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Va a resultar que España no existe cuando por fin existe de verdad, y que toda esta pérdida de compostura a la que asistimos no es otra cosa que un ¡ostras Pedrín! o el efecto tsunami. El mejor de los mundos posibles se encontró con el terremoto de Lisboa, y el qué buenos somos algunos ha topado con la evidencia de que algunos somos como todos. Y es que los hechos son como un terremoto para las conciencias satisfechas. Uno se manosea a todas horas diciéndose lo bueno que está, lo bueno que está y...¡zas, pum, la muerte! Bueno, voy a ver si consigo explicarme, porque yo mismo estoy sorpr...

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Va a resultar que España no existe cuando por fin existe de verdad, y que toda esta pérdida de compostura a la que asistimos no es otra cosa que un ¡ostras Pedrín! o el efecto tsunami. El mejor de los mundos posibles se encontró con el terremoto de Lisboa, y el qué buenos somos algunos ha topado con la evidencia de que algunos somos como todos. Y es que los hechos son como un terremoto para las conciencias satisfechas. Uno se manosea a todas horas diciéndose lo bueno que está, lo bueno que está y...¡zas, pum, la muerte! Bueno, voy a ver si consigo explicarme, porque yo mismo estoy sorprendido de lo que voy descubriendo estos días. Resulta que las autonomías no funcionan, o que sólo lo hacen aquéllas que se apuntaron al invento para no ser menos. O sea, que cuanto más nación eres peor te van las cosas, y que cuanto más descentralizas, más centralizas en realidad. No quiero ni pensar en lo que les puede ocurrir a las naciones el día que se nacionalicen del todo, empeñadas como están en que si les va mal es porque no les dejan que les vaya peor.

Se da el caso de que le leo a Javier Cercas hablando de su no nación extremeña y todo son loas para la autonomía extremeña, que ha hecho posible que esa región saliera de su postración secular. Extremadura ha descubierto la bondad de un invento que no se le ocurrió a ella, e igual de satisfechas se muestran otras regiones que se acogieron al socorro autonómico para huir del desierto, aunque no sin el temor de que fuera al desierto a lo que se acogían desesperadamente. El invento parecía diseñado para las naciones sojuzgadas, que venían demandándolo con apremio para superar el expolio y demostrar lo mucho y mejor que sabían hacer las cosas a nada que las dejaran organizarse un poco. Pero si a la Extremadura autonómica le van mejor las cosas, a Cataluña parecen irle peor, y ahí está entre nosotros la enmienda que ha introducido Miguel Buen en la ponencia política del próximo congreso de los socialistas vascos, en la que se considera el Concierto como "institución medular de nuestro sistema de autogobierno sin la cual éste resulta insostenible". Vaya, que con la misma autonomía que Extremadura, Euskadi se iría al carajo. ¿Qué nos ocurrirá el día que no tengamos Concierto, es decir, que ya no tengamos que concertarnos con nadie porque somos una nación?

Resulta lógico que también Cataluña quiera acogerse a lo sostenible y ansíe el Concierto como agua de mayo. Lo explicaba muy bien Ramon Tremosa i Balcelles en un artículo publicado en este periódico: "De seguir así en 2015 Cataluña será un territorio pobre en el contexto español, con las variables per capita antes citadas inferiores a la media estatal". La financiación, señores, y uno agradece que se planteen las cosas en estos términos, sin rebufos emocionales que enturbien cualquier ámbito de discusión razonable. España se iguala, cuando se temía que iba a ocurrir justo lo contrario. Madrid se ha convertido en lo que nunca fue, a despecho de Barcelona; las diferencias regionales se atenúan; las costumbres se uniformizan, pese a la hinchazón folclórica; la lengua española... bueno, para qué continuar si no hay decreto sobre carteles que la pare. Y todo esto se consigue, al parecer, gracias al esfuerzo mayor que realizan algunos; esfuerzo que no lo ven compensado con un beneficio paritario, sino con un deterioro del que no adolecen aquellos que se benefician de un esfuerzo mayor. Y la solución a tanta injusticia parece hallarse en algo similar al Concierto vasco.

Bien, puede que sí o puede que no. Incluso podría ocurrir, como sucedió con las autonomías, que la generalización de la fórmula del Concierto diera unos resultados que nada tuvieran que ver con los previsibles. Es tarea de expertos estudiar la viabilidad del nuevo invento, y no veo motivos para tanto quejumbreo de los del ¡pobre España!, cuando el hecho-tsunami es que lo que mejor va es precisamente España. Lo que sí me llama la atención es tanta invocación al dinero público, a las finanzas públicas, para regularlo todo, pues no es otra cosa el tan añorado sistema vasco de Concierto. Sorprendente en una época en la que tanto se habla de liberalizar, aunque quizá lo único que se liberalice sea la fuerza de trabajo. Todo lo demás pasa siempre por caja, es decir, por el Gobierno autonómico, que viene a ser como la casa madre de un entramado de empresas y servicios. Y una vez convertidas las autonomías en empresas, ¿no será la nación un logotipo?

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