Crítica:CLÁSICA

La lección de música

El público no quería abandonar el Auditorio sin que Claudio Abbado recogiera, ya la orquesta fuera del escenario, una última ovación, sólo para él. Apareció al fin el maestro milanés que, caballeroso, quiso compartirla con la soprano Juliana Banse. Su rostro feliz parecía agradecer ese gesto que se da en muy contadas ocasiones y que la filarmonía madrileña reserva sólo para los días grandes.

Y el domingo lo fue sin duda. Era una de esas fechas que se esperan durante toda la temporada y no defraudó. Había, además, expectación por comprobar cómo se encontraba un Claudio Abbado que lucha c...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El público no quería abandonar el Auditorio sin que Claudio Abbado recogiera, ya la orquesta fuera del escenario, una última ovación, sólo para él. Apareció al fin el maestro milanés que, caballeroso, quiso compartirla con la soprano Juliana Banse. Su rostro feliz parecía agradecer ese gesto que se da en muy contadas ocasiones y que la filarmonía madrileña reserva sólo para los días grandes.

Y el domingo lo fue sin duda. Era una de esas fechas que se esperan durante toda la temporada y no defraudó. Había, además, expectación por comprobar cómo se encontraba un Claudio Abbado que lucha con la enfermedad, que ha adelgazado notablemente, pero que mantiene una enorme energía física y mental, la que hace falta para meterse entre pecho y espalda un programa que empezaba con Pelléas et Mélisande, una obra del Schönberg inicial que se toca poco, que revela a un compositor todavía no maduro pero que tiene mucho que dirigir, y que se cerraba con la Cuarta de Mahler, repertorio puro y especialidad de la casa.

Ibermúsica

Gustav Mahler Jugendorchester. Claudio Abbado, director. Juliana Banse, soprano. Obras de Schönberg y Mahler. Auditorio Nacional. Madrid, 23 de abril.

Contaba Abbado con una orquesta admirable, la mejor de las formaciones jóvenes mundo adelante, una selección de las promesas mejor dotadas de Europa cuya calidad conjunta sería un sueño para muchas profesionales. Ampliada al máximo en sus efectivos, luce un formidable sonido y unos cuantos primeros atriles sensacionales: concertino -que podría serlo cuando quisiera, qué se yo, de la Filarmónica de Berlín-, viola, flauta, oboe y trompa, por ejemplo. Y, claro, con un director como Abbado dan más del cien por cien. Es pura clase. Qué maravilla. Con esos mimbres el maestro construyó dos lecciones inolvidables. En la primera, negoció un Pelléas et Mélisande que reveló todo lo que la partitura lleva dentro con esa perspectiva que da el conocimiento de y la comunión con un mundo como es el de la cultura centroeuropea de principios del siglo XX.

Mesura

La Cuarta de Mahler lo tuvo todo a partir de un análisis de una exactitud muy de Abbado, que le lleva a preguntarse por el sentido de cada frase y a traducirlo con una absoluta claridad, seguro, además, de que sus jóvenes músicos van a seguirle hasta el final. Toda su lectura respondió a ese planteamiento que unía al ansia por desarrollar sin fisuras su planteamiento formal la necesidad de hacerlo sin forzar jamás la virtualidad emocional de esa música.

No hubo ni una concesión en ese aspecto y nada de lo que pasó por la imaginación del oyente tuvo que ver con ningún exceso del corazón. Los subrayados de las frases más significativas respondían siempre a la lógica expositiva del conjunto y de ahí surgía cualquier abundancia sensible. La soprano comenzó sólo regular en el cuarto movimiento y, aunque fue mejorando a lo largo de la misma, no estuvo a la altura -enorme- de sus acompañantes.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En