Columna

Vencidos

Hace casi treinta años que Euskadi cuenta con un generoso estatuto de autonomía, emanado de la Constitución Española. Hace casi treinta años que el autogobierno vasco es uno de los más completos de cuantos existen en las regiones europeas. Un ejecutivo que gestiona la educación, la sanidad, buena parte de las infraestructuras, el medio ambiente o la cultura, y que cuenta para ello con un sistema financiero excepcional en el resto del Estado y muy beneficioso para aquel territorio.

Pues bien, a pesar de tan notable nivel de autogobierno, de tantas esperanzas concitadas tras la siniestra ...

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Hace casi treinta años que Euskadi cuenta con un generoso estatuto de autonomía, emanado de la Constitución Española. Hace casi treinta años que el autogobierno vasco es uno de los más completos de cuantos existen en las regiones europeas. Un ejecutivo que gestiona la educación, la sanidad, buena parte de las infraestructuras, el medio ambiente o la cultura, y que cuenta para ello con un sistema financiero excepcional en el resto del Estado y muy beneficioso para aquel territorio.

Pues bien, a pesar de tan notable nivel de autogobierno, de tantas esperanzas concitadas tras la siniestra dictadura, de tantas amnistías legales o paralegales, y de tantos esfuerzos negociadores llevados a cabo por los diversos gobiernos de la nación, el terrorismo étnico ha seguido actuando en estos años. Y muy fieramente en los primeros cursos de la democracia recuperada. Democracia que querían tumbar los terroristas para provocar un golpe de estado... y vuelta a empezar. A punto estuvieron de lograr su objetivo. Pero fracasaron. Tampoco fueron capaces de doblegar a la nación democrática y constitucional.

¿Qué hacer ahora? Pues, con todo, tener esperanzas en la labor del Gobierno de España. ¿Por qué no? A nadie nos interesa su fracaso. Apoyo y esperanzas, aunque éstas sean pocas y no sé si muy fundadas. Ahora bien, es una provocación incalificable pedir una paz sin vencedores ni vencidos. Una vileza que nos revela, nítidamente, el descalabro moral que alienta en algunos planteamientos del independentismo, sea éste blando o duro. Si los que matan y sus víctimas son igual de culpables, todo es posible, sí. También lo peor. Y no quiero ni imaginarlo. Pero soy optimista. Y mi optimismo es humilde: puestos a malas, me conformaría con que todo continuara como hasta ahora. Porque, a fin de cuentas, el delito no podrá destruir la convivencia democrática. Ni alterar el anhelo mayoritario de una ciudadanía responsable y memoriosa, que a la larga es la que decide. En este asunto puede existir la negociación, ojalá fructifique, pero jamás existirá el olvido.

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