Reportaje:

Padre Teide

Una columna continuada de fuego y piedras enormes que a centenares se impelían unas a otras a más de un quarto de legua en algura; una pirámide de torbellinos de humo negro y densísimo; un bramido continuo semejante al trueno en todas las distancias en que puede oírse; una explosión cada diez segundos, cuyo estruendo en nada cedía al de veinte morteros disparados al mismo tiempo y que hacía estremecer los fundamentos de aquella larga cordillera, pareciendo que se nos huía la propia tierra que pisábamos?". Así relataba, con detalle y belleza, el escritor y comerciante de La Orotava Bernardo Col...

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Una columna continuada de fuego y piedras enormes que a centenares se impelían unas a otras a más de un quarto de legua en algura; una pirámide de torbellinos de humo negro y densísimo; un bramido continuo semejante al trueno en todas las distancias en que puede oírse; una explosión cada diez segundos, cuyo estruendo en nada cedía al de veinte morteros disparados al mismo tiempo y que hacía estremecer los fundamentos de aquella larga cordillera, pareciendo que se nos huía la propia tierra que pisábamos?". Así relataba, con detalle y belleza, el escritor y comerciante de La Orotava Bernardo Cologan Fallow la erupción del 9 de junio de 1798 de las Narices del Teide, parte del maravilloso conjunto volcánico tinerfeño, que duró 99 días. Desde el pequeño cráter del pico del Teide ?80 metros de diámetro, cráter dentro del cráter, boca dentro de otra boca?, el techo de España, símbolo de Canarias, el olor a azufre es intenso y las fumarolas rematan la fantasmagórica escenografía de la osamenta gris, ocre, blanquecina, amarillenta. El volcán es doble. La vista del otro cráter mayor, Pico Viejo ?800 metros de diámetro?, resulta hipnotizante. El viento desabrido. Se nota algo raro, algo inquietante que sube desde las entrañas activas de la Tierra.

Pasó de asociarse con la morada del maligno Guayota a convetirse en icono europeo
Creado en 1954, es el parque nacional más visitado. Recibe 3,5 millones de entradas al año
Paisajes extraterrestres. Intraterrestres. Esculpidos con las vísceras de nuestro planeta

Se está bien. También mal. La impresión de este paisaje árido, descarnado, no apacigua, remueve por dentro; turbación de Tierra y alma. No es la cadencia tranquilizadora de hayedos con trinos de pajarillos, ni la suave playa de dorada arena, ni los collages de praderas con vacas y arroyos cantarines. Aquí el panorama es abrupto, rugoso, desgarrado.

Para la población prehispánica de Tenerife, el Teide era la morada de Guayota, un ser mítico maligno identificado con los infiernos y el dios de los muertos; los guanches tenían esa visión malvada, ya que asistieron a varias erupciones, entre ellas la última del propio Teide en el siglo VIII. Pasado el tiempo, el Teide participó, junto al Mont Blanc y el Monte Perdido, en el proceso de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX de exploración científica de la alta montaña y revalorización de estos ecosistemas. Gracias a la ascensión del eminente naturalista Alexander von Humboldt en 1799, se colocó entre las montañas europeas más simbólicas. Lo han descrito bien grandes investigadores y exploradores, como el insigne geólogo canario Telesforo Bravo, todo un sabio de las islas (nació el 5 de enero de 1913, murió el 5 de enero de 2002, lo llamaba "mi Teide"), uno de los grandes estudiosos del parque, hasta el punto de que el sendero que conduce a la cumbre lleva su nombre. También uno de los más reconocidos geógrafos actuales, Eduardo Martínez de Pisón, buen amante de estas tierras, que usa términos precisos y sugerentes: "Las coladas negras que se derraman en melena", "el espinazo de los Roques", "el escarpe y el talud de las Cañadas", "podemos apreciar un paisaje singular en sí mismo, aunque fuera de los cánones turísticos habituales"? "Estas formas le parecen extrañas al visitante preparado en otros paisajes", escribe en el libro Teide, que acaba de editar Lunwerg, "y a la vez son contundentes, de colores intensos, ásperas, con la mezcla estética de los grandes volcanes, de las altas montañas y de los grandes desiertos. Si en este lugar aparece un trozo del Etna, en aquél hay una perspectiva andina, y más allá, un rincón sahariano. Un producto, pues, fuerte. Sin embargo, no es ninguno de ellos, sino él mismo. Al especialista, esos paisajes le indican una infrecuente riqueza de formas eruptivas, de tipos de construcciones explosivas y efusivas, de modalidades de conos y coladas, concentradas en un espacio delimitado, con orden preciso en sus rocas, tiempos y relieves que indican una lógica estricta en su dinámica, en su espacio, en su evolución y en su materia, donde la apariencia pudiera ser de caos y de geología violenta". Imposible contarlo mejor.

