Tribuna:LA CALIDAD DEL EMPLEO

Euskadi, la economía de la temporalidad

Sostiene el autor que un sano crecimiento económico no puede basarse en el empleo temporal y precario

Euskadi tiene el dudoso y nefasto honor de compartir liderazgo, con algunas comunidades autónomas, en la llamada economía de la temporalidad. Nuestro desgraciado, improductivo y cruel mercado de trabajo -lo califico de cruel, dado los efectos que la alta temporalidad y el uso creciente y generalizado de la subcontratación producen en los trabajadores- recibe la atenuante y resignada catalogación por nuestro consejero de Trabajo de "problema estructural". A partir de dicha conceptualización, el abstencionismo político institucional en el compromiso de corregir los efectos perverso...

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Euskadi tiene el dudoso y nefasto honor de compartir liderazgo, con algunas comunidades autónomas, en la llamada economía de la temporalidad. Nuestro desgraciado, improductivo y cruel mercado de trabajo -lo califico de cruel, dado los efectos que la alta temporalidad y el uso creciente y generalizado de la subcontratación producen en los trabajadores- recibe la atenuante y resignada catalogación por nuestro consejero de Trabajo de "problema estructural". A partir de dicha conceptualización, el abstencionismo político institucional en el compromiso de corregir los efectos perversos de nuestro mercado de trabajo está servido e incluso justificado. Resignación y conservadurismo son lo mismo.

"Los trabajadores con contrato temporal son menos productivos que los trabajadores que tienen contrato fijo"

Se puede hablar en Euskadi del espejismo del empleo o de la generalización del subempleo. Nuestros datos de creación de empleo son cuantitativamente positivos. Lo peligroso es que están siendo utilizados para ocultar la extrema gravedad de nuestro mercado de trabajo. Tenemos unos niveles muy altos de empleo temporal y unas cifras insoportables desde el punto de vista social y económico de trabajadores/as que combinan empleo temporal y desempleo con altos niveles de rotación durante periodos de tiempo muy largos, y sobre todo, con una probabilidad mucho mayor que cualquier trabajador europeo de tener empleo precario, sea cual sea nuestro tipo de contrato. La temporalidad y la precariedad no se pueden aceptar en la práctica como daño colateral y estructural de nuestro mercado de trabajo e incluso de la modernización de nuestra economía y de nuestras empresas. No basta que se cree empleo, hay que crearlo de calidad. Aquel argumento de que es mejor un empleo que estar parado ha producido efectos nefastos. De acuerdo con él, todo vale en nombre de la creación de empleo, no importa ni su calidad ni su cualificación ni su seguridad ni su remuneración ni los derechos laborales. Sólo interesa la estadística global y la reducción de la tasa de paro.

¿Cómo hemos llegado a esto? En la década de los ochenta, en el mercado laboral, como solución transitoria hasta que el desempleo alcanzase cifras menos dramáticas, se optó por mantener las condiciones laborales de quienes tenían empleo y se inventaron formas más flexibles de contratación de carácter temporal para quienes no lo tenían, esperando un retorno en el menor plazo posible al empleo estable. Esto no se ha producido. Se puede afirmar que el contrato temporal es en la actualidad la fórmula más utilizada de contratación (9 de cada 10 contratos) y se ha convertido en la primera causa de despido y mecanismo de ajuste.

R. Sennett nos comenta que el lema del capitalismo actual es "nada a largo plazo". La producción just time lleva aparejada la exigencia del trabajador justo a tiempo. Así, en la subcontratación el contrato mercantil entre empresas determina, de modo ilegal en la mayoría de los casos, la relación laboral con los trabajadores de las subcontratas, situándoles en precariedad permanente.

Conceptualmente no es lo mismo temporalidad que precariedad. No obstante, hay que decir que la falta de seguridad y estabilidad en el empleo es una forma de precariedad, ya que por regla general va acompañada de un grado alto de indefensión jurídica, de recorte de derechos sociales y laborales, de menores remuneraciones y de discriminaciones de todo tipo. La temporalidad laboral se convierte en un fenómeno complejo donde confluyen un conjunto de penalidades laborales: incertidumbre, inseguridad y, en muchas ocasiones pobreza. Cuando hablamos de la dimensión de la inseguridad laboral estamos midiéndola no sólo en el abultado número de finalizaciones de contratos, que no siempre se combina con desempleo sino también con toda la siniestralidad laboral. La dimensión de la pobreza la medimos en rentas salariales por debajo de un mínimo vital que garantice la autonomía personal y la satisfacción de las necesidades básicas.

