Inmigrantes sin papeles malviven en Poblenou

En el distrito tecnológico del Poblenou, el llamado 22@, no todo el monte es orégano. Junto a las nuevas promociones de pisos y oficinas que la transformación urbanística está llevando al barrio, subsisten aún viejas naves fabriles abandonadas que esconden historias de marginalidad. Una de ellas está situada en la calle de Pallars, cerca de la estación del metro de Llacuna. Allí vivían hasta hace pocos días unas 30 personas en condiciones lamentables: sin luz, sin agua y casi sin techo.

El lunes, un grupo de trabajadores de la construcción trató de echarles del recinto por la fuerza y s...

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En el distrito tecnológico del Poblenou, el llamado 22@, no todo el monte es orégano. Junto a las nuevas promociones de pisos y oficinas que la transformación urbanística está llevando al barrio, subsisten aún viejas naves fabriles abandonadas que esconden historias de marginalidad. Una de ellas está situada en la calle de Pallars, cerca de la estación del metro de Llacuna. Allí vivían hasta hace pocos días unas 30 personas en condiciones lamentables: sin luz, sin agua y casi sin techo.

El lunes, un grupo de trabajadores de la construcción trató de echarles del recinto por la fuerza y sin la preceptiva orden judicial. Algunos de los inquilinos se asustaron y decidieron marcharse. No en vano, la mayoría son inmigrantes extracomunitarios en situación irregular, sobre todo norteafricanos y subsaharianos, que conviven con algunos jóvenes de estética okupa.

Por el momento, siguen malviviendo en la calle de Pallars unas 15 personas. En muchas partes del edificio -que ocupa más de dos manzanas- el techo hace tiempo que dejó de serlo. Por eso los inmigrantes se han instalado en el piso superior, hace años destinado a acoger las antiguas oficinas. Según ellos, ahí se sienten un poco más seguros. Para acceder a esa zona hay que subir escaleras poco fiables y hasta unos tablones de madera. Abundan la suciedad, los escombros y los objetos de todo tipo. También las ratas campan por el lugar, según explican algunos inmigrantes, que prefieren no revelar ni su nombre ni su país de origen por temor a ser repatriados.

Unas maderas sirven de improvisada pared para guarecer las habitaciones donde duermen. Ayer por la tarde, dos subsaharianos calentaban un cazo con el fuego de unos leños. "Aquí vivimos muy mal, tenemos que ir a buscar el agua a la fuente", dijo uno. Los inmigrantes van entrando y saliendo. Los que pueden, se van enseguida. Otros llevan ya en ese lugar cerca de un año.

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