El misterio transparente de Irene

Fue la musa de dos grandes mitos del cine, Malle y Kieslowski. La francesa Irène Jacob estrena su primera película española, dirigida por José Luis Cuerda, y trabaja en un nuevo filme a las órdenes del escritor Paul Auster. Su sencillez y naturalidad en la vida real contrasta con sus papeles

La actriz francesa sigue alimentando en la pantalla su mito de mujer intensa, impenetrable y torturada. Al natural es justo lo contrario, una dama sensata, dulce, alegre y nada pretenciosa. La musa de Malle, Kieslowski y Antonioni, que estrena ahora La educación de un hada, de José Luis Cuerda, su primer filme español, y acaba de rodar con Paul Auster en Lisboa y Sintra, parece transparente en todos los sentidos. Y quizá por eso no se explica qué misterio le encuentran los directores.

La cita es en Sintra, la ciudad encantada vecina a Lisboa, un sitio célebre por su microclima y su aspe...

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La actriz francesa sigue alimentando en la pantalla su mito de mujer intensa, impenetrable y torturada. Al natural es justo lo contrario, una dama sensata, dulce, alegre y nada pretenciosa. La musa de Malle, Kieslowski y Antonioni, que estrena ahora La educación de un hada, de José Luis Cuerda, su primer filme español, y acaba de rodar con Paul Auster en Lisboa y Sintra, parece transparente en todos los sentidos. Y quizá por eso no se explica qué misterio le encuentran los directores.

La cita es en Sintra, la ciudad encantada vecina a Lisboa, un sitio célebre por su microclima y su aspecto decididamente británicos: niebla, bruma y llovizna sobre pequeñas casas de dos pisos. Hoy hace un sol radiante, sin embargo, poco adecuado a esa leyenda cinematográfica de sombras, sobreentendidos y secretos que alimenta Irène Jacob desde que en 1987, a los 21 años, debutó en el cine a las órdenes de Louis Malle montando en bicicleta y dando clase de piano durante un minuto largo en Adiós, muchachos.

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Para terminar de desmentir ese pasado un poco tenebroso y desconcertante que le ha prestado la ficción, Jacob aparece a la hora exacta vestida con una leve camiseta de tirantes y una falda de verano que dejan ver su extrema delgadez y un color de piel translúcido de puro blanco. Todo cambia en un momento, cuando se acerca y sonríe. Ahí se acaba la sensación de fragilidad y aparece una señora de bandera. Los dientes son sanos y espectaculares, la sonrisa es inteligente y tiene un punto irónico y franco a la vez, los ojos son de un verde indescriptible.

Pero Irène Jacob no abusa de su belleza. Más bien al contrario, se diría que trata de esconderla (y eso la hace más atractiva aún, claro). No habrá muchas actrices de 40 años en el mundo que se sometan a una sesión de fotos sin estilista, maquillador ni peluquero. Jacob es una de ellas. Quizá como contraste a una carrera que es una especie de ida y vuelta permanente por el terreno de la precocidad, el misterio, el morbo y el sexo… raro.

El máximo ejemplo es quizá La doble vida de Verónica, primera de las dos películas que la actriz nacida en Suresnes (París) rodó con aquel polaco genial (por lo menos en aquellos ratos que se entendían) llamado Krzysztof Kieslowski.

Jacob interpretaba a un doble personaje femenino, una loba loca por la música y otra santa tocada por la luz. Aquel papel extraño y abrasador a la vez le dio la gloria en 1991, cuando ganó el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes; pero también le colgó una fama de la que no le iba a ser fácil librarse: aquella actriz guapa, joven y sensual era capaz de lidiar sin el menor problema con las escenas de sexo explícito y perverso sin dejar de parecer una mujer madura, o una intelectual, o una mística, o incluso una enferma incurable; en cualquier caso, siempre un cofre hermético lleno de secretos imposibles de descifrar, como volvería a demostrar con KK [Krzysztof Kieslowski] en Rojo (1996), haciendo de una modelo suiza, joven e improbablemente enamorada de un juez talludo (Jean-Louis Trintignant).