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Conviene señalar que nuestra mayor tasa de ocupación y asalarización corresponde, en lógica, a una economía con una mayor tradición industrial. A esto hay que añadir nuestra cantidad de empleo público en nuestra Administración y un sector servicios de carácter escasamente estacional o de temporada. Todos estos factores son agravantes. El 75% de nuestros jóvenes (entre 16 y 24 años) son temporales; es decir, 3 de cada cuatro, y si son mujeres, el 80%; es decir, 4 de cada 5. Como contraste, la temporalidad es en España del 65% en este tramo de edad, y en la UE, el 39%. Entre 25 y 34 años, nuestra temporalidad es del 41%.

La tasa de temporalidad sólo se reduce a medida en que avanza en la edad. Esto es un consuelo lejano. Sólo el 7% de los mayores de 55 años son temporales. A medida que los trabajadores fijos abandonan el mercado de trabajo vía jubilaciones, mayores son los porcentajes de trabajadores con contratos temporales. La temporalidad se ceba en oficios como camarero/ra, dependienta y trabajadores no cualificados, que tienen una precariedad superior al 36%. Finalmente, Euskadi es una de las comunidades autónomas dónde menos contratos fijos se realizan: sólo 7 de cada 100.

La siniestralidad en los contratos temporales es manifiesta. Por cada mil trabajadores, es de más del doble que en los fijos (118 frente a 50). Los nuevos modelos de relaciones productivas, amparados en un marco legal mercantilizado con la intención de abaratar los costes de producción a cambio de costes laborales inferiores, imponen formas de trabajo precarias, insalubres e inseguras a los trabajadores contratados (muchos de ellos jóvenes, inmigrantes, mujeres...). Y su mayor accidentabilidad provoca un coste a la Seguridad Social mayor que el beneficio empresarial que producen los nuevos modelos de organización empresarial.

La externalización de actividades empresariales utiliza a trabajadores sin formación, sin información, sin experiencia, muy poco cualificados, con elevadísima inestabilidad laboral y rotación, causas todas ellas socio-laborales de la siniestralidad laboral que las técnicas preventivas no contemplan adecuadamente a la hora de atajar los accidentes. Está claro que un incremento de la temporalidad reduce el salario medio global y evita en la práctica los costos de despido de las empresas. Tal vez lo más importante sea poner en relación la temporalidad con el incremento de la productividad y el crecimiento de la economía. Los análisis estadísticos nos indican que la tasa de temporalidad tiene una relación negativa con la productividad del trabajo y positiva con la evolución del PIB. Por lo tanto, la tasa de temporalidad afecta negativamente al nivel de eficiencia y competitividad de la economía española.

Hay un conjunto de factores que diferentes expertos han puesto de manifiesto para demostrar el impacto negativo de la temporalidad sobre la productividad de la economía. Los trabajadores con contrato temporal son menos productivos que los trabajadores con contrato fijo, bien por sus características intrínsecas (son menos capaces, con menos experiencia) o bien por su actitud (menos implicación subjetiva en la actividad productiva), porque aumenta la tasa de rotación, reforzando los efectos de descapitalización del factor trabajo. .

Más seguridad y estabilidad laboral es el requisito necesario y previo de cualquier economía de vanguardia que esté interesada en aumentar su competitividad a través de calidad e innovación tecnológica y cualificación de sus trabajadores más que instalarse en estrategias de bajos costos laborales, que condena a competir con países especializados en producciones intensivas en mano de obra donde el riesgo de la precariedad es altísimo. Aquí es dónde las políticas públicas tienen mucho que hacer. y donde el diálogo social, es decir la complicidad y legitimación de los agentes sociales ha demostrado alta utilidad, con la desgraciada ausencia en Euskadi.

Carlos Trevilla es representante de UGT en el Consejo Económico y Social de Euskadi.

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