La lucha contra ETA | El debate parlamentario

No hay nada que hacer

No hay nada que hacer. La política antiterrorista está colocada en el centro del debate político y ahí permanecerá al menos hasta las próximas elecciones. El PP la ha convertido en el elemento básico de su estrategia electoral para lo que queda de legislatura y parece que nada ni nadie le convencerá para apearse de esa decisión. Al Gobierno y al PSOE no le queda más que una alternativa: o bien crea una dinámica política distinta, para lo que no dispone casi de tiempo, o bien, lo más probable, intenta que la decisión del PP se convierta en un bumerán que termine por golpearle en su propia sien,...

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No hay nada que hacer. La política antiterrorista está colocada en el centro del debate político y ahí permanecerá al menos hasta las próximas elecciones. El PP la ha convertido en el elemento básico de su estrategia electoral para lo que queda de legislatura y parece que nada ni nadie le convencerá para apearse de esa decisión. Al Gobierno y al PSOE no le queda más que una alternativa: o bien crea una dinámica política distinta, para lo que no dispone casi de tiempo, o bien, lo más probable, intenta que la decisión del PP se convierta en un bumerán que termine por golpearle en su propia sien, demostrando a los ciudadanos que se trata de una actitud insólita y desleal, porque hasta ahora nadie se había atrevido en este país a utilizar la lucha antiterrorista como un granero electoral.

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El debate de ayer en el Congreso de los Diputados tenía un doble interés: escuchar al presidente del Gobierno su análisis de lo ocurrido y sus planes para el futuro y valorar si existía alguna posibilidad de que el principal partido de la oposición aceptara algún tipo de pacto para hacer frente a ETA de manera conjunta, una vez rota la tregua y terminado el proceso de paz que anunció en su día Rodríguez Zapatero. Solemnemente, en sede parlamentaria, quedó claro que eso no será posible. De aquí a las elecciones, la situación es la que es y los ciudadanos tendremos que asimilar los nuevos términos del enfrentamiento político. El Gobierno podrá contar con todos los demás grupos parlamentarios, PNV incluido, para desarrollar su política anti ETA, pero no contará con el apoyo ni con el respaldo del principal partido de la oposición. Así están las cosas.

El presidente del Gobierno acudió al Congreso con un discurso conciliador y una apelación directa a los ciudadanos, a los que pidió excusas por el error que supusieron sus declaraciones el día anterior al atentado ("El año que viene estaremos mejor que este año"). Rodríguez Zapatero no dio, sin embargo, detalle alguno sobre las razones que le llevaron a ese error ni sobre el desarrollo de los contactos con ETA. Silencio. Toda su intervención se centró en dos cosas: una, recordar que todos los presidentes del Gobierno antes que él, sin excepción, intentaron también acabar con la violencia de ETA por medio de contactos y conversaciones, y segunda, que jamás existió la menor posibilidad de que su gobierno pagara un precio político a cambio de la anhelada paz.

A partir de ahí, dijo, ETA ha decidido, una vez más, frustrar todas las esperanzas y proseguir con su actividad criminal. Ahora sólo queda reafirmar los ejes fundamentales de la lucha antiterrorista y hacerlo con el mayor consenso posible de las fuerzas políticas y sociales. El presidente del Gobierno formuló un agradecimiento expreso a CiU (la intervención posterior de Josep Antoni Duran Lleida debió sonarle a gloria: "El único responsable de este fracaso es ETA") y al PNV, especialmente a su presidente, Josu Jon Imaz, a quien se refirió en términos incluso emotivos. Zapatero reiteró hasta en cuatro ocasiones que el objetivo del Gobierno es reconstruir la unidad entre todas las fuerzas políticas.

La respuesta de Mariano Rajoy no pudo ser más contundente. No, nada, de ninguna forma. El líder del Partido Popular centró su intervención en un ataque personal y directo contra el propio presidente del Gobierno. Puso en duda su fiabilidad y su palabra, arremetió contra su capacidad como político y como gestor y, más aún, le responsabilizó de dejarse engañar o creerse que era capaz de engañar a ETA. Algunas de sus frases fueron de una crudeza extrema: "Si ha habido un malentendido entre ETA y usted; si además de vender humo a los españoles, se lo ha vendido usted también a ETA, el único responsable es usted". "Si usted no cumple le pondrán bombas y si no le ponen bombas será porque usted cumple". No es extraño que las alusiones finales al Pacto Antiterrorista como posible lugar de encuentro sonarán casi a chacota.

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Si Rajoy pretendía una respuesta del presidente del Gobierno igualmente encarnizada, debió quedar frustrado, porque Rodríguez Zapatero aumentó sus reproches contra la oposición pero optó básicamente por seguir con su tono inicial, apelando sobre todo a la ciudadanía. La estrategia del presidente del Gobierno parece estar clara: los ciudadanos deben valorar si sus intentos de dialogar con ETA para asegurar el final de la violencia fueron distintos a los que hicieron en su día los presidentes Suárez, González y Aznar, o si lo que realmente es distinto es la actitud de la oposición que encabeza Mariano Rajoy, dispuesta a utilizar la política antiterrorista en busca de réditos electorales. El que convenza al electorado en este punto, tendrá hecha buena parte del camino para 2008... si es que hay que esperar hasta esa fecha para acudir a las urnas.

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