Pero todas esas cosas eran involuntarias, prestadas, dice ella ahora echando la vista atrás. "La madurez y las rarezas de esas mujeres eran de los directores, les gustaba el contraste. Yo era joven, demasiado para esos papeles. Pero nunca me ha importado hacer ese tipo de personajes. Me gusta interpretar a mujeres directas, reales, pero también me encanta meterme en las que parecen más irreales. Nunca me importó dar vida a mujeres que hacen cosas que yo nunca haría. No sé adónde van, y eso es lo que me gusta de ellas: me obliga a poner mucha energía en el trabajo porque no las entiendo. Yo no soy así, enseguida diría lo que me pasa, no soy nada misteriosa. Pero luego al ver la película te das cuenta de que hay gente que es así, y a veces hasta piensas: 'Si yo pudiera, también haría eso".

-¿Disfruta más entonces con ese tipo de papeles?

-No es eso, lo que me gusta es trabajar con gente que me lleve en esa dirección. Con José Luis Cuerda, por ejemplo, pasó exactamente eso. Yo estaba muy curiosa por saber, por entender a mi personaje. La película habla de cosas muy dramáticas con mucha perspectiva, trata de la incomunicación, de la posibilidad de escapar de la realidad, y estaba interesadísima en saber qué pensaba él de todo eso. Lo que me gusta es trabajar con gente a la que le gusta trabajar y que le interesa la gente, que no son cínicos. Me gustan los directores a los que les preocupa nuestra fragilidad, que saben que la vida es monstruosa, pero a la vez es tierna y puede ser maravillosa, y que lo cuentan de una manera poco pretenciosa.

La carrera de Jacob está marcada por sus flechazos laborales con directores-autores-artistas. "La falta de pretensiones, la ternura y el humor" de Cuerda han dejado una huella profunda en la actriz, encantada con su primera experiencia española aunque tuvo que aprender sus frases al mismo tiempo que aprendía el idioma. "José Luis tuvo mucho valor al contratarme, porque nunca había hablado una palabra de español. El papel me gustó, porque el personaje es rápido, pero es la ola que lo mueve todo; la película, como Cuerda, tiene un gran sentido humanista, muestra muy bien lo sorprendente que es la vida".

El rodaje fue en Viladrau, en el Ampurdán, "un sitio con una naturaleza espectacular que José Luis convierte en un personaje más, lo cual nos empequeñece al resto, lo coloca todo en perspectiva: por eso la película es un drama sólo relativo, porque enseña que las cosas que nos pasan nunca son tan importantes ni tan grandes como lo que nos rodea".

En 'La educación de un hada', Jacob hace pareja con Ricardo Darín ("un tipo fantástico, con un sentido del humor asombroso y que actúa como es; no me resultó nada difícil fingir que estaba enamorada de él"). Y comparte protagonismo femenino con Bebe, la cantante extremeña ("una mujer muy guapa y muy especial, adoro cómo canta"), que se revela como un talento magnético en su papel de inmigrante argelina.

Jacob da vida a Ingrid, una mujer extranjera, extraña y callada, ornitóloga de oficio, viuda y con un hijo pequeño, que conoce a Darín en un avión con destino a Barcelona y se instala a vivir con él. Hasta que de repente vuela. "Es una mujer hermética y silenciosa, tiene un secreto que no puede compartir con nadie, se comunica mal con todo el mundo, adora la naturaleza, pero vive enjaulada con sus pájaros, es libre y está encerrada a la vez, está en crisis, tensa y abstraída. Es muy paradójica, como el guión de Cuerda, que es triste y al mismo tiempo optimista, porque los personajes creen que están solos pero no lo están, o lo están sólo de una manera fantástica, no real", dice Jacob.

La maternidad fría y despegada de Ingrid fue fuente de largas discusiones entre Cuerda y Jacob, madre ella misma en la vida real (con el actor Jérôme Kircher) de dos niños: Paul, de cuatro años, y Samuel, de uno. "Ser madre es otra cosa que te ayuda mucho a coger perspectiva, te tomas menos en serio a ti mismo, ves tu trabajo con otra distancia. En los últimos tiempos he hecho mucho teatro y musicales (Jacob canta y toca varios instrumentos) y menos cine para poder estar cerca de ellos, es muy duro dejar de verlos, pero en el rodaje con Cuerda estuvieron conmigo, iban al colegio en Viladrau. Eso me ayudó a hacer entender a José Luis que una madre no podía ser tan fría con su hijo. Creo que le convencí y quedó algo más cálida, aunque no del todo".

