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Esclava del producto

Yo no podría vivir sin las promociones. Que son, a la vez, la solución y el problema. Por ejemplo, nunca habría mostrado la constancia -palabra mozartiana donde las haya- necesaria para coleccionar todo Mozart, al menos todo lo importante; pero gracias a este periódico estoy trabajando en ello, y muy feliz por cierto, porque se trata de una promoción muy acertada. A mi amigo el joven filólogo egipcio se le tiñe la voz de emoción cuando pasamos junto a un quiosco de prensa bien surtido de promociones: "Lo que hay aquí es una oferta cultural increíble". Y tiene razón. Clásicos de la literatura, ...

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Yo no podría vivir sin las promociones. Que son, a la vez, la solución y el problema. Por ejemplo, nunca habría mostrado la constancia -palabra mozartiana donde las haya- necesaria para coleccionar todo Mozart, al menos todo lo importante; pero gracias a este periódico estoy trabajando en ello, y muy feliz por cierto, porque se trata de una promoción muy acertada. A mi amigo el joven filólogo egipcio se le tiñe la voz de emoción cuando pasamos junto a un quiosco de prensa bien surtido de promociones: "Lo que hay aquí es una oferta cultural increíble". Y tiene razón. Clásicos de la literatura, Mozart por un tubo, incluso la historia de las pirámides y, para su novia, tazas, tacitas, camisetas, bolsas, maquillaje.

Pero volvamos a Mozart. He estado viajando bastante últimamente, en una particular celebración de mi 63º aniversario que dura todo un mes (si ningún avión se ha caído, puede que cuando ustedes lean esto me encuentre en Venecia o en Trieste, qué demonios, sólo se vive una vez, o media, o un cuarto). Debo añadir con celeridad que mis viajes se deben a otra promoción: la de los puntos acumulados por pertenecer a Iberia Plus. Claro que yo no me hice de Iberia Plus sólo por los puntos, sino para que me saludaran de forma especial una vez arriba, una vez en el peligro; me da seguridad. Los miembros no se pueden caer, suelo decirme. Ésta es otra historia, dejémoslo.

Mozart, decía. Avisé a las damas de mi entorno que cuidan de mí y de Tonino mientras yo cuido de ellas. "Que no se les olviden los CD, recójanlos cada día de salida". Asintieron pacientes. "Y tampoco descuiden la colección de la Memoria gráfica de la historia y la sociedad españolas del siglo XX". No se preocupe, me aseguraron, con un silencioso cabezazo.

A mi regreso a Barcelona casi no pude abrir la puerta. Se me acumulaban las promociones, o la oferta cultural del quiosco, como lo llama mi joven amigo egipcio, el filólogo. Una vez conseguí pasar por encima de los CD y de los libros, y buscarles sitio en mi dormitorio (las estanterías del resto del piso ya están abarrotadas), me dediqué a disfrutar de ellos. Qué pasada. Las Cantatas masónicas de Mozart ni las conocía. En fin, que vale la pena estrecharse.

No sé si me he expresado bien. Si, por un instante, han deducido ustedes de mi tono irónico que estoy en contra de las promociones, eso es falso, eso es un rumor infundado. Mis amigos saben que siempre alardeo de poseer la camiseta de Victoria Beckham con que la revista Chic irrumpió en el mercado editorial. La uso como pasamontañas para el excursionismo extremo. No sólo no estoy en contra, sino que estoy a favor. Además creo que con la difusión de la información por medios digitales y la desaparición de la posibilidad de sacarse un extra vendiendo tabaco, las promociones son lo único que puede salvar a nuestros sufridos quiosqueros de la ruina más tremebunda. Aunque, pese a todo, la quiosquera de mi esquina predilecta ha tenido que buscarse un trabajo complementario. Pintan bastos en el sector papel como no despabilemos.

Tan a favor estoy del asunto, pese a lo pequeño que se me está quedando el apartamento, que albergo fantasías de promocionismo. Y aquí me dirijo sin ambages a la ministra de Cultura, de cuya audacia espero yo mucho. Porque, vamos a ver, ¿a qué viene que unas vigas de la mezquita de Córdoba hayan ido a parar a Sotheby's por el latrocinio de un particular? ¿Es que no teníamos derecho los españoles -incluso los catalanes- a hacernos con unas astillitas de lo que fue un momento glorioso de nuestra desterrada y negada cultura islámica? ¿No contribuiría ello a la Alianza de las llamadas Civilizaciones? Esas artísticas, milenarias y valiosas vigas que la Iglesia se pulió después de haberse cepillado media mezquita convirtiéndola en catedral, ¿acaso no servirían para que cada ciudadano supiera un poco de dónde viene, qué somos y adónde no debemos ir?

Además, es más fácil guardar una astillita de viga que el libro del Arroz, por pequeño que sea.

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