La imagen moderna tiene carácter benefactor y protector: el Padre Teide, según le llaman en muchas canciones del folclor canario; pero también sagrado como las madres, por su forma de pecho de mujer. "Hay lugares que están indisolublemente ligados a la historia de los pueblos y que forman parte de su memoria individual y colectiva más querida", ha subrayado Adán Martín, presidente del Gobierno autónomo de las islas. "No hay canario, allá donde se encuentre, que no reconozca el perfil del Teide y lo asocie con el pueblo al que pertenecemos. Es un tesoro geológico, arqueológico y paisajístico de enorme valor. Un territorio árido, caprichoso e impresionante que explica por sí mismo el proceso volcánico que dio origen a las islas Canarias". "Para los antiguos guanches era la montaña sagrada, una de las puertas que comunicaban con el mundo subterráneo. Con el paso del tiempo, esa imagen mitológica de la montaña iría dejando paso a otra, la del Teide como guía de navegantes. Hoy sigue cumpliendo esa misión en su vertiente más dramática, y su perfil es, en muchos casos, el faro que guía las esperanzas de miles de africanos que atraviesan el mar guiados por su silueta".

Lo dijo Martín en la presentación en Madrid de la candidatura del Teide a patrimonio mundial (antes patrimonio de la humanidad). Porque ese padre-madre-icono, morada de magma, manantial de lava, una isla dentro de una isla, dicen, por sus condiciones extremas de clima y altitud, eso, que no se parece a nada, aspira ahora al título de la Unesco. Si lo es o no se decidirá en junio en Nueva Zelanda, junto a otras 18 candidaturas de espacios protegidos de todo el planeta.

Manuel Durbán, director del parque nacional que engloba y protege este paisaje (abarca 18.990 hectáreas; fue declarado en 1954, y en 1999 ampliado en 5.000 hectáreas), subraya que es importante: "Conseguir el título de patrimonio mundial es un prestigio y una garantía de conservación a largo plazo, gracias al control de la Unesco y el compromiso de las administraciones públicas". Milagros Luis Brito, viceconsejera canaria de Medio Ambiente, añade: "Es un reto, para difundir los múltiples valores del Teide y para implicar a la gente, a la sociedad. Además, todo este proceso de la candidatura supone un importante catalizador de orgullo. El Teide tiene una enorme carga simbólica para todos los canarios, y yo diría que para todos los españoles. Es una referencia. Si usted pregunta: ¿por qué hay que proteger el Teide?, la gente contesta: ¡porque es el Teide! No se admiten interpretaciones".

En esa línea responde Isaac Valencia, alcalde desde 1983 de La Orotava (43.000 habitantes), municipio titular de la mayor parte del territorio sobre el que se asienta el parque nacional; municipio único porque, como señala él, va desde la orilla del mar hasta el techo de España. ¿Por qué cree que merece ser patrimonio mundial? "Pues porque todos estamos de acuerdo en que lo sea, ¡cómo no lo va a ser!". La evidencia. Salvo algunas agrupaciones ecologistas locales que han planteado sus dudas al estar pespunteado por carreteras y un teleférico, los apoyos a la candidatura del Teide son amplísimos: desde 32.000 firmas de particulares hasta 76 ayuntamientos de Canarias, y decenas de museos, centros de investigación, facultades y organizaciones ecologistas nacionales. El paisaje ha sufrido lo suyo a lo largo de la historia; era ya parque nacional y seguía albergando minas a cielo abierto, un cuartel de la Guardia Civil y una gasolinera. Poco a poco se fue despojando de tanta agresión.

