Maestro en el oficio de cantar

Da gusto asistir a un concierto de Javier Ruibal y comprobar que, aunque este gaditano parece condenado a obtener el reconocimiento del gran público por pura insistencia, el talento estrictamente musical aún tiene cabida en el año 2006. Una superbanda de extraordinarios músicos con los que Javier se da el placer de hacer solos a dúo. Un repertorio en el que las canciones van tomando formas jazzísticas o de rumba, de tanguillos o de balada. Unas letras llenas de poesía accesible y sin impostaciones y, claro está, un solista como la copa de un pino, lleno de capacidad expresiva, con una voz trem...

Da gusto asistir a un concierto de Javier Ruibal y comprobar que, aunque este gaditano parece condenado a obtener el reconocimiento del gran público por pura insistencia, el talento estrictamente musical aún tiene cabida en el año 2006. Una superbanda de extraordinarios músicos con los que Javier se da el placer de hacer solos a dúo. Un repertorio en el que las canciones van tomando formas jazzísticas o de rumba, de tanguillos o de balada. Unas letras llenas de poesía accesible y sin impostaciones y, claro está, un solista como la copa de un pino, lleno de capacidad expresiva, con una voz tremendamente convincente y unas tablas que le hacen dueño y señor del escenario.

Una vez más Ruibal se reencontraba con su público al calor de su última entrega discográfica, Lo que me dice tu boca, un álbum que repasó de cabo a rabo en el mismo orden de temas. El resultado fue, otra vez, un pedazo de concierto que le confirma a los ojos de los amantes de la buena música como un merecido número uno del arte de comunicar con canciones, aunque las ventas o los índices de popularidad se empeñen en apuntar en otras direcciones. Ruibal demostró, otra vez y para deleite de sus fieles, que es un maestro en el oficio de cantar. Un maestro a la antigua usanza para un arte que, por mucho que adelanten los tiempos, se sigue sirviendo de los mismos elementos para realizarse.