencia. Al Fatah, con toda su legitimidad histórica de fundador del movimiento palestino, es hoy un pozo sin fondo de corrupción y desgobierno, lo que subraya su necesidad de patronos exteriores, al tiempo que ha contribuido poderosamente a que hiciera suya la recomendación norteamericana e israelí de anular a Hamás, pacíficamente si era posible, y como fuese si no lo era, para que se reanudase el proceso de paz.

A continuación, vienen Israel y EE UU. El New York Times decía en un rapto de candor el pasado día 15 que uno y otro deberían haber hecho más para reforzar a Abbas. ¿Y qué podían haber hecho? Ya es tarde para que EE UU deshaga todo el daño que la invasión de Irak ha causado a Occidente, como demuestra el reclutamiento al alza de terroristas de Al Qaeda, y eso también es malo para la AP porque la aparición en Oriente Próximo de la tropa de Bin Laden, como está ocurriendo en Líbano, contamina una lucha, que debería ser sólo política, de acción terrorista universal; Israel podía haber detenido la colonización, liberado a parte de sus 9.000 presos palestinos, o entregado los impuestos cobrados en nombre de la Administración autonómica, que son de Palestina, gobierne quien gobierne. Pero sólo es ahora, con Hamás encerrado en la ratonera de Gaza, cuando EE UU y la UE se apresuran a respaldar a Abbas en Cisjordania, confiando en que si los palestinos tienen con qué comer votarán de nuevo a Al Fatah. Mejor sería que Israel demostrara que el gran enemigo de la paz era Hamás, ofreciendo negociaciones para la aplicación de la resolución 242 de la ONU sobre la completa retirada a las fronteras de 1967. Pero no hay esperanza de que eso ocurra.

Europa, sin voz única ni suficiente, se administra el placebo de la condena virtuosa de toda la violencia, al tiempo que calca la política norteamericana de apoyo a Al Fatah, aunque haya perdido las elecciones; la Liga Árabe se muestra incapaz de adoptar una posición clara; Irán, cuyo presidente, Mahmud Ahmadineyad, es uno de los mayores enemigos del pueblo palestino, porfía en sus exhortaciones a liquidar Israel; y como colofón, Al Qaeda es quien más provecho saca de este descenso a los infiernos del pueblo refugiado, guerrillero y terrorista. Todos, empezando por los interesados, se afanan en la destrucción de Palestina.

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