Ahora, aunque fuera de los gustos turísticos habituales, como apunta Martínez de Pisón, el Teide recibe el enorme flujo de viajeros de Tenerife y registra 3,5 millones de entradas al año, lo que le coloca como el parque nacional más visitado de España. Es precisamente ése uno de los principales problemas para la conservación. Lo dice el director, Durbán: "Tienden a concentrarse en determinados lugares y a determinadas horas, con lo cual la vigilancia y gestión se complican". Además, lo cruzan carreteras de uso público, que facilitan mucho, demasiado, la visita y, por tanto, algún que otro desmán. "La inmensa mayoría se comporta de forma cuidadosa", explica Durbán, "pero con un 10% de desaprensivos que haya, ya son 350.000 personas agrediendo el parque cada año. Estamos elaborando un plan para racionalizar los accesos y evitar aglomeraciones que a nadie benefician, ni a la naturaleza ni a la gente, porque no disfruta del entorno". Sin olvidar los ataques de conejos y muflones introducidos en la isla; para controlar ambos elementos, muy negativos por la erosión y ataque a la flora en un paisaje que parece tan duro, pero es tan frágil, el parque colabora de forma excepcional con los cazadores de la isla. Durbán: "El muflón queremos erradicarlo; llegó a haber 600, ahora quedan unos 40. Con el conejo vemos que es imposible eliminarlo, pero por lo menos hay que mantenerlo a raya; si no, acaba con la vegetación. No hay más que fijarse en las retamas, tienen forma de platillos volantes, porque se las comen por la base, hasta donde llegan".

La cobertura vegetal es valiosa. Se contabilizan 220 especies de plantas (flora vascular); de ellas, 73 son endémicas del archipiélago canario, y 33, exclusivas de Tenerife; o sea, un 50% de nivel de endemicidad; además, 16 son especies únicas del parque nacional. Un auténtico tesoro. El emblema es la violeta del Teide (Viola cheiranthifolia), una valiente florecilla que nace sobre escorias por encima de los 2.500 metros cuando aún no ha terminado el invierno. Otras joyas endémicas: la retama del Teide, el codeso, la hierba pajonera, el rosalillo de cumbre, el cardo de plata, la conejera de cumbre, la jarilla de las Cañadas y el rosal del guanche, una rareza que cuenta sólo con 60 ejemplares.

La geógrafa María Eugenia Arozena no se cansa de recorrer el Teide, y su entusiasmo al explicar lo que ve resulta contagioso: "Son muchos mundos sucesivos dentro de uno. Un auténtico laboratorio de los procesos de la Tierra, en biología, geología, geografía, química, vulcanología, astronomía? Un laboratorio único de la Tierra. Y en continua transformación. A pesar de esa imagen mineral, inanimada, que pueda dar, cambia constantemente según las estaciones y las horas".

Paseamos. Desde lejos, imborrable su silueta, el Teide despunta entre el mar de nubes traídas por los vientos alisios, rodeado de una corona de bosque de pino canario, protegido como parque natural, colchón frente a amenazas al santuario volcánico. Es una de las imágenes más difundidas.

Ya dentro, el amplio Circo de las Cañadas. Y Montaña Guajara y Montaña Samara. Montaña Mostaza, Montaña Blanca, vestida con un manto de piedra pómez, y Montaña Rajada, con sus melenas de lava, ríos que se deslizaban densos y quedaron quietos. El Valle de las Piedras Arrancadas. Los Roques de García, incluyendo la Catedral y el Cinchado, ese que se hizo famoso al aparecer en los antiguos billetes de mil pesetas; imaginativas figuras creadas por la erosión, como monstruos parsimoniosos que salieron del interior del planeta y se quedaron pasmados en el tiempo y el espacio, a merced de las artes de escultor del viento, el agua y el hielo. Las Narices del Teide, en la ladera de Pico Viejo, que resoplaron aquel junio de 1798. El inhóspito Llano de Ucanca. Los Huevos del Padre Teide, grandes esferas que rodaban cuesta abajo y se detuvieron a medio camino, enigmáticas, como si en cualquier momento pudieran recuperar su discurrir.