Tanta charla con los directores, por curioso que parezca, es una cosa nueva para Irène Jacob, que de sus experiencias con Malle y Kieslowski recuerda sobre todo sus apuntes minimalistas. "Cuando trabajé con Malle era muy joven, fue mi primera película y me quedé asustada: no me daba indicaciones, no me dirigía. Sólo me decía que hiciera pequeños gestos; limpiarme las uñas, bostezar, tirar la bicicleta con una pierna… Supuse que eso era dirigir: indicar pequeñas acciones cruciales".

Con Kieslowski fue muy parecido: "En La doble vida de Verónica me enseñó a buscar gestos para enriquecer los personajes; en vez de hablarme de las complejidades, sólo me daba pistas muy concretas, como coger una hierba y tocarme la mejilla con ella; pequeños hábitos, tics. Y luego me pidió que los buscara yo. Decía que era una historia poética, y muy abstracta, y que la teníamos que llenar con cosas pequeñas. Ése era su talento: hablar de los grandes misterios como si fuera una rutina".

"En Rojo fue completamente diferente", continúa. "El misterio era ver cómo nos encontrábamos Trintignant y yo, que nunca nos encontrábamos, y Kieslowski me decía: 'No puedes ser siempre la mejor, la vida son altos y bajos, unas veces ganas y otras pierdes'. 'Bueno', le decía yo, 'lo haré lo peor que pueda".

Con Antonioni, en Más allá de las nubes, donde interpretó a una monja de incógnito, la relación musa-maestro apenas se verbalizó. "Antonioni había sufrido el ataque cerebral y no hablaba nada. Paseaba con las manos en los bolsillos. Pero luego me di cuenta de que él era un personaje más: la cámara que se movía y miraba".

Y después de casi 30 películas, muchas de ellas rodadas en Hollywood y definidas por ella misma como "olvidables", ¿ve Irène Jacob las películas que hace? "Algunas me gustan incluso. Pero aunque me ponga a verlas con actitud optimista, no es un ejercicio precisamente relajante, y nunca las veo más de una vez. Adoro el cine, pero con el tiempo he entendido que prefiero que lo vea la gente, que no es compatible ser actor y espectador al mismo tiempo".

-¿Y existe eso que llaman química?

-He sentido mucho placer trabajando con Ricardo Darín. Probablemente eso es la química. ¿Cree que hay química entre nosotros? Consiste en jugar aunque estés haciendo una escena dramática. Se trata de contar historias, en coincidir en que es bueno y sano contarlas, en pensar que la energía es fantástica y que incluso las historias terribles tienen buenos momentos. El sentido del humor es fundamental. Un día que estaba muy torpe con el español y pensaba que no podía decir mis frases, Ricardo me notó preocupada y me dijo: "Argentina es un gran burdel, nada importa nada. Sólo piensa que es una comedia, una gran comedia". Aunque no lo sea, ésa es la manera de encarar la vida: como si fuera una comedia.

Otra manera es filmar una comedia con amigos, que es justo lo que hace en este momento Irène Jacob en Lisboa y Sintra, rodar The inner life of Martin Frost a las órdenes de Paul Auster, un viejo amigo al que conoció en Cannes hace siete años. "Es una historia loca de amor que juega con el absurdo. Con lo que pensamos que es real y es imaginario y al revés; sólo somos cuatro actores y lo estoy pasando en grande. Soy una gran fan de Paul, he leído todos sus libros y he visto sus películas, y cuando me pidió que trabajara con él no lo dudé, aunque estaba muy embarazada. Con él y con Cuerda he vuelto al cine después de cuatro años y estoy encantada. No sé qué haré ahora, pero no me veo saltando de una película a otra. He encontrado el equilibrio, el ritmo, y eso es muy bonito. Al fin y al cabo, me parece que la vida es lo que queda fuera de los planes que uno tiene".

'La educación de las hadas', de José Luis Cuerda, protagonizada por Ricardo Darín, Irène Jacob y Bebe, se estrena este fin de semana.

Irène Jacob en una escena de la película 'Rojo' de Kieslowski (1994)JERÓNIMO ÁLVAREZ

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