Crítica:CLÁSICA

Un concierto electrizante

Paradojas de la vida: ayer tocaron en España las dos orquestas más carismáticas -y mejores- de Europa. En Las Palmas estuvo la Filarmónica de Berlín, con su titular Simon Rattle, y en Madrid la Filarmónica de Viena con Daniel Barenboim. Y hoy repiten actuación, con cambio de programa. Durante 48 horas nuestro país se ha erigido en el centro neurálgico orquestal del planeta. Ver para creer.

Desde 2001 la Filarmónica vienesa no comparecía en Madrid en los ciclos de Ibermúsica. Demasiado tiempo. Desde 1984, año en que visitó el antiguo Teatro Real con Bernstein, había venido con directores...

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Paradojas de la vida: ayer tocaron en España las dos orquestas más carismáticas -y mejores- de Europa. En Las Palmas estuvo la Filarmónica de Berlín, con su titular Simon Rattle, y en Madrid la Filarmónica de Viena con Daniel Barenboim. Y hoy repiten actuación, con cambio de programa. Durante 48 horas nuestro país se ha erigido en el centro neurálgico orquestal del planeta. Ver para creer.

Desde 2001 la Filarmónica vienesa no comparecía en Madrid en los ciclos de Ibermúsica. Demasiado tiempo. Desde 1984, año en que visitó el antiguo Teatro Real con Bernstein, había venido con directores como Abbado, Muti, Mehta, Maazel -el día de un pateo que hizo historia-, Sinopoli y Ozawa. Nunca con Barenboim. La unión se esperaba con sumo interés. Verdaderamente, es explosiva.

Wiener Philharmoniker

Director: Daniel Barenboim. Obras de Schumann- Cuarta sinfonía- y Wagner-fragmentos de Tannhäuser, Ocaso de los dioses y Maestros cantores. Ibermúsica. Auditorio Nacional, Madrid, 26 de febrero.

Ola de fuerza

Ya se vio en la complicada Cuarta sinfonía, de Schumann, que Barenboim planteó con una energía arrolladora, como si -emulando el título de una composición de Luigi Nono- de una ola de fuerza y luz se tratase. Una ola o, más bien, un tsunami. La orquesta respondió con una brillantez apabullante en todas sus secciones. Y con una gran riqueza de sonido. Los solistas se lucían en cada detalle, y la orquesta tocaba con un sentido de grupo asombroso. Barenboim, en plan maestro, se sobreponía por momentos a los ataques de tos que le acosaban. La tensión musical era inmensa. Y la orquesta, un espectáculo por sí misma.

Llegó Wagner, ay, en una selección orquestal de algunos de sus fragmentos operísticos más conocidos. Barenboim supo dar a la obertura de Tannhäuser la mezcla apropiada de oración, lamento y marcha rotunda marcada por la fe, consiguió transmitir una sensación de estremecimiento en una impresionante marcha fúnebre de El ocaso de los dioses y se relajó en una obertura de Los maestros cantores llevada con un poco de sosería, por cansancio o por lo que sea.

La apoteosis no se hizo esperar por parte del público, y en las propinas irrumpieron un vals y una polca, que para algo estaba en el escenario la orquesta de los conciertos de Año Nuevo. El "vals triste", de Sibelius, no es precisamente vienés, pero es una hermosura, y orquesta y director lo resolvieron de una forma primorosa. La polca puso las cosas en su sitio, es decir, supuso un guiño a la tradición vienesa y sirvió para comprobar que Barenboim es un serio aspirante a dirigir el concierto más visto del planeta. En fin, una tarde-noche memorable.

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