Paisajes lunáticos. O marcianos. Extraterrestres. También intraterrestres; amasados, esculpidos y escupidos, desde dentro, con las tripas de la Tierra, que, tensa, explotó furiosa. Hechos de vísceras de planeta. Y como habitantes orgullosos, erguidos, controlando lo suyo, como regimientos de espías desde las laderas, los tajinastes, que superan los dos metros de altura y con su floración al comienzo del verano tiñen de rojo el paisaje. Y la cumbre, el Pilón de Azúcar, severa, con su pequeño cráter de polvo blanco y denso olor a azufre, a Guayota. Un paisaje caótico para el novato; ordenado y didáctico para el experto. Expresivo en texturas y tonos ocres, negros, grises, verdosos. Roques semiderruidos, los malpaíses o coladas ásperas, ríos petrificados intransitables. Y silencio, el mayor de todos los silencios; resultado del mayor de todos los rugidos, el de la Tierra.

De vez en cuando, un escarabajo, una abeja, una mariposa (el catálogo de invertebrados alcanza las 1.400 especies, con un nivel de endemicidad del 40%), una lagartija, un herrerillo, una ráfaga de viento que recuerda que la naturaleza labra, manda e impone.

Al atardecer, la materia, como recordando su origen, vuelve a encenderse, los ocres se iluminan en rojo; los conos volcánicos, ardientes de nuevo, como si sangraran. Hacia el Atlántico, el mar de nubes se hace rosado; seda frente al tumulto.

Anochece, salen los murciélagos, las erupciones de la Tierra abrazan el espacio. La limpieza es tal mirando hacia arriba ?en los límites del parque se encuentra el Observatorio Astrofísico de Izaña?, que se vuelve a sentir algo extraño, extraplanetario, desde dentro en fuga hasta el firmamento, las estrellas abrazando el corazón petrificado del planeta. "Aquella noche del 31 de diciembre", escribía Telesforo Bravo, "pensé que los astrónomos estaban equivocados, pues para mí que hay más estrellas de lo que ellos dicen. En el Cielo Sur, en un aterciopelado fondo estaban las más luminosas del firmamento. El Arco de Orión parecía disparar realmente sus flechas".

Ese espacio entre La Orotava y la constelación de Orión, el gran cazador, todo eso aspira a ser patrimonio mundial, un título que la Unesco ha concedido a 830 lugares, de los cuales la gran mayoría (644) son culturales, obra del ser humano. España e Italia, con 39 y 41 denominaciones, respectivamente, son los países con más patrimonio distinguido, algo que podría ir en contra de la candidatura del Teide. Se compensa con el dato de que sólo tres enclaves naturales españoles son patrimonio mundial: el bosque de laurisilva de Garajonay (La Gomera), Doñana y Monte Perdido (Huesca), como parte del conjunto de los Pirineos. El Teide aspira a entrar en ese selecto club de menos de 200 maravillas de los cinco continentes, junto a parques nacionales tan emblemáticos como el Kilimanjaro, el Serengeti y el lago Turkana, en África; el delta del Danubio; el Gran Cañón y Yellowstone, en EE UU; las islas Galápagos, Rapa Nui e Iguazú, en América, y la gran barrera coralina australiana.

Desde el pico, polvo y viento, al amanecer, con poco oxígeno y bastante cansancio, el tormento de rocas acapara cualquier perspectiva. Frente a esa pasión magmática y magnética, el horizonte azul y blanco, de mar de agua y mar de nubes, serena. Desde la cumbre, a 3.718 metros.

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