Columna

Éxodo 32:34

Como quizá sepa el lector, el Éxodo es el segundo libro de la Biblia. En los versículos 32 al 34 se relata cómo mientras Moisés está en la cumbre del Monte Sinaí recibiendo de Dios las Tablas de la Ley, Aarón cincela el becerro de oro que adorarán los israelitas y provocará la ira de Dios y de Moisés. Lo que después ocurrió con las primeras Tablas de la Ley y con los idólatras que habían bailado en torno al becerro es de sobra conocido.

Siempre he pensado que la intensidad con la que en las escuelas españolas de los años sesenta vivimos este acontecimiento bíblico contribuía a ex...

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Como quizá sepa el lector, el Éxodo es el segundo libro de la Biblia. En los versículos 32 al 34 se relata cómo mientras Moisés está en la cumbre del Monte Sinaí recibiendo de Dios las Tablas de la Ley, Aarón cincela el becerro de oro que adorarán los israelitas y provocará la ira de Dios y de Moisés. Lo que después ocurrió con las primeras Tablas de la Ley y con los idólatras que habían bailado en torno al becerro es de sobra conocido.

Siempre he pensado que la intensidad con la que en las escuelas españolas de los años sesenta vivimos este acontecimiento bíblico contribuía a explicar por qué en nuestra cultura popular la acumulación de oro no tenía buena prensa. Ahora, mirando los datos de balanza de pagos de los países emergentes, comienzo a barruntar que la situación, al menos en Latinoamérica, está a punto de cambiar: la acumulación de reservas internacionales, que es lo más parecido que tenemos al becerro de oro, por los países de la región en los últimos cuatro años está a punto de conseguir que la región deje atrás el "problema de la deuda externa".

El sector público de Latinoamérica ha dejado de ser un deudor neto internacional. La deuda externa ha quedado atrás

Aunque económica y financieramente para un país emergente globalizado tener una posición neta exterior equilibrada o incluso positiva es de una racionalidad limitada, no creo que sea muy inteligente infravalorar la consagración simbólica que se ganará el primer líder latinoamericano capaz de anunciar que su país ha completado la travesía del desierto y que ya no "debe nada" al exterior. Que ha vuelto a ser fuerte y soberano. Que puede volver a crecer a las tasas chinas previas a la crisis de 1982, que abrió las puertas a la Década Perdida.

La verdad es que los datos son implacables. Las seis mayores economías de Latinoamérica -Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Venezuela- en 2004 acumulaban una deuda externa total de 586.000 millones de dólares y tenían reservas internacionales por valor de 138.000 millones de dólares. Del total de pasivos externos, 321.000 millones correspondían a deuda del sector público y, por tanto, la deuda pública neta -total de pasivos públicos menos las reservas- ascendía a 183.000 millones de dólares. Cuatros años después, la acumulación de superávit de la cuenta corriente, la recuperación de los flujos de inversión directa y de cartera en la región de capitales y la activa política de aceleración de amortizaciones de pasivos en la que se han embarcado casi todos los países al calor de la bonanza internacional ha llevado a que el stock de deuda pública externa caiga por debajo de los 220.000 millones de dólares. Al mismo tiempo, la recomposición de las reservas internacionales desde los bajos niveles a los que se llegó en las crisis de 2001-2003 y la algo menos que libre flotación del tipo de cambio -Guillermo Calvo sigue teniendo razón: existe el miedo a flotar y, con certeza, por buenas razones- ha llevado a acumular activos externos por valor de 260.000 millones de dólares al finalizar el primer trimestre de este año. Basta una sencilla resta para concluir que el sector público de Latinoamérica ha dejado de ser un deudor neto internacional. La deuda externa ha quedado atrás.

Hasta ahora, Chile y México eran los únicos países que podían exhibir un logro de este tipo, y, probablemente, por ello el mercado se lo pagó otorgándoles a ambos el "grado de inversión", una suerte de certificado de buena conducta financiera que abarata los costes de acudir a los mercados internacionales. Ahora es el Brasil del presidente Lula el que se apunta a ese estadio y lo hace a la brasileña: abrumando por su inmensidad. Efectivamente, las reservas que al final del año pasado eran 110.000 millones, cuatro meses más tarde superan los 120.000 millones y están, en números redondos, 50.000 millones por encima de la deuda pública externa. Es más, al ritmo de acumulación de reservas de los últimos meses, Brasil podría llegar en el mes de octubre de este año a tener reservas internacionales equivalentes a sus pasivos internacionales públicos y privados. Aunque esta situación per sé no es necesariamente la más deseable para un país emergente, no es inhabitual: China forma parte de ese club.

Brasil crece, la pobreza cae, la inflación es baja, el real fuerte, las reservas crecientes, se ha pagado lo que se debía y se logra el "grado de inversión". El único inconveniente de toda esta historia de éxito es haber acabado con el chivo expiatorio de la deuda externa. Sin el FMI y sin deuda externa, ¿a quién vamos a echar la culpa de los goles fallados? Ya verán como a alguien se le ocurre algo.

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